La luna se reflejaba tenue en los focos del plató de ¡De Viernes!. Era una noche más de tertulias, luces encendidas, micrófonos listos para captar cada suspiro. Santi Acosta presentaba, Rocío Flores colaboraba, y aquella noche estaba invitada Terelu Campos, en un papel que muchos consideraban simbólico: suegra, madre, figura entregada. Pero también, alguien que ha estado en el ojo del huracán mediático. Esa noche prometía tensión. Y la tensión llegó.

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Carlo Costanzia padre entró al plató bajo una atmósfera cargada de expectativa. No era solo el hecho de que fuera el padre de un futuro nieto, lo que ya de por sí da peso emocional a cualquier reencuentro, sino que había muchas posiciones, muchas historias encontradas, silencios incómodos, reproches guardados… Había rumores, vetos, palabras que aún no se habían pronunciado.

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Terelu Campos lo sabía. Sabía de los vetos: que Carlo había preferido no sentarse junto a ella al inicio del programa, que pidió no compartir sofá, que su colaboración como madre de Alejandra Rubio generaba malestar. Terelu, sin embargo, no llegó al plató con ánimo de pelea. Llegó con dignidad, con derecho a su espacio, con la convicción de que su rol era acompañar, escuchar, hablar con la verdad que le permite su voz.

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Cuando las cámaras se encendieron, el ambiente se sentía tenso. Carlo, al inicio, mantuvo cierta distancia. Terelu, en cambio, miraba con ojos que no escondían la emoción. Había momentos en que el silencio era tan fuerte como los aplausos forzados. Rocío Flores, sentada algo más atrás como colaboradora, observaba, quizá buscando un puente entre los dos, quizá conteniendo el aliento. Santi Acosta condujo la emisión con tono mesurado, consciente de que aquello no era solo un entretenimiento, sino un encuentro que llevaba años madurando entre rumores, heridas y silencios.

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Uno de los momentos más esperados fue cuando Terelu preguntó directamente a Carlo: “¿Eres feliz?”. Fue una pregunta simple, cargada de significado. Carlo respondió que sí, que se siente afortunado con lo que tiene, con el bebé en camino, con su relación con Alejandra Rubio. Pero fue la respuesta llena de matices: “Estoy contento, pero no todo es fácil… cuando se trata de familia, de expectativas, de lo que los demás opinan, se carga uno de preocupaciones”. En ese instante, Terelu le dio la mano, como si quisiera calmarlo, o como si quisiera hacerle ver que no está solo.

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Pero claro, no podía faltar lo que subyace detrás: los vetos. Carlo Costanzia había impuesto condiciones: que Terelu no estuviera cerca de él al comenzar la entrevista, que no compartieran sofá, que su participación estuviera limitada. Terelu lo sabía, se lo habían comentado los productores. Ella aceptó el rol que le dieron, pero no sin sentírlo—sin sentir que aquellas decisiones eran salpicaduras en el espejo que refleja su rol como madre y como colaboradora de un programa que la hizo famosa.

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La audiencia pudo ver algo más. En un segmento previo al show principal, se proyectaron imágenes del cumpleaños de Terelu Campos. En ese evento se dio una escena que encendió los rumores: Terelu posando junto a Alejandra Rubio y Carlo Costanzia padre, una foto en la que ambos Carloses —el padre y el hijo— aparecían juntos con ella. Lo que para algunos fue una muestra de unidad familiar, para otros fue una provocación, una traición velada a Mar Flores. Las redes sociales ardieron. ¿Cómo permitirse esas imágenes si hay memorias de Mar Flores, críticas veladas, conflictos públicos que no acaban de curarse? Terelu defendió aquella imagen diciendo que Carlo padre está en su vida personal, que es abuelo de su nieto, que ella cree en los vínculos aunque haya opiniones dispares.

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En medio de todo esto, se produjo un pequeño estallido. Un colaborador del plató, José Antonio León, hizo una alusión sobre Jeimy Báez, ex de Carlo, insinuaciones sobre lo que se cuenta, lo que se ha dicho, lo que podría decirse. Terelu lo detuvo de inmediato: “No sigamos por ahí”, dijo con firmeza, claramente dolida. “Mi hija no tiene nada que ver con esta persona, cero patatero”. Esa frase resonó fuerte. No era solo rechazar un comentario, era trazar un límite.

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Hubo también un momento de cercanía inesperada: después de la tensión, tras los silencios, Terelu tomó aire y dijo algo que pareció sinceramente sentido: agradeció a Carlo Costanzia por cómo había tratado a su hija, por el cuidado, por el respeto. Dijo que ver cómo alguien ama a su hija, la mima, la cuida —no con perfección, porque nada lo es— le parecía algo hermoso, algo que aportaba tranquilidad. En ese instante, la audiencia pareció respirar: había calor humano, había algo más que titulares.

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Pero no todo quedó en palabras bonitas. Las críticas siguieron llegando: que si Terelu “traiciona” a Mar Flores, que si la invitación al padre de Carlo había sido provocación, que si las memorias de Mar Flores pintan un retrato que ella no comparte. Terelu contestó que su vida personal es suya, que invitó a quien quiso invitar, que en una fiesta de cumpleaños no se manda, se recibe y se comparte. Que respetaba a Mar Flores, pero también tiene derecho a sus afectos, a sus decisiones, a su historia con su hija.

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Uno de los momentos quizá más simbólicos fue cuando Terelu y Carlo padre se encontraron físicamente en el escenario, separados por un “muro luminoso” de escenografía, una barrera estética que parecía metáfora. Terelu dio el paso de atravesarla para abrazarlo. Carlo, al principio, dudó, su respiración cambió, su expresión también. Había pudor, tal vez resistencia. Pero el abrazo sucedió. Fue breve, pero más elocuente que muchas declaraciones. En ese instante, algo crujió en el guion previsto: la puesta en escena se transformó en un acto humano con fisuras, con posibilidades.

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Rocío Flores observaba todo eso. No intervenía, pero su presencia era clave: hija, nieta, pilar familiar. Su mirada, muchas veces emotiva, otras veces reservada, servía como puente con los espectadores. El público quería saber si Terelu estaba sola en esto o si tenía respaldo, si la distancia con Mar Flores era insalvable o no.

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Cuando el programa cerraba, Terelu quiso aclarar algo final: no busca enemistades, no busca provocaciones. Pretende que su hija sea feliz, que el nieto nazca en un ambiente lo más tranquilo posible. Que los lazos familiares puedan al menos tener gestos sinceros, no imposiciones de guion. Que la maternidad de Alejandra Rubio no sea motivo de división, sino de unión. Y que si alguien quiere entender, escuchar, conocer, lo que ella siente, que respete su historia, su verdad.

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El telón bajó con aplausos medidos, algunos silencios, miradas de reflexión. En los pasillos los micrófonos recogían susurros: “¿pueden arreglar esto?”, “¿habrá perdón?”, “¿quién tiene la razón?” Terelu Campos salió del plató con la respiración algo agitada, con la mirada firme, pero con el peso de lo dicho. Carlo Costanzia lo hizo con gesto serio, quizá consciente de que aquella noche nada volvería a ser igual que al comienzo del programa.

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Porque lo que quedó claro es esto: en el escenario de ¡De Viernes!, Terelu Campos no solo fue suegra, ni solo colaboradora; fue mujer, madre, protagonista de su propia historia. Y Carlo Costanzia, aunque parte central del conflicto, también quedó expuesto: entre los vetos, las imágenes, los silencios. Y entre ambos, Rocío Flores, como testigo, como puente, como reflejo de lo que puede suceder cuando se mezclan el corazón, los medios y la familia pública.


Quizá mañana los titulares sean distintos, quizá algunos seguirán haciendo leña del árbol caído. Pero aquella noche de De Viernes! quedó como aquella en la que se rompieron murmullos, se atravesaron barreras luminosas y se demostró que, más allá de las críticas, siguen existiendo los afectos —o al menos la posibilidad de reconstruirlos.