Por Carlo Costanzia y Patricia Pardo (Telecinco)
No era la primera vez que sentía el peso de los focos, pero aquella tarde algo se rompió. Soy Alejandra Rubio, y me dispongo a relatar lo que pasó cuando una bronca pública me arrastró hacia un rincón inesperado: el de quien debe recular para no quedar hecha pedazos.

El detonante inesperado
Todo comenzó con un comentario en vivo enVamos a Ver, el programa matutino de Telecinco presentado por Patricia Pardo. Ella, con esa voz serena de presentadora que amasa titulares, lanzó una pregunta directa: “Alejandra, ¿es verdad que anoche no dormiste con Carlo?” Se escuchaba el micrófono encendido, el eco del plató y el leve susurro del público detrás de cámaras. Telecinco se había convertido en un ring, y yo —colaboradora— estaba en el póster del combate. (Telecinco, Vamos a Ver)
Esa pregunta no era inocente: agitaba rumores que circulaban ya en prensa rosa sobre una posible crisis entre Carlo Costanzia y yo. Rumores que él y yo habíamos tratado de mantener fuera del ojo público por respeto a nuestro hijo y a nuestra intimidad. Pero Patricia la pronunció con esa calma que parece mostrar objetividad… hasta que te desarma en segundos.
Quizás me sorprendió la audacia, quizás me faltó preparación. El rostro se me calentó, el corazón se aceleró. Intenté responder con calma, pero las cámaras me tragaban el aliento.

El recule obligado
Respiré hondo, y dije con voz firme:
— «No, no hemos roto. No ha pasado absolutamente nada.»
Las palabras resonaron, pero internamente titubeé. Sabía que esa afirmación sería diseccionada después. Pero Patricia no dejó flaquear el foco: “¿Entonces, Carlo sí durmió en casa anoche?” — preguntó, sin cambiar el tono —. Un silencio insoportable se abrió en el aire.
Cómo duele tener que confirmar lo que debería ser natural. Sentí que retrocedía: no porque no fuera verdad, sino porque el escenario no permitía matices. Y dije:
«Ayer trabajé por la noche, llegué tarde… y Carlo estaba en la cama esperándome».

Las cámaras captaron mi rostro con la furia contenida, la mirada vacilante. Ese reculo no era para mi orgullo, era para proteger lo que importa: nuestra historia, nuestra familia.
Ese recule fue mi defensa, mi bendita estrategia para que el debate no se convirtiera en guerra. Vi las luces pálidas del plató, la dirección que movía sus cámaras, los compañeros que me miraban con esa mezcla de curiosidad y distancia.

El fuego cruzado contra Costanzia
Pero la tormenta no quedaba allí. Poco antes, un paparazzi había hecho una acusación grave: que Carlo le había lanzado huevos desde nuestra casa. La voz del periodista — distorsionada— y su figura oculta generaban una sospecha que dolía en lo profundo. (La Vanguardia)
Carlo negó todo públicamente; pidió pruebas, amonestó que tomaría acciones legales. Cuando él habló con firmeza, yo sentí que debía estar a su lado. En el plató de , me pronuncié:
Eso me parece una barbaridad. No tenemos ni una prueba. No sé por qué un señor que oculta su rostro tiene voz aquí, lanzando acusaciones graves.”
Lo dije con rabia contenida. Porque acusar a alguien sin pruebas es ensuciar reputaciones como si fueran papel viejo. Y luego la influencia de un medio lo vuelve casi verdad. (La Vanguardia)
Además, señalé: “Si ha existido agresión, que vaya a la policía. Nosotros no vivimos así. Que inventen frases cuando no hay nada que contar ya es rutina.” Lo sentí como un puñetazo suave contra el rumor continuo que nos acosa.
Patricia Pardo: juez inesperada
Patricia Pardo no era antagonista planeada, pero esa tarde asumió un papel peligroso: el de juez mediador. Sus preguntas no eran neutras; llevaban filo. Quizás no lo sabía, pero cada “¿Es cierto que…?”, cada “¿Por qué no…?” era una estocada sutil.
Ella, desde su posición de presentadora con autoridad, construía el escenario para la bronca. Porque en televisión, la pregunta es arma tanto como el titular. Y yo, frente a ese arma, tuve que elegir recular para contener el daño.
La tensión escaló. Momentos después, el plató quedó en silencio por un corte técnico, y Patricia retomó con suavidad. Pero la contienda ya estaba sembrada. El público tras las cámaras murmuraba.
Las grietas de la verdad
Mientras reculo, siento que las grietas se ensanchan. Porque no afirmo lo que otros supondrán que oculto, ni niego lo que otros quieren que revele.
Sí, hay días en que Carlo y yo nos distanciamos: trabajos nocturnos, exigencia mediática, el llanto de un niño que pide abrazos. Pero eso no es crisis: es vivir entre reflejos. (Telecinco)
Para quienes fuimos etiquetados “hace no mucho tiempo”, cada paso se observa con lupa. Yo me he mantenido firme cuando se me acusó, cuando se me puso en titulares falsos, cuando tuve que defenderme en directo. Pero aquel día frente a Patricia Pardo, el reculo no fue derrota. Fue escudo.
Con la voz trémula, dije:
— «No tengo que desmentirlo todo. Me cansa que inventen noticias cuando no hay nada real.»
Y lo dije sabiendo que pocos lo entenderán. Pero al menos lo registré.
La bronca colectiva
Esa tarde no fue solo mi bronca. Fue la bronca de quienes tienen vida pública, de los que cargan con rumores ajenos. Fue el cruce entre lo personal y lo mediático. Cuando alguien te pregunta si dormiste con tu pareja, no solo pide datos: exige que muestres tu lugar en esa pareja.
Y cuando acusan con voz distorsionada desde programas como Fiesta (Telecinco) sin pruebas, te obliga a responder. (La Vanguardia)
Telecinco, esa tarde, expuso la tensión: qué puede el rumor, qué puede el silencio, qué puede la pregunta. Patricia Pardo fue epicentro. Yo, víctima voluntaria de ese centro.
Al final de la emisión, respiré con agotamiento. Vi mis gestos en el monitor lateral. Fue una bronca pública gratuita, pero también una lección: jamás ceder ante quienes solo buscan espectáculo.
Reconciliación con uno mismo
Cuando apagan las luces del plató, cuando las cámaras se retiran, queda el eco del reculo. Ese reculo que no es retroceso de valor, sino estrategia para preservar lo esencial.

Me dije:— «Alejandra, aunque fallen las palabras, no caerás en silencio. Que ese reculo no te avergüence. Que no te hagan olvidar que tu verdad existe más allá del micrófono.»
Con Carlo hablamos esa noche. No hubo gritos. Hubo abrazos. Hubo promesas de no dejar que ni el rumor ni la bronca nos derroten.
Ella, Patricia Pardo, tal vez no sabía que estaba detonando algo más que una pregunta; estaba confrontando una historia humana con su arma de periodista. Yo reculé para no tropezar con sus cuchillas.
Epílogo
La bronca fue tremenda, pero no implacable. Recurrir, recular, responder con mesura, denunciar lo injusto: todas fueron piezas del mismo combate.
Que se hable de mí que reculé una tarde. Que se diga que cedí a la presión. Pero también: que resistí lo que debía resistir. Que supe que hay momentos en que no se trata de ganar, sino de no perder lo que amas.
Carlo duerme en casa. En silencio, sin titulares. Y yo me reconcilio con mi voz: la que habla en directo, la que calla cuando debe, la que recula para seguir.
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