Un sintecho le pregunta a Pedri :”¿Puede darme 1€?” La respuesta de Yamales.. | HO

La respuesta del joven crack conmociona Barcelona

Barcelona, 24 de junio de 2025. Era una tarde cualquiera en la Avinguda Diagonal, uno de los ejes más concurridos de la ciudad condal. Los automóviles avanzaban con paciencia, los conductores impacientes pitaron un par de veces y en un semáforo en rojo, Pedri González—el centrocampista de solo 22 años que brilla en el FC Barcelona y en la selección española—esperaba a que la luz volvier a verde.

Viajaba solo, con sus gafas de sol y el pulgar apoyado sobre el volante, tratando de pasar inadvertido pese al coche de lujo que lo transportaba. Quién lo diría: aquel muchacho que creció pateando un balón en los campitos de Rocafonda, en Mataró, ahora movía carreteras y ciudades con su presencia.

Sin embargo, lo imprevisible apareció de pronto. Un hombre de rostro curtido por los años y la dureza de la calle, vestido con ropas gastadas y descoloridas, se acercó al coche de Pedri. Su voz, hueca de fuerza pero llena de esperanza, retumbó contra el cristal:

—Señor, ¿podría darme un euro para comprar algo de comer? No como nada desde ayer.

Aquel simple “¿Puede darme un euro?” habría bastado para que la mayoría cerrase la ventana y siguiese su camino. Pero no Pedri. Con la naturalidad de quien no culpa a nadie por su privilegio, bajó la ventanilla sin dudarlo y lo miró con amabilidad sincera. De sus labios brotó la primera pregunta:

—¿De dónde viene usted?

El sintecho, sorprendido, titubeó unos segundos antes de articular palabra:

—Nací en Mataró, señor. No muy lejos de aquí.

Mataró. Aquello encendió una chispa en los ojos del futbolista. En Rocafonda, un barrio humilde a las afueras de esa misma ciudad, Pedri pasó gran parte de su infancia antes de mudarse a Tenerife con su familia. De pronto, ese hombre y él compartían un origen común que él, vestido con camiseta y botas de diseño, nunca hubiese imaginado volver a encontrar.

Ignorando los cláxones de los coches que ya rugían impacientes a su espalda, el semáforo propio seguía en rojo. Pedri bajó del coche y salió despacio, con gesto tranquilo, dejando que el motor se apagara. En la acera, peatones y conductores oteaban la escena con asombro: ¿qué hacía aquella joven estrella hablando con un sintecho en mitad de la avenida?

—¿Cómo se llama? —inquirió Pedri, respetuoso, manteniendo una distancia prudente.

—Lorant Duboa —respondió él, algo nervioso—. Pero puede llamarme Lorant.

—Yo soy Pedro González López, aunque todos me conocen como Pedri —se presentó el futbolista con una sonrisa suave—. Viví en Rocafonda hasta los ocho años. Siempre jugué en los terrenos cerca de la playa. ¿Le suenan?

Lorant entrecerró los ojos, como si rememorara algo profundo.

—Sí. Allí jugábamos con cualquier cosa que sirviese de balón. Soñábamos con un futuro distinto. Yo llegué a probarme para los juveniles del CEM Mataró cuando tenía 14 años, pero no funcionó. Una lesión me apartó del fútbol y, con el tiempo, todo se vino abajo.

Pedri asintió con empatía. Él mismo pasó por pruebas en Tenerife y en Gran Canaria antes de consagrarse. Sabía lo cruel que puede ser el destino cuando una oportunidad no llega en el momento justo.

En ese instante el semáforo cambió a verde y los conductores volvieron a pitar, pero Pedri ni se inmutó. Volvió a confezar, casi en un susurro:

—¿Y desde cuándo está usted en la calle?

—Seis o siete años —contestó Lorant, mirando al suelo—. Perdí mi casa después de la lesión. No pude pagar el piso, mi familia se dispersó y terminé viniendo aquí, a Barcelona, para buscar trabajo… Pero sin papeles, sin referencias… nada.

El silencio duró lo que tarda en encenderse un cigarro. Los transeúntes, curiosos, se apiñaban a unos metros, algunos grabando con el móvil. Pero ninguno osó interrumpir aquel diálogo de polos opuestos: un niño de Rocafonda que se convirtió en estrella mundial, y un hombre de la misma cantera de sueños que la vida descartó.

Entonces llegó el momento clave. Pedri miró a Lorant con decisión y le tendió la mano.

—Tengo una casa a las afueras de Barcelona —empezó—. Mis padres la compraron como inversión; lleva tiempo vacía. Detrás hay un pequeño campo de fútbol donde entreno con amigos de vez en cuando. Me gustaría que usted la cuidara, que mantuviera la casa en condiciones y se ocupara también del campo.

Lorant se quedó boquiabierto. Aquel gesto de un futbolista de élite, para un sintecho, era inconcebible.

—¿Por qué a mí? —preguntó con desconfianza—. Le acabo de conocer.

—Porque crecemos a pocas calles de distancia —respondió Pedri con calma—. Yo tuve suerte; a alguien le importó mi talento y me dio oportunidades. Usted también merece esa oportunidad. No es lástima, es posibilidad.

A su alrededor, la multitud murmuraba emocionada. Un periodista deportivo, atraído por la conmoción, se acercó y preguntó:

—Señor Pedri, ¿qué significa todo esto?

Él se giró, consciente de las cámaras y los micrófonos, y respondió con voz clara:

—Este hombre se llama Lorant Duboa. Creció cerca de mí en Mataró y, al igual que yo, soñaba con el fútbol. La vida no le dio la misma suerte, pero eso no le quita la dignidad. Vamos a poner en marcha un proyecto juntos: un programa para entrenar a niños de barrios como Rocafonda o Rocafonda Sur. Con disciplina, respeto y oportunidades reales.
(aquí, describió con detalle)
“Haremos sesiones semanales, con balones, equipamiento y becas de transporte. Lorant no será sólo el cuidador del campo y la casa: será el entrenador y mentor de esos chicos”.

La cara de Lorant, aún incrédulo, se iluminó. Solo atinó a estrechar la mano de Pedri. Después, y en un arranque de coraje, añadió:

—¿Puedo proponerle algo, señor Pedri?

—Dígame —le animó el jugador.

—Que ellos, los niños, también me vean a mí como un ejemplo. No alguien que regala monedas; alguien que cree en el esfuerzo y en la segunda oportunidad.

—Trato hecho —sentenció Pedri—. Lo llamaremos “Proyecto Segunda Oportunidad”. Porque todos merecemos una.

En cuestión de minutos, aquella escena en un semáforo de la Diagonal se convirtió en viral. Noticias, reportajes y trending topics en redes sociales exaltaron el gesto de Pedri. Para muchos, no fue solo la acción de un futbolista solidario: fue la prueba de que las verdaderas estrellas no solo brillan en un estadio, sino también en un cruce de calles, cuando deciden tender la mano a quien lo necesita.

En una ciudad donde el fútbol se vive con intensidad desbordada, la historia de Pedri y Lorant enseña que las raíces humildes y los sueños compartidos pueden volver a encontrarse en el lugar más inesperado. Hoy, un sintecho le pidió “un euro” a un crack mundial, y recibió una oportunidad de vida. Un simple encuentro en un semáforo se transformó en la semilla de un proyecto humanitario: porque los héroes no siempre nacen en cuna de oro; a veces, solo basta la empatía de un muchacho que nunca olvidó de dónde vino.

Y así, bajo un semáforo que ya da luz verde a la esperanza, Barcelona descubrió que, en el universo del fútbol y en la vida urbana, la solidaridad puede brillar más que cualquier gol de falta.