Era 12 de octubre en Madrid. El cielo lucía despejado, aunque el aire cortaba con un viento seco y punzante, como si presintiera que ese Día de la Hispanidad no sería como los anteriores. A lo largo del Paseo de la Castellana, las gradas ya estaban repletas de ciudadanos ondeando banderas, y los militares alineados en perfecta formación aguardaban la llegada de las máximas autoridades del Estado.
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Todo parecía preparado: el desfile, los aviones que sobrevolarían la capital, el saludo oficial, la puesta en escena de una monarquía y un gobierno que —al menos por un día— debían mostrarse unidos. Pero bajo la superficie del protocolo, hervía una tensión difícil de disimular.
Y es que este año, el desfile se vivía bajo la sombra de una polémica que nadie podía ignorar: la relación entre la reina Letizia y el presidente Pedro Sánchez parecía más fría que nunca. Las cámaras lo sabían. Los medios lo sabían. Y el propio rey Felipe VI, siempre cuidadoso con los silencios institucionales, también.
Pero quien más lo notó, tal vez, fueLeonor, que por primera vez desfilaba como dama cadete de la Academia Militar de Zaragoza. Vestida con su uniforme, mostraba aplomo y orgullo. Pero sus ojos, atentos a cada gesto entre sus padres y las autoridades, reflejaban cierta inquietud. Era un desfile… pero también una prueba de fuego.

Las miradas que no se cruzan
Cuando el vehículo oficial llegó con los reyes y la princesa, los aplausos se alzaron como siempre. Felipe saludó con su habitual templanza. Leonor, impecable, saludó marcialmente. Y Letizia… Letizia mantuvo el tipo, sí. Pero sus ojos pasaron por encima de Pedro Sánchez como si fuera invisible.
El presidente del Gobierno, por su parte, tampoco hizo mucho por suavizar la situación. Saludó con frialdad, sin extender la mano más de lo necesario. Sus asesores, situados unos metros detrás, lo notaron: esa rigidez no era habitual en él.
Desde el palco, las cámaras captaron la primera señal: Letizia y Pedro no se miraron en todo el saludo inicial. La distancia entre ambos no era física, sino simbólica. Y esa tensión, aunque no estallara en palabras, se hacía sentir como una niebla espesa.
Felipe, entre dos fuegos
El rey Felipe VI, conocedor como pocos del arte del equilibrio institucional, se mantuvo sereno. Pero no podía evitar sentirse en el centro de una incomodidad creciente. A un lado, su esposa; al otro, el presidente del Gobierno. Y entre ambos, una historia reciente de roces, filtraciones y diferencias de criterio que, aunque nunca se confirmaron oficialmente, han dejado huella.
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Se dice que Felipe ha intentado mediar, apaciguar, convencer a Letizia de la importancia de mostrar unidad en público, incluso cuando las diferencias sean personales. Pero también se dice que Letizia no perdona fácilmente, y que algunas decisiones recientes del Gobierno —sobre todo en relación a la Casa Real y su imagen pública— le han parecido ataques velados.
Por ejemplo, aquella filtración sobre los gastos personales, o la falta de apoyo en ciertos momentos mediáticos en los que la reina se sintió sola ante la presión de la prensa.
Leonor, en el centro sin quererlo
Pero quien, sin pretenderlo, se convirtió en el epicentro emocional del desfile fue Leonor. Por primera vez, ya no era solo “la hija del rey”. Ahora era una militar en formación, una heredera en marcha, con un compromiso público que ya no era simbólico, sino real.
Cuando Leonor desfiló frente al palco, el público estalló en aplausos. Algunos corearon su nombre. Otros se pusieron de pie. Y en ese momento, mientras cruzaba con paso firme frente a sus padres y al Gobierno, todos los ojos se posaron sobre ella.
Letizia la miró con un brillo de orgullo, irreprimible, profundo, casi materno más que real. Pedro Sánchez, más comedido, también aplaudió. Perofue Felipe quien pareció contener una emoción mayor: en su mirada se mezclaban el orgullo, la esperanza, y el peso de una monarquía que sigue librando sus propias batallas.
Y en medio de todo eso, Leonor no bajó la mirada ni un segundo.
Las palabras que nunca se dijeron
Después del desfile, durante la recepción en el Palacio Real, se esperaba una foto conjunta, como cada año. Autoridades, miembros del Gobierno, militares, representantes sociales… y por supuesto, la Familia Real.
Pero esta vez, los fotógrafos lo notaron enseguida: Letizia y Pedro Sánchez no coincidieron ni en una sola toma directa. Cada vez que uno se acercaba a un grupo, el otro se alejaba. No hubo foto de ambos. Ni conversación. Ni siquiera un saludo diplomático frente a la prensa.
Algunos periodistas presentes cuchicheaban entre ellos. Uno dijo:—“Esto no es casualidad. Aquí hay algo más que diferencias políticas.”
Otro respondió:“Letizia no olvida. Y Pedro… no perdona el hielo.”
El murmullo de los pasillos
Horas después, ya con el evento concluido, los titulares comenzaron a circular:
Letizia y Pedro Sánchez: tensión palpable en el desfile del 12 de Octubre”
Leonor brilla, mientras sus padres y el presidente esquivan miradas”
La imagen institucional resiste, pero los gestos delatan la fractura”
Las redes sociales hicieron el resto. Videos de los saludos fríos, memes de los gestos forzados, y hilos interminables de usuarios discutiendo si la reina debía comportarse de forma más institucional o si el presidente había sido provocador con su indiferencia.
Y mientras todo eso pasaba, Leonor regresaba a Zaragoza, a su rutina de formación militar, con una mochila más cargada de lo que parecía. No solo por los libros o los uniformes. Sino por lo que vio, por lo que entendió y, sobre todo, por lo que aprendió entre líneas.
Reflexión final: ¿quién representa a quién?
El Día de la Hispanidad no es solo un desfile. Es una puesta en escena del país. De su historia, su unidad, su diversidad. Y también, de su complejidad política e institucional.
Este año, esa complejidad fue evidente. La relación entre Letizia y Pedro Sánchez se convirtió, sin palabras, en un símbolo de algo más profundo: la dificultad de conciliar lo personal con lo institucional, lo emocional con lo estratégico.
Felipe, como siempre, jugó el papel del equilibrio. Leonor, inesperadamente, emergió como figura de esperanza. Y Letizia y Pedro… cada uno defendió su propio silencio.
Tal vez, en otro contexto, habrían hablado. Tal vez, en otra época, habrían fingido mejor. Pero este 12 de octubre, la verdad se coló entre los gestos. Y aunque los discursos oficiales hablaron de unidad, las miradas contaron otra historia.
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