Desde pequeño, Lamine Yamal ha sido un nombre que resuena con fuerza. En las canchas de entrenamientos, en los barrios, en La Masía y, finalmente, en los estadios del Camp Nou y de la Selección Española, su fútbol brilla. Pero detrás de esas gambetas, esos goles y esa presión mediática, existe una historia que pocos conocen del todo: la de una dupla parental que podría calificarse, sin exagerar, como una de las más duras, complicadas y contradictorias que un niño prodigio del fútbol pueda enfrentar.

Orígenes: dos mundos, una separación

Lamine nació en 2007 en Esplugues de Llobregat, pero su historia personal arranca mucho más atrás, en barrios humildes, en familias con lo justo, lejos de lujos. Su madre, Sheila Ebana, es originaria de Guinea Ecuatorial; su padre, Mounir Nasraoui, de Marruecos.

Cuando Lamine tenía apenas tres años, sus padres se separaron. Eso significó que creció entre dos hogares, dos ciudades — Granollers donde vivía su madre, y Mataró donde vivía su padre —, transitando entre uno y otro, adaptándome siempre. En Mataró, Rocafonda fue su barrio, ese lugar kodificado en su celebración: al marcar gol, hace con los dedos “304”, que son los últimos dígitos del código postal de Rocafonda.

Ya esto solo — padres separados, pobreza, movilidad constante, vivir en un barrio marginal estigmatizado — sería bastante para poner a prueba a cualquier niño. Pero lo que vino luego complicó todo aún más.

El padre en peligro, la incertidumbre y el trauma

En agosto de 2024 ocurrió algo que marcó el punto más bajo de aquella dupla parental. El padre de Lamine, Mounir Nasraoui, fue apuñalado en un estacionamiento en Mataró, tras una pelea. Fue trasladado de urgencia al hospital, con heridas graves.

Imagina la escena: un joven que semanas atrás había celebrado triunfos, expectativas, sueños; y de pronto recibe llamadas informándole de que su padre está herido, posiblemente al borde de lo peor. En ese momento, no pudo acudir: era demasiado joven, dependía de adultos. Le llevaron a casa, lo encerraron para protegerlo, para evitar que empeorara lo que ya era insoportable.

El impacto emocional fue inmenso. No solo por miedo, sino por la impotencia de no poder hacer más, de estar en medio de un conflicto que desbordaba al niño, al futbolista, al hijo.

Ser hijo de dos universos: expectativas, contradicciones, exigencia

Porque además de los peligros físicos, estaba lo invisible: la presión social, el juicio, las contradicciones.

Su padre, aunque con pasado humilde, con un barrio que lo crispa por momentos, ha manifestado públicamente orgullo y apoyo hacia Lamine, pero también ha generado polémica. En un momento dijo cosas como “Me la pela el que me da de comer es el Barça”, destruyendo críticas por su pasado madridista. Ese tono, entre lo desafiante y lo protector, parece querer borrar heridas pasadas, pero a su vez añade tensión: la lealtad al hijo, la defensa pública, los ruidos externos.

Su madre, por otro lado, aunque menos protagonista en los medios, ha sido pieza central en su crianza. Crías entre dos casas, dos ciudades, con amor, claro; pero también con distancias físicas, emocionales. Tener que dividir a un hijo entre dos lugares y estar presente aunque no siempre visible, duele, porque cada victoria de Lamine implicaba un viaje, una llamada, un abrazo distante; cada derrota, una ausencia en el silencio.

La pobreza, la marginalidad, la exposición al peligro (como la agresión al padre o la violencia del entorno) crean un ambiente que no es el ideal para un talento tan expuesto. Y más aún cuando ese talento implica viajar, entrenar, competir bajo luz de focos. Hay días que el niño debe concentrarse en cómo moverse con el balón, otros en cómo no mirar detrás al escuchar gritos, otros simplemente en cómo creer que todo estará bien.

La superación se vuelve inevitabilidad

Pero si hay algo que distingue a Lamine, es que nunca se ha dejado derrotar por esa dupla parental difícil. En vez de eso, la ha convertido en combustible.

Su talento nació jugando en la calle, en el parque, en carreras uno a uno; su padre le decía: “no solo juegues con la pelota, juega con los demás”, enseñándole que el fútbol no es egoísta, que hay que pasar, colaborar, pensar como equipo.

Su madre, su presencia constante, el esfuerzo por criar en medio del caos, por llevarlo a entrenamientos, por acompañarlo en los momentos duros, han sido su refugio.

¿Peor dupla parental de la historia?

¿El título lo exagera? ¿Se podría decir que es “la peor dupla parental en la historia del fútbol”? Quizá no se pueda comparar objetivamente con todos los casos del mundo, pero lo que sí es cierto es que:

Contradicción constante: un padre amado pero expuesto a violencia, una madre que lo cría en condiciones adversas; separación temprana; presencia física intermitente.

Riesgo real: más que simbólico, el peligro de la agresión, de la herida física, de la inestabilidad social.

Presión extra: ser talento emergente, ser observado, tener expectativas gigantescas, tener que sobrellevar la fama joven mientras se resuelve lo de la casa, lo del barrio, lo de las inseguridades.

Impacto emocional real: miedo, angustia, incertidumbre. Que se suman al estrés de entrenar, competir, triunfar.

Respuestas resilientes: en vez de quebrarse, ha aprendido de ambos padres: de la madre la fortaleza, del padre la pasión, del dolor la urgencia de brillar.

Momento presente: sombras y luces

Hoy, Lamine tiene apenas 17‑18 años y ya ha conquistado cosas que muchos jugadores sueñan durante toda una vida. Ha ganado la Eurocopa con España, ha debutado muy temprano, marca récords, ha sido titular en grandes partidos.

Pero las sombras no desaparecen:

Cada gol, cada reconocimiento trae consigo también los ecos del pasado: recordar el barrio, recordar los días sin certezas.

Las noticias de lo que le pasó a su padre siguen presentes, la recuperación, la angustia hasta saber que estaba “estable”, los días de hospital.

La expectativa mediática es algo que consume: ¿qué hará ahora?, ¿cómo resistirá? ¿Podrá mantener esa pureza de juego sin que las heridas internas se conviertan en peso?Y sin embargo, también hay esperanza: la capacidad de hablarnos con naturalidad de ese dolor, de compartirlo públicamente, de usarlo no como excusa sino como impulso. Esa fortaleza emocional aún en construcción.

Reflexión final

Quien vea a Lamine Yamal solo como la nueva promesa del Barça o como un fenómeno precoz del fútbol, podría pasar por alto lo que ha tenido que soportar. La separación de sus padres, vivir entre dos realidades, la violencia sufrida por su padre, la pobreza, la marginalidad, las expectativas inmensas… todos esos elementos lo hacen más que un talento: lo convierten en un sobreviviente.

¿“La peor dupla parental de la historia del fútbol”? Tal vez ese título sea demasiado absoluto. Pero lo que sí es seguro es que, en ese dúo —madre, padre, barrios, heridas— Lamine no solo ha tenido que aprender a jugar con los pies, sino también con el corazón. Y es esa capacidad de continuar, de brillar pese al tumulto, lo que lo distingue, lo que inspira.

Porque al final, en cada sprint, en cada regate, en cada gol, no solo juega Lamine: juegan las historias que arrastra, los sacrificios, las ausencias, los miedos. Y si logra mantenerse, crecer no solo como futbolista sino como persona, entonces esa dupla parental tan dura dejará de ser lo que lo hiere, para convertirse en lo que lo creó.