Era un jueves de finales de verano, con las calles de Madrid llenas de luz amarilla y rumores crepitando en cada esquina. En el mundo de la prensa rosa todo se movía de forma febril: Rocío Flores, alejada durante algún tiempo de los focos, se preparaba para volver al plató de ¡De Viernes! con una entrevista que prometía incendiar titulares.
Rocío Carrasco, su madre, estaba inmersa en otros compromisos mediáticos, grabaciones, apariciones que ya no tenían el tono de la reconciliación sino el eco persistente de las heridas abiertas. Y Terelu Campos, amiga íntima de Carrasco, colaboradora veterana en televisión, pieza clave del entorno mediático de la madre, se hallaba en medio de una tensión silenciosa, expectante, nunca del todo sorprendente.
El anuncio que sacude los medios
La noticia estalló como un petardo: Rocío Flores, según varios medios, habría impuesto una condición para su regreso a ¡De Viernes!: que Terelu Campos no esté presente en el plató durante su entrevista.
Para muchos fue un gesto de fuerza, para otros una expresión de dolor contenida. Fuera lo que fuese, todos sabían que no era una decisión al azar: detrás había implicaciones emocionales muy profundas, heridas del pasado, resentimientos y una necesidad de marcar los términos en los que se hablaría de ella, de su madre, del padre, de todo aquello que tanto tiempo había sido mediado por el rumor o por la opinión ajena.
Rocío Flores, palabras que cortan
Llegó el día del programa. Rocío Flores subió las escaleras de estudio con paso firme, con la mirada puesta en la entrevista, preparada para hablar sin filtros. En las semanas previas había dejado caer frases que ya resonaban: “Mi madre me ha destrozado la vida”, “no tengo recuerdos bonitos”, “he gastado tanta energía…”.
Y al aire, frente a cámaras, apareció Terelu Campos. O al menos su sombra: la decisión de no vetarla al final fue confirmada, la productora intercedió, y Terelu sí estaría presente en el plató. Rocío Flores rectificó su propio veto.
El enfrentamiento
El plató estaba cargado: focos, público, presentador, colaboradores habituales. Entre ellos Terelu Campos, esperando ese momento en que Rocío Flores nombrara lo que otros solo habían susurrado. Las cámaras encendidas, los silencios, el latido de lo no dicho.
Rocío comenzó su exposición con voz firme pero rasgada. Recordó momentos de infancia, de soledad; habló de días que se le borran del recuerdo, de años sintiendo que no tenía madre o que era vista como un proyecto de dolor ajeno. Está lo que recuerdas, lo que te dijeron que recordaras, y lo que tu mente bloquea por supervivencia.

Terelu escuchaba. A veces asintiendo, a veces con el ceño fruncido. En cierto momento, Rocío Flores dijo algo que hizo levantar la voz de Terelu: “No me gustaría tener a mi padre como enemigo.” Esa frase fue como una chispa: ¿cómo interpretar eso? ¿Dolor, confusión, reproche? Terelu lo tomó como una insinuación que exigía claridad.

Terelu habla
Terelu Campos, tras varios años en televisión, con su propio peso, su propia voz, se levantó para responder. No para atacar, sino para situar lo que ella recordaba, lo que vivió.

“Yo conocí a una niña feliz, a la que he visto feliz con su madre separada,” dijo, dirigiéndose a Rocío Flores. “Y yo a esta mujer no la conozco… No he cruzado dos palabras con esta mujer.” Esa frase resonó fuerte en plató. Porque no solo describía una distancia emocional, describía el dolor de ver a alguien que conocías transformada por su propio relato.

Terelu también reclamó que no se saltaran capítulos de la historia: “Hay un por qué,” afirmó, “y ese por qué puede explicar muchas cosas, como lo que has dicho de tu padre.” No juzgó públicamente a Rocío Carrasco ni se puso a la defensiva con agresividad; su postura fue más bien la de quien pide memoria, coherencia, contexto.
El giro inesperado
Al comenzar todo, muchos medios daban por sentado que Rocío vetaría a Terelu. Pero al final, ese veto no se consumó. La productora y Mediaset, influencias del entorno mediático, advirtieron que excluir a un colaborador tan reconocido podría ser contraproducente, imagen de autoritarismo, de control excesivo. Entonces, Rocío cedió en ese punto.
Esta rectificación añadió otro matiz al relato: Rocío Flores quería hablar libremente, pero también sabía que la polémica misma ya condicionaba su voz. Que su versión no existiría en el vacío, sino en un plató plagado de miradas, de preguntas incómodas, de expectativas de unos y de otros. Y que quizá prefería que Terelu estuviera no para confrontar, sino para testigo del momento, para que la historia que se contaba tuviera al menos algo de diálogo público.
Lo que revelan las palabras
El programa avanzó. Rocío Flores habló de su relación con su madre, de los tiempos difíciles, de los instantes en los que sintió que su vida era solo una suma de expectativas ajenas y silencios propios. Dijo que ha intentado mucho, pero que ya no espera. Que su madre decidió no estar. Que su padre, Antonio David, sí la sostuvo, la defendió, la avaló.

Terelu, en varias intervenciones, pidió que el público no ignore lo que Rocío decía, pero que tampoco se deje llevar solo por la emoción: que haya preguntas, que se revisen los hechos, que se tenga memoria. También confesó que le dolía ver cómo la versión infantil, la niña que fue feliz, parece tan difusa para la joven que habla hoy.

Después de la emisión
Apenas terminó el programa, las redes ardieron. 💥 Se habló del carácter de Rocío Flores, de su valentía, también de si exigir que Terelu no estuviera era dignidad o pose. Se debatió sobre lo justo de sus reproches, sobre si Rocío Carrasco debería responder, sobre cuál de las dos versiones del silencio era más precisa. Algunos medios de stacaron: “Rocío destapa a Terelu Campos” como si Terelu fuera la guardaespaldas invisible de su madre, o la voz crítica que la protege desde los bordes.

Terelu quedó expuesta también, no como antagonista oficial, pero como interlocutora forzada a hablar de lo íntimo. Su frase “yo a esta mujer no la conozco” fue repetida, analizada, celebrada por quienes creen que ella tiene parte de razón, criticada por otros que la ven como alguien que habla sin tener derecho.
Rocío Flores sintió el peso del eco mediático, pero también una especie de alivio: al menos había hablado. Y quizás, en algún rincón, las cosas comenzaban a mostrarse sin filtro. No limpieza, no reconciliación inmediata, pero transparencia. Un jueves que derivó en viernes de titulares.
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