Hay decisiones que cambian el rumbo de una carrera. Otras, en cambio, cambian el rumbo de una industria entera. Pero pocas veces una historia empieza con algo tan simple como un correo electrónico sin respuesta. Así comenzó el episodio que, con el paso del tiempo, se transformó en una de las peores decisiones corporativas en la historia del deporte moderno:
Nike dejó ir a Lionel Messi… por no contestar un mail.

Y desde entonces, nunca más fue lo mismo.

La historia comienza a principios de los 2000, en Rosario, Argentina. Lionel Andrés Messi aún no era el fenómeno mundial que todos conocemos. Era apenas un adolescente menudo, con voz tímida y un talento que empezaba a llamar la atención. Su vida transcurría entre entrenamientos en La Masía del FC Barcelona y visitas esporádicas a su tierra natal. Su nombre ya sonaba entre los técnicos del club catalán, pero el mundo todavía no lo conocía.

Lo que sí sabía Nike era que ese chico tenía algo especial. Por eso, fue una de las primeras marcas en apostar por él. En un acuerdo temprano, que apenas rozaba los 50.000 dólares anuales, Nike logró que Messi firmara un contrato de patrocinio. Le enviaban botas, ropa, lo incluían en algunas campañas menores. El argentino, humilde y agradecido, las usaba sin hacer preguntas.

Pero entonces… algo falló.

Pasaron los años. Messi creció, explotó. Se convirtió en el “nuevo Maradona”, en el niño prodigio del Barcelona. En la temporada 2004-2005, cuando debutó oficialmente en Primera División, las alarmas empezaron a sonar. Las marcas lo querían. Y Nike lo tenía… pero no lo estaba cuidando.

Jorge Messi, su padre y representante, quiso renegociar el contrato. No pedía cifras astronómicas. Solo algo acorde al nuevo nivel de exposición y rendimiento de su hijo. Envió un correo electrónico —sí, un simple mail— al ejecutivo de Nike a cargo del contrato de Leo.

Y nunca recibió respuesta.

Pasaron días. Luego semanas. Jorge insistió. Silencio. Cansado de esperar, hizo lo que haría cualquier padre decidido: se reunió con Adidas.

La marca alemana, eterna rival de Nike, no dudó un segundo. Vieron en Messi no solo un talento, sino el futuro del fútbol. En cuestión de días, cerraron un contrato que, con el tiempo, se transformaría en una de las alianzas más icónicas en la historia del deporte.

Mientras tanto, en Oregon, sede central de Nike, alguien revisó su bandeja de entrada… demasiado tarde.

El impacto fue devastador.
No lo pareciera en el momento, claro. Nike seguía teniendo a Cristiano Ronaldo, a Ronaldinho, a grandes selecciones. Pero perder a Messi fue como dejar escapar un diamante en bruto, justo antes de que brillara.

Durante los años siguientes, Adidas no solo disfrutó del crecimiento de Messi como jugador, sino que lo convirtió en el rostro principal de su imperio futbolístico. Las campañas publicitarias, los anuncios, los modelos exclusivos de botines F50 y luego Nemeziz… todo giraba en torno al argentino.

Para los fans, Adidas era Messi. Y Messi era Adidas.

Pero Nike no tardó en darse cuenta del error.

Años más tarde, cuando Messi ya era una leyenda, y Cristiano Ronaldo se acercaba a la recta final de su carrera, la compañía intentó volver a acercarse. Rumores aseguran que en 2016 y 2017 hubo intentos discretos por ofrecerle cifras multimillonarias para cambiarse de marca. Pero Messi, fiel como siempre, dijo que no.

—“No se trata solo de dinero”, confesó una vez a su entorno.
—“Adidas creyó en mí cuando nadie más lo hizo. Estuvieron ahí desde el principio.”

Y esa frase resume todo.

Mientras tanto, en las oficinas de Adidas, los ejecutivos celebraban cada nuevo récord de su embajador estrella. Cuando Messi ganó el Balón de Oro, cuando rompió la marca de más goles en un año calendario, cuando levantó la Champions, y especialmente… cuando ganó el Mundial de Qatar 2022, el mundo entero vio una imagen grabada en fuego: Messi, con la camiseta de Argentina y los botines Adidas dorados, alzando la Copa del Mundo.

Era el cierre perfecto. El círculo completo.
Y Nike… mirando desde la sombra.

Algunos analistas lo definen como “el error de mil millones”. Porque eso es, en términos simples, lo que Nike perdió. No solo por lo que habría generado con Messi como embajador, sino por todo lo que Adidas ganó. Desde ventas de camisetas hasta merchandising, pasando por la fidelidad de generaciones enteras que crecieron viendo a Messi con las tres tiras en los pies.

Y lo más irónico de todo es que todo pudo evitarse con una simple respuesta a un mail.

Años después, cuando la anécdota se volvió conocida entre círculos de marketing deportivo, muchos no podían creerlo.

—“¿Pero cómo no respondieron?”
—“¿Nadie leyó ese mensaje?”
—“¿No sabían lo que tenían entre manos?”

La verdad es que no. En ese momento, Messi aún no era el “GOAT”. Era solo un chico con talento. Y Nike, como muchas grandes empresas, a veces cae en la trampa de la soberbia: creer que los talentos siempre estarán ahí… sin necesidad de atención, cuidado o respeto.

Hoy, cuando un nuevo joven prodigio aparece en cualquier parte del mundo, Nike actúa diferente. Han aprendido la lección. Están atentos, responden rápido, ofrecen contratos personalizados. Pero el fantasma de Messi sigue presente.

En cada reunión, en cada campaña, alguien siempre dice:
—“No podemos repetir lo que pasó con Messi.”
Y todos asienten en silencio.

Mientras tanto, Messi continúa su carrera como leyenda viviente. Jugando en Miami, disfrutando de su familia, todavía con Adidas en sus pies. En cada paso, en cada pase, en cada gol… una muestra silenciosa del poder de una decisión bien tomada.

Porque a veces, las historias más grandes no se escriben con épica…
sino con un mail no respondido.