Era una tarde gris, las nubes cubrían el cielo de Madrid como una manta de incertidumbre. Los rumores, que habían circulado como un fuego que se extiende sin control, llegaron al corazón de los medios de comunicación: “¡Última hora! Un grave ataque a Gloria Camila por Rocío Carrasco y Anabel Dueñas hasta el fin del mundo”. Nadie sabía qué tan cierto era todo esto, pero lo que sí sabían era que la situación había alcanzado su punto más crítico. Esta no era una simple historia de rencores familiares; era una tragedia tejida con hilos de dolor, traición y secretos enterrados durante años.

Gloria Camila, hija de José Ortega Cano y la difunta Rocío Jurado, siempre había estado en el ojo del huracán. Su vida había estado marcada por las sombras de su madre y las controversias familiares que parecían no tener fin. Pero lo que nadie esperaba era que su historia de lucha se volviera más compleja aún cuando los fantasmas del pasado volvieran a la vida, encabezados por Rocío Carrasco, su tía, y Anabel Dueñas, la amiga de la familia que había sido su confidente. Las heridas entre ellas no eran nuevas, pero la batalla que se libraba en ese momento trascendía todo lo que se había vivido hasta entonces.

El Regreso del Dolor

Gloria Camila no era una mujer fácil de leer. A pesar de su juventud, había sido testigo de demasiados sufrimientos en su vida. De alguna manera, había logrado mantenerse firme, aunque sus ojos cargaban la melancolía de una niña que nunca pudo comprender del todo la complejidad de los lazos familiares.

Esa tarde, mientras caminaba por los pasillos de la casa familiar en la urbanización de La Moraleja, algo en su pecho se revolvía. El sonido del teléfono móvil en la mesa de su salón la sacó de sus pensamientos. La pantalla mostraba el nombre de Rocío Carrasco, y por un momento, dudó si contestar. Sabía que cualquier conversación con su tía siempre iba a ser una mezcla de emociones contradictorias: amor, odio, rencor, perdón, pero sobre todo, tristeza.

Hola —dijo, intentando sonar indiferente.

La voz al otro lado del teléfono no era la de una mujer tranquila. Rocío Carrasco, con su tono característico, comenzó a hablar con urgencia.

Las palabras de Rocío flotaban en el aire, y Gloria sintió cómo su estómago se retorcía. Anabel Dueñas. La mujer que había sido una especie de hermana para ella. ¿Qué podría haber hecho Anabel para que su tía hablara con tanta desesperación?

¿Qué pasa con Anabel? —preguntó Gloria, casi sin poder ocultar el temor en su voz.

—No es lo que piensas, pero estás en peligro… ambas lo están. ¡Tienes que estar preparada!

Gloria se quedó callada. No podía comprender lo que estaba sucediendo. No estaba lista para enfrentarse a lo que el destino le estaba preparando. Pero sabía que, cuando Rocío Carrasco hablaba en ese tono, las cosas no eran simples. Algo grande estaba por suceder.

El Misterio de Anabel

A medida que los días pasaban, la atmósfera en la familia Ortega Cano se volvía cada vez más tensa. Los periodistas acechaban, esperando alguna noticia jugosa que pudiera alimentar el escándalo. Los pasillos de la casa, que alguna vez fueron testigos de risas y reuniones familiares, ahora resonaban con un silencio pesado.

Gloria había intentado contactar a Anabel, pero las llamadas no eran respondidas. Nadie sabía dónde estaba. La última vez que la vio, Anabel le había asegurado que todo estaba bien, que no había nada que temer, pero algo en su mirada había dejado entrever una tristeza profunda. Algo que no lograba explicar.

Fue entonces cuando Gloria decidió visitar la mansión de Anabel. Una mansión que había sido el hogar de su amiga durante años, un refugio en el que ambas compartían risas, secretos, y a veces, lágrimas. Pero cuando llegó allí, lo único que encontró fue una puerta cerrada. El ambiente estaba enrarecido. La sensación de desasosiego la envolvía.

Al entrar, la casa estaba vacía. La lámpara de la entrada parpadeaba débilmente, como si la casa misma estuviera apagada. Gloria subió las escaleras con pasos lentos, cada vez más inquieta. Finalmente, llegó a la habitación de Anabel, y lo que vio la dejó paralizada.

La habitación estaba desordenada. Papeles esparcidos por el suelo, fotos rotas, y en el centro de la cama, una carta. Una carta dirigida a ella.

Gloria, si estás leyendo esto, es porque ya no hay vuelta atrás. Lo que vas a descubrir te hará dudar de todo lo que creías saber. Rocío no es quien parece ser. Y yo… yo he cometido errores que ahora me persiguen. No puedo explicarlo todo, pero ten cuidado. Ellos están buscando algo, algo mucho más grande que nosotros. Algo que involucra a la familia, a tu madre… y a mí. Si no puedes entender esto, al menos entiende una cosa: la verdad siempre encuentra la manera de salir, y cuando lo haga, nadie estará a salvo.”

Gloria dejó caer la carta de sus manos. Las palabras se clavaron en su mente como agujas. La sensación de traición, de estar atrapada en un juego sin reglas, la ahogaba.

El Ataque Final

Los días pasaron, y la tensión aumentaba. Rocío Carrasco y Anabel Dueñas parecían ser las piezas de un rompecabezas que no lograba encajar. Gloria, sin saber en quién confiar, comenzó a investigar por su cuenta. Descubrió que Anabel no solo había estado envuelta en asuntos oscuros, sino que Rocío, a pesar de sus diferencias con Gloria, también estaba luchando contra enemigos mucho más poderosos de lo que ella imaginaba.

Un día, mientras investigaba en los archivos de la familia, Gloria encontró una antigua foto de su madre, Rocío Jurado, junto a Anabel y su tía. La foto parecía inocente, pero el hecho de que estuviera oculta durante tantos años la inquietaba.

Cuando finalmente se enfrentó a Rocío Carrasco, la verdad salió a la luz. La conexión entre Anabel y los secretos de la familia era más profunda de lo que Gloria había imaginado. El ataque que había sufrido su vida no era un accidente; todo había sido parte de un plan mucho mayor. La batalla, sin embargo, no había terminado. La guerra recién comenzaba, y hasta el fin del mundo, Gloria lucharía por descubrir la verdad.