Era un viernes nublado en las oficinas del programa ‘De Viernes’. La escalera de luz artificial y los focos parecían iluminar no solo a los invitados, sino cada palabra que había quedado sin decir, cada silencio pesado. Rocío Flores había aceptado dar una entrevista exclusiva aquella tarde; se anunciaba una bomba mediática: una psicóloga iba a “dar la cara” y lanzaría verdades que podrían hundir la imagen pública de Rocío Carrasco y de Fidel Albiac.

Desde muchos meses atrás, el público seguía con expectación los episodios familiares, las acusaciones cruzadas y esos silencios incómodos que llenaban titulares. El documental Rocío, contar la verdad para seguir viva había removido conciencias, había abierto heridas que muchos creían cerradas. Pero esta vez, lo que se esperaba sería distinto: no era solo la hija hablando, sino alguien con voz profesional, experta en dolor psicológico.

La llamada
Rocío Flores caminaba por un pasillo largo, con los nervios revueltos. Detrás suyo, los titulados de la prensa rosa seguían cada paso, cada gesto, intentando arrancar una declaración que ella ya había decidido: hablar. Había sido llamada la psicóloga, la doctora Ángela Méndez, conocida por su capacidad de análisis clínico y por no temer las controversias.

Mientras tanto, en otra parte de Madrid, Rocío Carrasco y Fidel Albiac recibían la noticia: la psicóloga iba a aparecer en ‘De Viernes’ y dar su opinión profesional sobre lo declarado por Rocío Flores. En ese momento, supieron que el silencio ya no sería suficiente. Fidel, siempre reservado, apretaba los puños; Rocío Carrasco, sentada frente al espejo, repasaba mentalmente cada entrevista que había dado, cada momento en que se había preguntado si había sido justa, si había hecho lo suficiente para proteger su nombre o su verdad.

Llegada de la psicóloga
Era casi las seis de la tarde cuando la doctora Méndez entró al plató. Catalina, la presentadora, la presentó con respeto y como alguien que “iba a arrojar luz sobre lo que muchos solo veían como realidad mediática, como espectáculo”. Méndez asintió, recogió sus papeles, miró al público y respiró profundo. Sabía lo que se esperaba: análisis clínico, objetividad, pero también valentía.

Catalina: “Doctora Méndez, gracias por estar aquí. Ha escuchado los testimonios de Rocío Flores, ha seguido las declaraciones de la señora Carrasco, ha leído los informes psicológicos existentes. ¿Qué le parece la situación general?”
La psicóloga hizo una pausa consciente, pesada.
Méndez: “Lo que tengo ante mí es una familia fragmentada, con heridas abiertas, con acusaciones que se repiten y con un público que exige verdad, pero no siempre la escucha. En mi opinión profesional, la señora Carrasco muestra señales de estrés postraumático, ansiedad y aislamiento social. Fidel Albiac, por su parte, parece vivir en segundo plano, como si estuviera sobreprotegiendo, o como si estuviera gestionando una narrativa que tal vez ya no controle del todo.”

Las verdades lanzadas
La sala se quedó en silencio. Catalina se permitió un leve “¿podría especificar?” mientras Méndez ajustaba sus gafas.
Méndez: “Claro. Por ejemplo, he visto en los testimonios de Rocío Flores un sentimiento de abandono y de no ser escuchada, mezclado con resentimiento. Es algo que no debe minimizarse: los hijos que no sienten que tienen espacio para expresarse pueden generar narrativas propias, cargadas de emoción, que con el tiempo, si siguen sin respuesta, se convierten en acusaciones. Ahora bien, eso no significa que todo lo que se diga sea cierto ni que no haya responsabilidad en quien lo escucha.”

Catalina: “¿Y en cuanto al señor Albiac?”
Méndez: “Fidel Albiac aparece como una figura de sustento emocional, pero también de control del discurso público. No me atrevería a decir que manipula, pero su discreción tiene un efecto: hace que muchas preguntas sigan sin respuesta, y cuando las hay, no siempre satisfacen al que pregunta. Esa falta de apertura puede interpretarse como protección, o como estrategia.”

Reacción de la audiencia
La cámara se paseó entre los rostros del público: algunos incrédulos, otros con los ojos húmedos, algunos molestos. Una señora mayor, sentada en primera fila, murmuraba: ¿Y si lo que dice Rocío Flores también tiene verdad?” Un joven escribió algo en su móvil: “Esto es lo que necesitaba ver”.
En redes sociales, ya empezaban los trending topics: #VerdadFlores#CarrascoYAlbiac, #PsychólogaRompeSilencio. En los periódicos digitales, cadenas de titulares: Doctora Ángela Méndez hunde imagen de Fidel”,“Carrasco en la cuerda floja tras análisis psicológico”.

La contrarréplica
Llegó el momento de dar la palabra a las partes aludidas. Catalina llamaba por videollamada a Rocío Carrasco. Su rostro, pálido, mostraba tensión. No quería confrontar, pero sabía que debería responder.
Rocío Carrasco: “No niego que he sufrido. No niego que he cometido errores, como cualquier persona. Pero lo cierto es que muchas de las cosas que se dicen son medias verdades, rumores, percepciones que se mezclan con deseo de escándalo. A Fidel lo quiero como a un compañero, no como un director de mi vida. Hay gente que necesita buscar culpables, incluso cuando estos no existen.”
Fidel Albiac, siempre mesurado, agregó: “Mi posición ha sido siempre acompañar, no imponer. Si hay heridas, mi voluntad es sanar, no exacerbarlas. No busco el foco, solo la paz.”

El impacto decisivo
Al terminar, Catalina cerró el programa con estas palabras: “No puedo decir que hoy se haya dado justicia, ni que se haya resuelto nada. Pero me atrevo a decir que muchas capas han quedado al descubierto.”

Esa noche, Rocío Flores sintió una mezcla de alivio y temor: alivio porque su voz había sido escuchada con seriedad, temor por lo que las consecuencias tendrían en la dinámica familiar. Rox, su amiga íntima, la abrazó: “Te mereces que te crean”.

En la casa de Carrasco y Albiac, hubo silencio hasta altas horas. Cartas, mensajes, llamadas perdidas. Fue la noche más larga de ese año. Albiac, en su despacho, revisaba documentos, analizando qué declarar al día siguiente, qué gesto dar frente a cámaras. Rocío Carrasco, en su habitación, lloraba un poco, no de derrota ni de victoria, sino de agotamiento.

Reflexión
La psicóloga Méndez, al día siguiente, publicó un artículo donde decía que su responsabilidad profesional no era “hundir” a nadie, sino describir lo que veía con honestidad. Porque quien calla puede condenar, decía, pero quien habla también corre riesgos. En su núcleo, este era un duelo entre el silencio y la palabra, la fama y la intimidad, la percepción pública y la verdad interna.

Rocío Flores, por su parte, ganó apoyo de quienes dicen que ha sido valiente, pero también recibió críticas: algunos la acusaron de utilizar al psicólogo como arma mediática. “¿Qué tal si la verdad duele porque era verdad?” —respondió en su Instagram.

Rocío Carrasco aprendió que no basta con la dignidad interior; a veces hay que decidir si quieres ser escuchada o dejar que los demás te definan. Fidel comprendió que la discreción, mientras protege, también puede aislar; que no acompañar puede interpretarse como silencio.
Epílogo
Ese viernes terminó, pero dejó huella. En los días siguientes:
Se hicieron debates en televisión, programas de prensa rosa, podcasts, y en cada espacio se volvía al tema: ¿Qué es la verdad?, ¿quién la elige?, ¿qué pesa más, la culpa pública o la culpa personal?

Rocío Flores sintió que había ganado algo: quizá no justicia, pero al menos visibilidad. Y para ella, eso ya era empezar a sanar.
Fidel Albiac, en silencio, decidió que hablaría menos, pero con más claridad.
Al final, ni la psicóloga “hundió” como muchos esperaban, ni tampoco todo se limpió con palabras. Pero algo cambió: las máscaras cayeron un poco, lo ficticio dio paso a lo humano, y los espectadores comprendieron que la familia Carrasco-Albiac no era solo titulares, sino personas con miedos, heridas, contradicciones.
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