Sábado por la tarde. Caras tensas, micrófonos sobre la mesa, cámaras que acechan como buitres. En el plató de Vamos a ver, algo estaba a punto de romperse. Porque cuando Alejandra Rubio, Patricia Pardo y Losantos toman la palabra al unísono, el estruendo no es posible ignorarlo. Y esa tarde no fue la excepción: la pareja formada por Carlo Costanzia y Terelu Campos quedó en la mira. Esta es la crónica de ese hundimiento… o al menos eso pareció.

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Antecedentes que tensionan el ambiente

Desde hace semanas, las aguas entre Alejandra Rubio, su madre Terelu y Carlo Costanzia están cargadas de tensiones veladas. La pareja, poco dada a revelar detalles íntimos, ha enfrentado rumores de filtraciones, reproches y silencios incómodos. La figura de Terelu, madre protectora, ha oscilado entre la defensa pública y la prudencia cauta.

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Ese clima previo fue el caldo perfecto para que, cuando Alejandra hiciera un movimiento inesperado, todo explotara. Porque en el mundo de la crónica rosa, muchas veces no es lo que dices, sino cuándo lo dices y con quién lo acompañas.

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Ese sábado, el programa conectó desde un acto a favor de la investigación contra el cáncer, donde Terelu y Alejandra estaban presentes. La madre se prestó a las preguntas, la hija no. Se generó un primer desplante: Alejandra se marchó cuando el acto se tornó incómodo para ella. Patricia Pardo, al otro lado de la pantalla, no lo toleró. Esa decisión aparentemente personal fue interpretada como una declaración.

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Un poquito desubicada me parece. Esto no se hace”, sentenció Pardo con dureza.
Para muchos espectadores fue como ver una fisura pública en una fachada que creían sólida.

Luego Losantos, en su espacio, aportó su voz severa. Desde su tribuna mediática reprochó esa actitud de moverse entre luces y silencios, esa comodidad estratégica para cuando hacer ruido conviene. Y lo hizo apuntando no solo a Alejandra, sino también señalando la responsabilidad de quien controla las cuerdas: Terelu y Carlo.

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El desplante: Alejandra desaparece del plató

La tensión escaló rápidamente. Durante la conexión desde el acto, Alejandra estaba prevista para acompañar a su madre y responder algunas preguntas. Pero en un momento dado, simplemente no apareció. Desapareció de la escena pública con una excusa de “otras entrevistas”. El golpe no fue tan físico como simbólico: abandonó el espacio cuando el entorno empezaba a cerrarse en torno a ella.

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Esa ausencia fue interpretada como un acto deliberado: no estar para afrontar las preguntas difíciles que comenzaban a formarse. Patricia Pardo estalló, acusando que Alejandra dejó plantado al programa, a sus compañeros, a la periodista entrevistadora (Nuria Chavero). “Aquí somos todos amables y cariñosos, pero esto es un feo en toda regla”, dijo Pardo con voz contundente.

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En el plató, el silencio fue denso. Los colaboradores miraban la pantalla, las cámaras cortaban. Se hizo evidente que no era un error logístico: era una decisión con consecuencias.

Patricia Pardo pone en jaque a Alejandra — y pasa factura a Carlo y Terelu

Patricia Pardo no solo se limitó al reproche. Lo elevó a acusación pública:

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Alejandra, igual deberías aprender un poquito de tu madre, porque esto no se hace”.

Con esa frase, no solo reprochó el comportamiento, sino que situó a Terelu como el modelo de “quién sí sabe responder públicamente”. Fue un mensaje doble: una reprimenda para la hija y una invitación implícita a que la madre asuma el peso de la coherencia mediática.

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El golpe retumbó también sobre Carlo Costanzia. Porque cuando la hija actúa —o deja de actuar—, la figura del novio queda arrastrada. En los oídos del público quedaron dudas de si su pareja lo respaldaba, si influyó en su decisión de irse, si el vértigo mediático pesa más cuando se forma parte de una saga familiar con notoriedad.

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Y en ese terreno, Terelu, con su pasado de figura visible en medios y con heridas personales, se encontró en un punto incómodo: entre la defensa maternal y la exposición pública. ¿Hasta qué punto podía justificar las ausencias de su hija sin parecer parcial? ¿Cómo manejar la presión mediática ante alguien que lo cuestiona directamente?

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Losantos: el martillo del comentario despiadado

Mientras Patricia Pardo lanzaba reproches desde el estudio deVamos a ver, Losantos recogió el guante desde su espacio. Con su habitual estilo incisivo, arremetió contra las estrategias comunicativas de quienes viven entre titulares y silencios. Criticó la doble moral de exigir presencia cuando conviene y desaparecer cuando las preguntas incomodan.

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Se refirió a Costanzia como alguien que, al arrastrar un apellido mediático, tiene que asumir más que privilegios: tiene que asumir vigilancia. Y a Terelu como alguien que debe comprender que el silencio de su hija no la absorba, que no permita que el abandono del micrófono devenga en manipulación mediática.

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Las redes recogieron fragmentos: frases recortadas, citas higiénicas, versiones que comenzaban a polarizar. Muchos seguidores de Alejandra defendían su derecho a retirarse; muchos detractores lo veían como un signo de fragilidad o falta de coraje mediático. Pero Losantos no se conformó con eso: exigió responsabilidad, continuidad pública.

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Consecuencias emocionales y mediáticas

El efecto no se hizo esperar. En pocas horas, el nombre Carlo Costanzia se vinculó nuevamente a polémicas. Que si no controló a su pareja, que si fue involucrado en la decisión de marcharse, que si aparece como figura silenciosa ante el conflicto. Las especulaciones brotaron: ¿estaba él detrás del retiro de Alejandra? ¿Lo autorizó o lo ordenó?

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Para Terelu, el golpe fue doble. No solo se enfrentaba a cuestionamientos sobre su papel maternal, sino que su imagen profesional como colaboradora, mediadora, mujer pública quedó en el ojo del huracán. ¿Por qué no intervino mejor? ¿Por qué no evitó que su hija fuera puesta en esa situación? ¿Por qué no se anticipó?

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Las redes sociales replicaron escenas del plató: el reproche de Pardo, la silla vacía de Alejandra, los gestos adolescentes lejos de la cámara. Los tertulianos del género rosa centraron el suceso en “el momento en que Alejandra hundió a sus suegros mediáticos” y “el día que la hija superó la sombra de su madre”.

En los espectáculos de fin de semana, el episodio fue nombrado como “el desplante más sonado de la temporada”, “El día en que Patricia y Losantos pusieron en jaque al clan Costanzia‑Campos”.

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Reflexión final: poder, silencia y audacia

El episodio del sábado fue más que un programa televisivo con ausencias incómodas. Fue una batalla simbólica sobre quién controla el relato, quién tiene el coraje de mantenerse frente a la tormenta, quién impone la presencia como signo de fortaleza.

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Alejandra Rubio, al marcharse, lanzó un reclamo silencioso: que su voz no será manipulada, que sus silencios también tienen peso. Patricia Pardo, con su rapapolvo mediático, reclamó respeto al oficio, exigió presencia y coherencia. Losantos, desde su trinchera, empujó al debate sobre responsabilidad pública en la crónica rosa.


Y detrás, en el ojo del huracán, Carlo Costanzia y Terelu Campos comprobaban que cuando su gente se mueve, también su mundo mediático tiembla. Porque tener apellido famoso no protege de la herida pública. El silencio de un día puede ser noticia al siguiente. Y el desplante de una hija puede hundir imperios construidos con notoriedad, cercanía y memoria.