El aire estaba cargado de risas, música y el aroma de champán recién servido. La mansión de Saúl Ortiz brillaba bajo la luz de los focos y las lámparas colgantes; cada rincón estaba decorado con elegancia, un escenario perfecto para una fiesta que prometía ser recordada. Sin embargo, detrás de la fachada de celebración, la tensión se respiraba como un fantasma invisible.
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Lucas había llegado con pasos decididos, pero con el corazón en un puño. La reciente ruptura con Andy todavía latía en su interior, y cada recuerdo de los momentos compartidos le atravesaba como un filo invisible. Sabía que no podía esconder lo que sentía, aunque la noche prometiera distraerlo de su dolor.
Emma García, brillante como siempre, se movía entre los invitados con su sonrisa característica. Pero Lucas la observaba con una mezcla de admiración y reproche; había algo en ella que lo hacía sentir vulnerable, algo que no podía controlar. La fiesta, organizada por Saúl, era la excusa perfecta para que todos mostraran su mejor versión, pero también un lugar donde las emociones reprimidas estaban a punto de estallar.
Al principio, todo parecía un juego: brindis, conversaciones triviales, risas que ocultaban secretos. Pero entonces Lucas vio algo que no esperaba: Emma hablaba con una cercanía que lo hizo hervir por dentro. No era simplemente celos; era la sensación de que el mundo entero se movía sin él, que las piezas de su vida se reorganizaban y él se quedaba fuera.
—Lucas, relájate un poco —dijo Andy, quien aún mantenía contacto con él a pesar del final de su relación—. No es el momento de dramatizar.
Pero Lucas no podía escuchar. Cada gesto, cada mirada de Emma, parecía cargar un mensaje que él no quería descifrar pero no podía evitar leer. Su respiración se aceleró; los recuerdos de momentos felices y discusiones pasadas se mezclaban en su mente como un torbellino.

Fue entonces cuando la música cambió, y con ella, el ambiente dio un giro inesperado. Saúl Ortiz apareció con su típica energía explosiva, animando a todos, pero sin darse cuenta de que el verdadero conflicto no estaba en la pista de baile: estaba en Lucas, y pronto, nadie podría ignorarlo.
Lucas, incapaz de contenerse, se acercó a Emma. Su voz temblaba, no por miedo, sino por la intensidad de sus emociones:
—Emma… necesitamos hablar.
—Ahora no es el momento —respondió ella con suavidad, intentando mantener la calma—. Hay demasiada gente aquí…
Pero Lucas no escuchó. Cada palabra de Emma era como un recordatorio de todo lo que había perdido y de lo que aún no podía soltar. Su corazón explotaba por dentro, y en un impulso, levantó la voz:
¡No puedo más! ¡No puedo seguir fingiendo que todo está bien!
El silencio fue inmediato. Los invitados se giraron, sorprendidos por la intensidad de la declaración. Emma se quedó paralizada, incapaz de reaccionar, mientras Lucas sentía que su mundo entero se venía abajo en ese instante.
Saúl, alarmado, intentó intervenir:
¡Lucas, tranquilízate! Esto no es el lugar…
Pero Lucas ya había cruzado el límite. Sus emociones, contenidas durante semanas, estallaron como un volcán. Lágrimas, gritos, reproches: todo se mezcló en un torbellino que dejó a todos los presentes boquiabiertos. Emma, por su parte, intentaba comprender, explicar, calmar, pero cada palabra parecía insuficiente frente a la intensidad de lo que Lucas sentía.
Por primera vez, nadie podía fingir. La fiesta perfecta de Saúl Ortiz se había transformado en un escenario de emociones desnudas, en un momento donde la verdad y el dolor se mostraban sin filtros. Y en medio de ese caos, Lucas y Emma se enfrentaban a un dilema imposible: decir lo que sentían, o continuar con la farsa.
El murmullo de los invitados llenaba la sala, pero para Lucas y Emma, el resto del mundo parecía desaparecer. Cada respiración era un recordatorio de lo que había quedado sin resolver: la ruptura con Andy, los sentimientos que Lucas aún no había procesado, y esa mezcla de culpa y deseo que se arremolinaba entre ambos.
Emma dio un paso atrás, intentando recuperar la calma:

Lucas… esto no puede ser aquí. No quiero hacer un espectáculo.
¡Pero es que ya estoy harto de ocultarlo! —Lucas respondió, con la voz temblando entre la rabia y la tristeza—. Todo este tiempo… todo lo que he sentido, lo he guardado, y ahora… ahora explota porque no puedo más.
Al escuchar esto, los ojos de Emma se llenaron de lágrimas. No era que ella no sintiera lo mismo, sino que temía la intensidad de lo que Lucas estaba revelando. Cada palabra suya abría heridas antiguas, pero también mostraba un amor que nunca había desaparecido del todo.

En ese momento, Saúl Ortiz decidió intervenir de nuevo, tratando de mediar antes de que el conflicto se volviera incontrolable:
¡Lucas! ¡Respira! Esto no es necesario. Podemos hablar afuera, en privado.
Pero Lucas negó con la cabeza. Su rabia y dolor necesitaban salir ahora, aquí, frente a todos. La emoción lo dominaba por completo, y cada palabra que decía era un grito silencioso de desesperación:

¡No quiero irme! ¡Todos ven la cara que pongo cada vez que intento olvidarlo, y tú lo sabes! Emma… ¿por qué me haces esto?
Emma temblaba. Sentía que el suelo desaparecía bajo sus pies. Las lágrimas caían sin control, y en medio de la sala, con los invitados convertidos en testigos mudos, su corazón se rompía y al mismo tiempo se encendía de una emoción imposible de ignorar.
Lucas… no quiero lastimarte —susurró finalmente—. Pero también estoy cansada de luchar contra lo que sentimos.
La confesión fue como encender un fuego en un campo seco. Lucas se acercó lentamente, con los ojos brillantes y la respiración entrecortada, hasta que sus manos se encontraron con las de ella. El contacto eléctrico los recorrió a ambos, uniendo dolor y deseo, amor y rencor en un instante que parecía eterno.
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Los invitados, silenciosos y cautelosos, sentían que estaban presenciando algo más que un enfrentamiento: estaban viendo un corazón romperse y recomponerse en tiempo real. La música, los brindis, las risas lejanas… todo se había convertido en un murmullo lejano frente al estruendo de emociones que Lucas y Emma compartían.

Fue entonces cuando un susurro inesperado rompió el momento: Andy apareció en la entrada, observando la escena. Su mirada era una mezcla de sorpresa y comprensión. Sabía que el final entre él y Lucas había sido doloroso, pero nunca imaginó que la verdad saldría a la luz de esta manera.
—No… no quería interrumpir —dijo Andy con voz suave, pero su presencia añadió aún más tensión a la escena—. Solo… necesitaba verlo por mí mismo.

Lucas lo miró, entre furioso y devastado, mientras Emma sentía que su mundo se inclinaba peligrosamente. La noche perfecta de Saúl Ortiz había explotado en mil pedazos, y cada persona en la sala estaba atrapada en ese caos emocional.
Sin embargo, en medio del dolor y la rabia, surgió algo inesperado: un instante de claridad. Lucas comprendió que, aunque el pasado doliera, había un camino hacia adelante si se atrevía a enfrentarlo. Emma también lo entendió: los sentimientos que habían reprimido durante semanas, meses… ahora estaban al descubierto, y solo podían decidir qué hacer con ellos.
—Emma… no puedo prometer que no volveré a romperme —dijo Lucas, con una voz rota y sincera—. Pero sí puedo prometer que no voy a fingir más.
Emma asintió, con lágrimas corriendo por su rostro, pero con una chispa de esperanza en sus ojos.
—Entonces, no finjamos nada más —susurró—. Lo que sentimos… lo sentimos, y punto.
El silencio de la sala se transformó lentamente en un suspiro colectivo. Los invitados comprendieron que acababan de ser testigos de un momento genuino, de emociones humanas puras y crudas, y que, por primera vez en mucho tiempo, Lucas y Emma habían dejado de lado las máscaras.
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