Tenía 14 dólares y un sueño: Messi hizo el resto realidad

Esta es la increíble historia de Anwar, un adolescente de Sudán, que cruzó África y Europa solo para ver a Lionel Messi.

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Desde que tiene memoria, el mundo de Anoir había sido pequeño. Su hogar era un pueblo bajo el sol abrasador en una zona remota de Sudán, donde la tierra agrietada se extendía por kilómetros, el techo de la escuela era solo un recuerdo y las únicas pelotas de fútbol eran bultos de trapos atados con cuerdas deshilachadas. No había internet, ni televisión, y la mayoría de los días ni siquiera electricidad. Pero sí había fútbol, y estaba Lionel Messi.

El rostro de Messi estaba en todas partes en la vida de Anoir: en los recortes desgastados que le pedía a los viajeros, en los carteles dibujados a mano que pegaba en la pared de adobe de su casa, en la espalda de su propia camiseta, donde había garabateado “Messi 10” con carbón. No conocía la voz de Messi, pero sí el ritmo de sus pies, gracias a las transmisiones llenas de estática en la vieja radio de su padre. Cada partido era un ritual: Anoir se agachaba junto a la ventana, con la radio pegada al oído y los ojos cerrados, imaginando estar en un estadio iluminado, viendo a su héroe deslizarse por el césped.

Una noche, después de un partido especialmente triunfante, Anoir le dijo a su hermano mayor: “Algún día veré a Messi. De alguna manera.” Su hermano se rió, despeinándole el cabello. “Tal vez en tus sueños.” Pero Anoir no bromeaba. Un sueño había echado raíces y no lo soltaba.

Un viaje de esperanza de cuatro años

Durante los siguientes cuatro años, Anoir trabajó. Recogía verduras en los campos después de la escuela, llevaba agua a los vecinos, arreglaba neumáticos en el mercado. Cada moneda que ganaba la guardaba en una lata oxidada bajo su cama. Se privó de dulces, de zapatos nuevos, incluso de las raras visitas a la ciudad. Sus amigos se burlaban de él, pero él solo sonreía. Estaba ahorrando para algo más grande que todos ellos.

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En su decimoséptimo cumpleaños, Anoir contó sus ahorros: 160 dólares. Empacó una pequeña bolsa, su pasaporte y su posesión más preciada: un dibujo de Messi que él mismo había hecho. Les dijo a sus padres: “Me voy a París.” Pensaron que estaba loco, pero vieron la determinación en sus ojos. Con su bendición y unas pocas monedas finales, subió a un autobús hacia Jartum.

El viaje que siguió fue épico. Desde Jartum, consiguió un viaje hasta la frontera de Libia, luego un vuelo a Túnez, y después un tren a Roma. En cada ciudad, Anoir sostenía un cartel escrito a mano: “Buscando a Messi. Vengo de Sudán.” La mayoría de la gente lo ignoraba. Algunos le tomaban fotos. Una familia amable en Italia le compró el almuerzo y le dio un billete de tren a Barcelona, por si Messi estaba visitando su ciudad natal.

Barcelona: la primera desilusión

Anoir llegó al Camp Nou, el legendario estadio que solo había visto en revistas. Se sentó fuera de las puertas durante horas, esperando ver a su ídolo. Pero Messi no estaba allí: ya se había transferido al Paris Saint-Germain. Decepcionado pero sin rendirse, Anoir preguntó a su alrededor. Un chico gritó: “¡Messi está en París! ¡En el PSG!” Anoir revisó su bolsa: una camiseta, un dibujo y solo 14 dólares. Sonrió. El sueño no había terminado.

Consiguió un viaje hasta la frontera francesa, luego subió a un autobús abarrotado hacia París. Nadie hablaba árabe, pero mostró su cartel y los desconocidos le sonrieron, asintieron y lo ayudaron a llegar al Parc des Princes, el estadio del PSG.

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Tres días y un milagro

Anoir esperó fuera del estadio durante tres días. Durmió sobre cartón cerca de la pared del estadio. Un guardia de seguridad le dio agua; un vendedor le ofreció pan sobrante. Al cuarto día, apareció una lujosa camioneta negra. Los fans gritaban, las cámaras destellaban. Anoir corrió al frente, levantando su cartel: “Buscando a Messi. Vengo de Sudán.”

El coche se detuvo. La ventana polarizada bajó. Salió Lionel Messi, con aspecto cansado, tranquilo, casi ajeno al caos a su alrededor. Entonces vio el cartel de Anoir y se detuvo. Por un momento, el mundo pareció detenerse. Messi hizo una señal a los guardias de seguridad, se acercó a Anoir y le preguntó suavemente en español: “¿Viniste de Sudán?” Anoir asintió. “Para verte,” dijo, en inglés entrecortado.

Messi sonrió. Tomó a Anoir de la mano y dijo: “Entonces, entra.”

Un día que nunca olvidará

Esa tarde, Anoir se sentó en un salón dentro del estadio, abrazando una camiseta del PSG firmada en tinta plateada, con su nombre en la espalda. Durante treinta minutos, conversó con Messi a través de un traductor. Anoir le regaló su dibujo a Messi. Messi le dio algo más: una entrada para el partido de esa noche, en primera fila.

Esa noche, bajo las luces brillantes del estadio, Anoir vio a Messi marcar un gol. La multitud estalló, pero Anoir no gritó ni celebró. Solo se quedó sentado, sonriendo. Para él, el gol ya había sucedido en el momento en que Messi vio su cartel.

Después del partido, Messi vio a Anoir en la multitud y le saludó, no como a un fanático, sino como a un amigo.

El eco del sueño en casa

La historia se difundió como pólvora: “Adolescente sudanés cruza África para conocer a Messi. Messi invita al chico tras ver su cartel hecho a mano. El fútbol une al mundo, un sueño a la vez.” Cuando los periodistas le preguntaron a Messi por qué se detuvo, él respondió simplemente: “Él creyó tanto, que yo también tuve que creer con él.”

Anoir regresó a casa semanas después. Su pueblo le organizó un desfile. Ahora trabaja con jóvenes en su ciudad, organizando partidos de fútbol para otros niños sin zapatos, sin campos, pero con sueños. Cada vez que cuenta su historia, termina con las mismas palabras: “¿Valió la pena? Habría ido el doble de lejos.”

El poder de un sueño

El viaje de Anoir es la prueba de que, a veces, el mundo sí hace espacio para los sueños imposibles. Con 14 dólares, una mochila y un corazón lleno de esperanza, cruzó continentes para conocer a su héroe. Messi hizo el resto, recordándonos a todos que la grandeza no es solo talento, sino también bondad, humildad y la voluntad de creer en el sueño de otro.

Para Anoir, la verdadera victoria no fue solo conocer a Messi. Fue demostrar a los niños de su pueblo—y al mundo—que ningún sueño es demasiado grande, ningún viaje demasiado largo, si crees lo suficiente como para dar el primer paso.