El día que Tomás decidió casarse con Paula, supo que debía hacer algo memorable. No solo porque ella era el amor de su vida, sino porque su historia juntos merecía un capítulo digno de contarse por generaciones. Lo que no sabía es que ese capítulo incluiría a Lionel Messi.

Tomás y Paula se conocieron en Rosario, la misma ciudad donde nació el ídolo argentino. Ambos eran fanáticos del fútbol, pero él lo era de una manera especial. Desde niño, Tomás había idolatrado a Messi. No solo por su talento, sino por lo que representaba: humildad, esfuerzo, lealtad. De hecho, una de las primeras conversaciones entre él y Paula fue sobre el gol de Messi al Getafe, aquel que recordaba al mismísimo Maradona. Ella lo miró con una sonrisa pícara y le dijo: “Sí, pero no te emociones tanto, que en esta casa se alienta a Newell’s”. Desde entonces, todo fue risa, fútbol y amor.

Después de seis años juntos, Tomás planeó la propuesta perfecta. En la cancha de fútbol donde jugaban los domingos con amigos, bajo un arco decorado con luces, se arrodilló con un anillo en la mano. Paula, emocionada, dijo que sí sin pensarlo.

Meses después, mientras organizaban la boda, Tomás tuvo una idea loca. Durante una cena familiar, soltó:

—¿Y si invito a Messi a la boda?

Todos se rieron. Pensaron que era una broma. Paula lo miró entre divertida y resignada. —Vos y tus locuras…

Pero Tomás hablaba en serio. Sabía que las posibilidades eran mínimas, casi nulas. Sin embargo, algo en su interior le decía que debía intentarlo. Así que tomó una decisión: viajaría a Miami, donde Messi vivía desde su llegada al Inter Miami.

El viaje no fue fácil. Vendió su vieja moto para pagar el pasaje, pidió licencia en el trabajo y se hospedó en un hostel barato cerca del DRV PNK Stadium. Durante una semana entera, Tomás esperó. Se acercaba al entrenamiento del equipo, preguntaba con respeto a los empleados del club, intentaba dar con alguien del entorno de Messi. No buscaba acosarlo, solo quería hacerle llegar una carta.

Una mañana, tuvo suerte. Se encontró con un utilero del club argentino que simpatizó con su historia.

—¿Vos viajaste desde Argentina solo para invitarlo a tu boda? —le preguntó con incredulidad.

Tomás asintió, mostrando la invitación escrita a mano.

—No te prometo nada —le dijo el hombre—, pero me caíste bien. Dejámela. Yo la hago llegar.

Con eso, Tomás regresó a Rosario. No tenía muchas esperanzas. Paula lo abrazó cuando llegó.

—Al menos lo intentaste, amor.

La boda se programó para el 21 de diciembre. Todo estaba listo: la fiesta sería al aire libre, en un salón rodeado de árboles y luces colgantes. Amigos, familia, incluso ex compañeros del colegio de Tomás y Paula estarían allí. Pero no Messi. Eso era seguro. ¿Cómo podría aparecer el mejor jugador del mundo en medio de su agitada agenda? Había sido un sueño lindo, nada más.

El día de la boda llegó. Era una tarde perfecta, con el cielo despejado y el aire tibio. Tomás, nervioso y emocionado, esperaba en el altar. Paula entró del brazo de su padre, radiante. Todo era perfecto.

Luego de la ceremonia, comenzó la fiesta. Hubo brindis, risas, bailes, una suelta de globos en honor a los que ya no estaban. En medio de esa algarabía, cuando los invitados ya se habían relajado y empezaban a servirse el segundo plato, se escuchó un pequeño revuelo cerca de la entrada del salón.

Un primo de Tomás se acercó corriendo, agitado.

—Tomi… Tomi, no vas a creer quién acaba de llegar.

—¿Qué pasó?

—Messi. ¡Es Messi! ¡Está acá!

Tomás se rió. Pensó que era otra broma de sus amigos. Pero cuando giró hacia la entrada, su corazón se detuvo por un segundo.

Allí estaba él. Lionel Messi. De traje sencillo, sin estridencias, con una sonrisa tímida. Acompañado de dos personas más, probablemente parte de su equipo. Saludó a uno de los camareros, que no podía ocultar su asombro.

Todo el salón quedó en silencio. Por un instante, nadie supo cómo reaccionar. Luego, el lugar estalló en aplausos y vítores.

Tomás se acercó, aún sin creer lo que veía.

—¿Vos sos Tomás? —preguntó Messi, con esa voz baja y familiar que tantas veces había escuchado en entrevistas.

—Sí… sí, yo… no lo puedo creer.

Messi le tendió la mano y luego le dio un abrazo.

—Me llegó tu carta. Me conmovió. No suelo hacer estas cosas, pero me pareció hermoso lo que escribiste. Y además, hace rato que no vengo a una fiesta argentina de verdad.

Paula, que había quedado paralizada cerca de la pista, se acercó. Messi la saludó con un beso en la mejilla.

—Felicitaciones, los dos. Les deseo lo mejor.

El resto de la noche fue como un sueño. Messi se quedó un par de horas. Se sacó fotos con todos, brindó con los novios, e incluso bailó un rato. No quiso dar discursos ni robar protagonismo. Solo les pidió una cosa:

—Por favor, disfruten este momento. El amor es lo más importante.

Antes de irse, Tomás le agradeció una vez más.

—Vos no sabés lo que esto significa para mí… para nosotros.

Messi sonrió.

—A veces, lo que más necesita alguien es saber que fue escuchado. Y vos tuviste el coraje de intentarlo. Eso vale más que cualquier gol.

Y con un apretón de manos, se despidió.

Durante años, la historia fue contada una y otra vez. Algunos no la creían. Decían que era exagerada, que era imposible. Pero ahí estaban las fotos, los videos, los testigos. Y sobre todo, la carta, que Tomás había enmarcado y colgado en su casa: “A Messi, con cariño, por si quiere compartir un momento inolvidable con nosotros. Gracias por tanto. —Tomás y Paula.”

Porque a veces, la locura más grande no es soñar… sino no atreverse a intentarlo.