La noche estaba cargada de tensión. En el plató de De Viernes, el programa de crónica social presentado por Santi Acosta y Bea Archidona, el ambiente parecía contener el aliento: esa emisión prometía ser una de las más explosivas del año. Porque en el centro del escenario mediático se encontraban Rocío Carrasco y Carlo Costanzia, y sus nombres rozaban los de Mar Flores y Antonio David Flores, en una danza de acusaciones, recuerdos y silencios que se filtraban al público.

El rumor había corrido días antes de la emisión: Carlo Costanzia —hijo de Mar Flores— sería invitado para responder, en directo, a las memorias de su madre, Mar en calma, y también para hablar del lugar que Rocío Carrasco ocupaba en esa narrativa mediática. Algunos medios especulaban que Carlo aprovecharía la tribuna televisiva para aludir a la enemistad pública entre Carrasco y el entorno de Flores —incluido Antonio David—. La expectación creció con cada hora que el programa se acercaba.

En la redacción de De Viernes, el equipo ajustaba los últimos detalles: se planeó un bloque específico para confrontaciones familiares, otra mesa sobre el documental de Rocío Carrasco, conexión con interlocutores del clan Flores, e incluso cartas del público que podrían leerse en directo. Las sillas de los colaboradores lucían más cercanas unas a otras, los micrófonos más sensibles, las luces menos agresivas. Todos sabían que esa noche no habría espacio para lo superfluo.

La entrada de Carlo: audios, reproches y juramentos

Cuando apareció Carlo Costanzia en plató, la sala pareció encogerse. Su rostro, delgado y serio, mostraba determinación. Detrás de él, la pantalla proyectaba la portada del libro Mar en calma, con frases destacadas que él mismo había leído. Emma —en su rol de moderador principal— empezó con una pregunta directa:

Carlo, ¿por qué ahora decides hablar en televisión frente a las memorias de tu madre?”

Él respondió: “Porque sentía que no me estaban dejando voz. Parte de lo que se dice allí no coincide con mi versión, y este espacio es una oportunidad para matizar, para aclarar lo que no es absoluto”.

Enseguida el debate se movió hacia el terreno más escabroso: las acusaciones de infidelidad que Mar acuñaba en el libro. Carlo replicó que esos episodios estaban sacados de contexto, que algunos pasajes eran exageraciones, “barbaridades” incluso, y advirtió que acudiría a la justicia si notaba que su honra estaba siendo vulnerada

Había reproches cargados: él dijo que había “vivido un infierno” como padre durante casi diez años, que había estado presente en reuniones terapéuticas de su hijo cuando enfrentó adicciones, pero que no recordaba que su madre asistiera en esos momentos. También mostró una factura antigua como prueba de llamadas que su madre le hacía, para desmontar una versión de distancia afectiva narrada en el libro.

El plató se encendió cuando Carlo mencionó a Rocío Carrasco: “No pretendo entrar en enfrentamientos directos con Rocío, pero hay capítulos de mi vida que han sido instrumentalizados con fines mediáticos”. Esa frase despertó murmullo entre colaboradores, pues implicaba que la figura de Carrasco era parte del conflicto simbólico que se tejía entre familias mediáticas.

Rocío Carrasco en la sombra: cartas pendientes

Aunque Rocío no estaba presente físicamente en el plató, su sombra era constante. Durante el programa se intercalaron fragmentos de discursos pasados suyos, extractos de sus documentales y ecos de sus batallas legales contra Antonio David Flores. Uno de los temas que volvió a tocarse fue la querella por alzamiento de bienes que ella interpuso y que recientemente perdió ante Antonio David.

Antonio David, por su parte, había reclamado también costas judiciales contra Rocío por 120.000 euros después de su absolución en cierto proceso. Ese reclamo apareció como un telón de fondo en los comentarios del programa, un recordatorio de que la guerra legal entre ellos no cesa.

Algunos colaboradores interpelaron a Carlo sobre su relación con ese conflicto familiar: “Si Rocío decide responderte desde dentro del conflicto Carrasco‑Flores, ¿cómo reaccionarías?” comentó una tertuliana. Carlo guardó silencio unos segundos, luego dijo: “No estoy para alimentar guerras. Pero quien use mi nombre para reforzar una narrativa que no es la mia tendrá que asumir consecuencias”.

Emma pidió profesionalismo: “No se trata de atacar o defender a alguien, sino de dar oportunidad para aclarar versiones”. Y el programa se adentró en un bloque sobre el documental de Rocío Carrasco, intentando explorar cómo sus declaraciones habían influido en la percepción pública de los Flores, de Mar, de Carlo y del entorno mediático en general.

El choque simbólico: memoria, verdad y público

El espacio concedió voz al público: cartas leídas en pantalla preguntaban por qué Rocío estaba ausente, por qué algunos episodios de las memorias de Mar resonaban más que otras versiones, por qué la familia Carrasco‑Flores parecía estar partida en narrativas enfrentadas. Las voces del público pedían coherencia, prueba, verdad.

Los colaboradores entraron con dureza: unos defendieron el derecho de Mar a contar su versión sin que se le deslegitime como madre; otros apoyaron que Carlo tiene derecho a disentir públicamente, si estos conflictos le afectan. Se discutió si Rocío Carrasco había sido usada como figura simbólica en la novela mediática familiar, y si su silencio era estrategia o resignación.

Antonio David Flores apareció a través de conexiones externas: se proyectaron declaraciones suyas recientes y se mencionó que él ha vuelto a ganar batallas judiciales frente a Rocío. Se planteó si ese entorno legal fortalecía su imagen mediática, y si la figura de Carrasco quedaba cada vez más aislada frente a múltiples adversarios públicos.

En un momento clave, Emma preguntó a Carlo:

¿Hasta dónde crees que esta disputa mediática te beneficia o te daña?”

Carlo respondió: “No lo veo como beneficio. Lo veo como necesidad de que se me escuche. No busco aplausos, busco justicia frente a versiones que me afectan directamente”.

Esa frase resonó: no buscaba fama, buscaba defensa. Pero el plató lo escuchaba como una declaración de guerra simbólica. Las cámaras se movían con lentitud sobre los rostros de colaboradores, gente apretaba manos, miradas se cruzaban.

Confrontaciones personales y heridas abiertas

En el tramo final se abrió la posibilidad de que Rocío pudiera intervenir por teléfono o videollamada. Aunque no se concretó, se dejó la puerta abierta como latido emocional latente. “Si Rocío habla, lo hará a su tiempo”, dijo Emma.

Los colaboradores comenzaron a entrever heridas antiguas: traiciones sentimentales, silencios compartidos, versiones que se escribieron pero no se vivieron públicamente. Algunos sostuvieron que las memorias de Mar buscaban “redención emocional”, mientras que las respuestas de Carlo pretendían “reclamar auto‑defensa pública”.

Hubo quienes, con voz comprensiva, recordaron que detrás del espectáculo hay personas falibles, con dolor, con historia familiar compleja. Que muchas veces la verdad no es binaria, sino fragmentaria, y que el público consume versiones como si fueran certeza.

El bloque cerró con una reflexión de Emma:

Esta emisión no es un ring para golpes gratuitos. Es un escenario donde cada versión merece respeto. La audiencia juzgará, pero hoy hemos permitido que las voces se escuchen, sin reír ni condenar de antemano”.

Se apagaron cámaras, las luces bajaron poco a poco, el silencio ocupó el plató. Carlo abandonó el escenario con pasos seguros, pero con el aire de quien carga peso; los colaboradores se quedaron unos instantes más, intercambiando gestos de complicidad y cuidado emocional.

Y en el eco de esa noche quedó claro: no se trataba de definir quién tenía la razón, sino de dar espacio a que tantas razones calladas pudieran acaso ser escuchadas.