No sé si fue un espejismo, una foto mal iluminada, o si el viento de Madrid soplaba frío aquel día, pero lo que vi fue a Terelu Campos más pálida de lo habitual al escuchar el nombre de Beatriz Cortázar unido al de Carlo Costanzia. Y lo supe: algo estaba a punto de estallar.

Llevo siguiendo a las Campos desde mis tiempos de voracidad por las portadas, por las exclusivas que suenan a fuente confiable y también a chaqueta que se pone de nadar, porque en este mundo de la prensa rosa todo flota, nada firme.

El año comenzó con rumores que giraban como las hélices de un molinillo: Carlo Costanzia, novio de Alejandra Rubio, nieta de María Teresa Campos, se había sentado en platós, concedido entrevistas, y dicho cosas que algunos consideraron provocativas. Que no tenía ganas de conocer a Terelu ni a Carmen Borrego, que las consideraba “de segunda categoría”, decían medios que lo escucharon.

No obstante, más allá del ruido mediático, lo que realmente llamó la atención fue la reacción de Terelu cuando, durante una pieza de ¡De viernes!, se mencionó que Beatriz Cortázar había hablado del tema. Yo la vi, y no exagero: su rostro cambió de color, un ligero temblor en sus labios, una respiración contenida. Algo de “¿otra más?” se le leía en los ojos.

La cuerda que se tensaba
Ya sabíamos que Carlo se sentía incómodo en ciertos círculos de la familia política. Que no sólo se trataba de los paparazzis sino de aquellas voces que se creen con derecho a opinar. Beatriz Cortázar, periodista con pluma afilada, intervino en tertulias diciendo que algunas declaraciones de Carlo no sólo rozaban la provocación, sino que reavivaban viejos fantasmas de los Campos: el de la deslealtad, el del “no hablar de tú a tú”, el del supuesto desprecio silencioso.

Cuando salió eso al aire, Terelu se quedó callada unos segundos que parecieron horas. Yo tenía el corazón acelerado viendo ese silencio. Porque callar para ella no suele ser la norma; suele ser el aviso de que la tormenta va a venir.

Carmen Borrego, heredera también de esa voz que no calla, no tardó en entrar en escena. Alguna frase colateral, un matiz dejado caer en una entrevista, un comentario de “familia”, “profesionalismo”, “respeto” y “etiqueta”. Lo dejo caer, pero lo digo, se sentía como quien lanza piedras desde dentro de la casa, sabiendo que van a resbalar por las paredes.

Beatriz Cortázar entra en escena
Beatriz Cortázar, con su aire de analista de alta tensión, comparaba lo que había dicho Carlo con lo que la familia representaba. “¿Cómo puede decir que no tiene interés en conocerlas si luego aprovecha esas mismas relaciones para proyectos, portadas, entrevistas?”, preguntaba. Esa pregunta resonó en el plató, en los pasillos de Mediaset, en los cafés de prensa rosa.

Cuando el nombre de Beatriz fue vinculado con las opiniones de Carlo, Terelu palideció. Me pareció que llevaba encima siglos de mirar para otro lado, de intentar que los suyos conservaran dignidad, frente a medios que juzgan lo superficial, lo que tapa la sombra.

El bochorno Carmen Borrego
Mientras tanto, Carmen Borrego, su hermana, no se quedó atrás. En ese juego de aparente indiferencia y recelo, ella se encontró con la obligación de defender lo suyo: la familia, la marca Campos, la imagen. Pero algunas de sus intervenciones fueron recogidas como bochornos: frases poco medidas, reproches que parecían más internos que públicos, expresiones de dolor y molestia que, en el fragor de la transmisión, sonaron como puñadas dentro de la casa.

Una comida familiar fue también foco de especulación: en Aravaca, Terelu organizó un almuerzo con Alejandra Rubio y Carlo Costanzia. Carmen Borrego lo calificó como “una comida normal”, pero los ojos curiosos ya habían visto lo que nunca antes: la posible reconciliación, las distancias, la tensión soterrada. Que Carlo entrara en casa de Terelu, aunque fuera con otras personas de por medio, ya era noticia. Que Carmen dijera que “lo que sería noticia es que viniera a comer a mi casa” dejó caer la vaina que molestaba: algo no estaba en términos iguales.

El momento decisivo
Tengo grabado en la memoria ese instante en ¡De viernes! cuando sacaron a colación una portada comprometida: declaraciones de Carlo Costanzia, opiniones de Cortázar, y un titular que ponía en entredicho la percepción que Terelu había construido de sí misma frente a la audiencia. “El problema debe ser que hay personas que no escuchan”, dijo Terelu, con voz suave, incluso un poco cansada.

Y Beatriz Archidona, tratando de medir cada palabra, le preguntó si “cerrada al amor, cerrada a relaciones de pareja” era su forma de decir que ya no da espacio a quien la juzga, al que la evalúa, al que tiene opiniones externas. Terelu respondió que no le molestaba tener pareja si esa persona suma, no resta. Que algunas cosas, de momento, le restan muchísimo. Esa confesión portaba dolor, un registro íntimo asomándose al gran escaparate de la televisión.

Consecuencias visibles
Después de eso, Terelu quedó con el gesto apagado. Algunos colaboradores comentaban que estaba “pálida”; que no era el efecto del maquillaje, sino que lo que dolía era el eco de lo dicho, lo no dicho, lo juzgado, lo comparado.

Carmen Borrego, por su parte, empezó a recibir críticas de colegas y de seguidores: que si estaba siendo demasiado protectora, que si se había equivocado en apuntar con reproches públicos, que si el “bochorno” real era no cerrar las grietas familiares con mayor discreción.
Y medía más sus intervenciones en redes: ya no soltaba todo lo que pensaba, los titulares menos agresivos; al menos, los que no parecieran herir lo irreparable.

Epílogo provisional
No sé cómo acabará todo esto. En este mundo de luces y sombras, de platós y flashes, lo que se rompe no siempre se repara y lo que se dice no siempre se olvida.
Pero algo queda claro para mí: Terelu Campos, en su frente, lleva más que decepciones de prensa; lleva una resistencia. Que Beatriz Cortázar haya sido mencionada, que Carlo Costanzia haya sido acusado de frases duras, que Carmen Borrego sienta bochorno no solo por lo que se dice, sino por lo que significa: que en el corazón de una familia que vive de miradas ajenas, cada palabra fuera de tono duele más.
Quizá mañana habrá otro titular, quizá se dirá que ya no hay tensiones, que todo está arreglado. Pero mientras tanto, la piel de Terelu, pálida, muestra que hay cicatrices que el tiempo no borra, que los rencores salen a la superficie cuando menos lo esperas, y que en el show business familiar, nadie sale indemne.
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