Durante años, en la intimidad de la Selección Argentina, se hablaba en voz baja de un cambio silencioso pero poderoso. Algo que no se vio de un día para el otro, ni salió en portadas. Fue un proceso interno, casi invisible, pero determinante: Lionel Messi dejó de ser un chico tímido entre adultos… para convertirse en el líder absoluto de la Albiceleste.

Y quien más lo vivió en carne propia fue Roberto “Ratón” Ayala, ex defensor central, ídolo de la Selección y hoy integrante del cuerpo técnico que acompaña a Lionel Scaloni. Fue él quien, en una entrevista reciente, soltó una frase que dejó al fútbol argentino y al mundo entero pensando:

“Lo que hizo Messi para transformarse en líder… fue lo más impresionante que viví en una concentración.”

Pero para entender el cambio, hay que ir años atrás.

Año 2006. Ayala todavía era jugador. Capitán del equipo de Pekerman. Messi apenas un adolescente callado, con rostro de niño y una zurda mágica que ilusionaba a todos, pero que aún hablaba poco. Muy poco.

—Messi era un pibe callado, educado, casi invisible en el día a día —recuerda Ayala—. Solo se soltaba cuando tenía una pelota. Ahí hablaba… pero con los pies.

Durante esa Copa del Mundo, Leo apenas jugó unos minutos. Fue suplente la mayor parte del torneo. Aceptaba todo con humildad. No pedía, no reclamaba, no se quejaba. Muchos lo veían como el futuro… pero nadie imaginaba que ese chico, años después, sería quien gritaría en un vestuario con lágrimas en los ojos para motivar a 26 hombres antes de una final.

Avanzamos al año 2016. Argentina perdía otra final, la de la Copa América Centenario, y Messi, entre lágrimas, anunciaba su renuncia a la Selección. Era un golpe al corazón. No solo del equipo, sino del país entero.

—Ahí fue cuando me di cuenta que Leo cargaba con una mochila imposible —cuenta Ayala—. Le habíamos puesto todas las expectativas encima, como si fuera un súper héroe. Y él solo quería jugar, hacer feliz a la gente.

Fue en ese momento cuando el cuerpo técnico entendió que había que cuidar a Messi. Pero también acompañarlo. No como un nene al que proteger, sino como un hombre al que había que ayudar a encontrar su voz.

En 2018, tras el fracaso en Rusia, todo parecía estar en ruinas. La AFA tambaleaba, los referentes se alejaban, y Messi volvía a alejarse del combinado nacional. Pero algo había cambiado. No en los resultados, ni en la estructura. Había cambiado él. Por dentro.

—Volvió con otra mirada. Ya no era el chico tímido. Era un hombre. Y empezó a hablar. Poco, pero claro. Cada palabra suya pesaba como oro.

Scaloni fue nombrado técnico interino. Ayala, junto a Samuel y Aimar, lo acompañaron desde el día uno. Y ahí empezó lo que Ayala llama “la transformación más silenciosa del fútbol moderno”.

—Messi ya no necesitaba gritar. Solo estar. Los chicos lo miraban como quien mira a un faro en la niebla. Cuando él hablaba, todos escuchaban. Cuando se reía, el grupo se relajaba. Cuando se enojaba, sabías que había que cambiar algo.

Pero lo más impresionante, según Ayala, no fue lo que Messi decía, sino cómo escuchaba.

—Leo empezó a escuchar más a sus compañeros. A preguntar cómo estaban. A aconsejar sin imponer. A mostrarse humano. Vulnerable a veces. Y eso fue lo que lo hizo líder. No fue la cinta, fue la cercanía.

Copa América 2021. En Brasil. Sin público. Pandemia. Condiciones durísimas.

Pero algo nuevo flotaba en el ambiente.

—Lo vimos desde el primer día en Ezeiza. Leo llegó con una energía distinta. Se reía, jugaba con los más chicos, armaba rondas de mate. Y en cada charla, en cada cena, construía algo. Unidad. Familia.

Los mensajes en el grupo de WhatsApp de la selección no eran formales ni protocolares. Messi mandaba stickers, bromas, música. Era uno más. Pero a la vez, era todos.

Y llegó el momento crucial.

La final en el Maracaná. Contra Brasil. En su casa.

—La noche anterior, hubo una charla técnica. Y luego, Messi pidió hablar. Nadie lo esperaba. Se paró, sin papel, sin plan. Y habló con el corazón.

Ayala no lo olvida:

“Dijo cosas que nos hicieron llorar. Habló de sus derrotas, de sus heridas, de lo que significaba vestir esta camiseta. Dijo que estaba dispuesto a dejar todo, una vez más. Que no importaba si él hacía el gol o no. Que quería ganar por el grupo. Y por la gente.”

Muchos jugadores terminaron esa charla con los ojos llenos de lágrimas. No por presión. Por amor. Por conexión.

Y ganaron.

El Maracaná fue testigo del Messi más humano, más líder, más libre.

Pero faltaba algo más.

Qatar 2022.

Una Copa del Mundo que parecía imposible. Pero que encontró al Messi más completo de todos.

Ayala lo resume en una sola escena:

—Antes de la final con Francia, Messi no pidió hablar. Pero cuando vio que algunos chicos estaban nerviosos, se acercó uno por uno. A Enzo, a Julián, a Cuti. Les decía: “Jugá como sabés. Confío en vos.” Solo eso. Pero se lo decía mirándolos a los ojos.

Durante el partido, Messi gritó, celebró, abrazó, se enojó. Fue capitán de cada centímetro del campo.

Y al final, levantó la copa, rodeado de sus compañeros, que no lo seguían por su nombre, sino por lo que él era para ellos: un hermano mayor, un referente, un líder silencioso.

Cuando le preguntaron a Ayala cuál fue el secreto, su respuesta fue simple:

—Escuchar, caerse, volver. Y no creérsela nunca.

Messi no gritó para ser líder. No se impuso. Se ganó el alma del grupo con gestos. Con abrazos. Con miradas. Con humanidad.

Y ese, quizás, fue su mayor gol.

Hoy, en cada rincón del mundo, hay quienes lo recuerdan por sus cifras, sus récords, sus títulos.

Pero los que estuvieron ahí, como Ayala, saben la verdad más profunda:

“Messi no nació líder. Se construyó como uno. Y lo hizo en silencio. Con respeto. Y con amor por esta camiseta.”