El amanecer en Rosario
A las seis de la mañana, cuando el rumor de la ciudad todavía estaba adormecido por el frescor de la madrugada, don Roberto ya estaba en pie. Caminaba con paso cansado pero firme por las calles empedradas de Rosario, la misma ciudad que lo vio nacer en 1951, y que, medio siglo después, lo vería jugar un papel inesperado en la vida de otro hijo de Rosario: Lionel Messi.

Con una pequeña mesa plegable en la mano y una caja llena de caramelos, chicles y refrescos, don Roberto avanzaba hacia la esquina de calle San Martín y Vélez Sársfield. Suspendido entre los primeros rayos del sol y el leve viento temprano, montaba su puesto: la mesita, una sombrilla vieja que luchaba contra el tiempo, y sobre la tela raída, el surtido de golosinas. Todo ordenado con cuidado, justo como lo hubiera hecho su esposa, quien hasta que falleció hacía los empanados caseros tan celebrados en el barrio.

Él era un anciano honorable, de sonrisa tímida y gesto suave. Había perdido a su esposa hacía cuatro años; desde entonces, la casa a la vuelta de la calle lucía más silenciosa. Aunque su pensión de la seguridad social era modesta, no alcanzaba a cubrir ni los servicios básicos. Por eso salía cada día a la calle, esperando vender lo suficiente para al menos pagar la cuenta de luz y comer una comida caliente.

El vendedor de dulces
Los primeros clientes que llegaban al puesto de don Roberto eran casi siempre trabajadores del mercado cercano o estudiantes que pasaban camino al colegio. Algunos lo conocían de siempre: “Buenas, don Roberto”, le decían con respeto. Él respondía con esa voz pausada, un tanto ronca por la edad, pero siempre cálida:

—Bien, gracias, hija. Todo lo mismo, ¿está? Un refresquito para empezar el día.
Con manos temblorosas por la artritis, entregaba el producto y recibía los dos pesos o cinco pesos correspondientes. En su bolsillo, el billete se amontonaba con otros de días anteriores, un pequeño bote que, si era un buen día, quizás sumaba cien pesos.

Entre un café y otra venta, don Roberto recordaba. Sus hijos habían emigrado a Buenos Aires buscando trabajo; lo visitaban de vez en cuando, pero muchos fines de mes, él se quedaba solo en la casa. Por eso, la mesa de golosinas no era solo un medio de subsistencia: era su modo de seguir presente, de seguir siendo útil, de sostener la rutina que su esposa ya no podía compartir.
El video que conmueve
Una mañana, Mariana, una joven fotógrafa aficionada que pasaba por la zona, se detuvo frente a su puesto. Le llamó la atención la expresión de serenidad y dulzura que rodeaba al anciano mientras trabajaba. Sacó su celular y le preguntó:

—¿Le molesta si le saco una foto mientras atiende?
Él asintió con humildad, y ella grabó unos segundos de video: don Roberto sirviendo agua, sonriendo al niño con su caramelo, saludando a un cliente que llegaba. En menos de tres minutos, el clip estaba publicado en sus historias de Instagram, con un mensaje breve y directo:
“Este señor solo quiere vender unas golosinas para comer hoy. Si pasan por acá, comprenle un refresco. ❤️ #RosarioHumana”
Mariana tenía más de diez mil seguidores. La publicación fue vista por centenares al mediodía… y por miles en el transcurso de la tarde. Sin esperar nada más que generar empatía, no sabía que ese simple gesto abriría una puerta.
El alcance viral
Entre los que vieron el video, muchos compartieron. Algunos pusieron “qué ternura”, otros comentaron “merece un poquito más que un día de venta”, y un puñado incluso sugirió organizar una colecta para ayudar al anciano.

En paralelo, el clip llegó a influencers solidarios y periodistas, quienes lo retomaron en sus propias redes y medios. En cuestión de dos días, la historia de don Roberto ya era noticia regional: “El abuelo vendedor de golosinas en Rosario que roba corazones”. La conmoción creció y llegó, con ecos, hasta el entorno de la Fundación Leo Messi.

Messi observa y actúa
Lionel Messi, desde Europa, hacía su vida habitual de entrenamientos con el Inter Miami y compromisos fuera de la cancha. Pero cada tanto, revisaba noticias de su ciudad natal. Fue así como el lunes 7 de julio de 2025, a última hora de la mañana (hora argentina), vio el video en un canal digital. Lo detuvo al instante: el rostro de don Roberto, su rutina pausada, la historia de una familia falta de apoyo… todo tocó una fibra sensible en el astro.
Messi no era un tipo de ostentar en redes sociales. No estaba en su estilo ni en su forma de vida. Pero tampoco era indiferente. Mandó un mensaje interno a la fundación: “Averigüen quién es ese señor. Quiero ayudarlo”. Y comenzó todo.

El momento del encuentro
La fundación puso manos a la obra. Se contactó con don Roberto, le pidió una entrevista en su casa a la tarde siguiente. Él, desconcertado, accedió. Cuando llegaron, él estaba sentado en su sillón viejo, con una taza de té caliente. En el escritorio había un cartelito que decía: “No fotos, por favor”.
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Sin luces, cámaras ni prensa, aparecieron dos personas: una médica que ofreció revisiones de salud, y un hombre aparentemente discreto con chequera. Le dijeron:

—Don Roberto, Lionel Messi ha visto su historia. Ha querido enviarle 20.000 dólares para que usted no trabaje más si no quiere. Para que arregle su casa y viva con tranquilidad.
Él se quedó mudo. Las palabras resonaron en su mente. No sabía cómo responder. Solo siguió el sonido de sus pasos, el portazo que se cerró, y el hombre que le dio un sobre. Dentro, 20 billetes de 100 dólares —sólo eso, pero era suficiente.
El representante agregó:
—Le manda un mensaje: “Gracias por su ejemplo, por su humildad y dedicación. Usted es un orgullo para Rosario. Disfrútelo, se lo merece”. Nada más.
Emoción a flor de piel
Don Roberto contó más tarde (en la intimidad de su hogar): “Sentí que me faltaba el aire. Me temblaban las manos. Pensé que era un sueño”. Hubo quien dijo que lloró sin consuelo, que pidió que cerraran la puerta para que el que pasaba no viera su cara. Y es que así era el hombre: no buscaba ser héroe, ni protagonista. Solo deseaba un poco de dignidad.
Al día siguiente, conversó con su hija por teléfono, quien no lo podía creer. “Papá… ¿de verdad?”, preguntaba. Y don Roberto tuvo que mostrarle el sobre, los contantes. Era real.
Los primeros pasos hacia la otra vida
Con el dinero, decidió hacer cosas simples pero significativas:
Arregló la casa: pintó paredes, reparó el techo que se filtraba en invierno.
Compró una silla cómoda con respaldo alto y cojín suave, para leer sus libros favoritos en paz.
Pagó todas las boletas pendientes: luz, gas y teléfono.
Guardó una parte para emergencias: tanto para salud como para no volver a depender del puesto.

Además, quiso compartir un poco de esa suerte. Invitó cada fin de semana a niños del barrio a tomar bebidas y caramelos gratis en su jardín. “Digo: ‘vengan chicos, si ustedes quieren…’ y les sirvo yo mismo. Me alegra verlos reír.”
Reflexiones de un corazón humilde
Días después del gesto de Messi, don Roberto se sentó con un diario local. Lo entrevistaron y dijo frases que duelen y emocionan al mismo tiempo:
“Yo no busqué esto… solo quería vender unas golosinas. Pero ver que alguien se conmovió, que me vieron… eso me bastó.”
“No soy rico. Nunca lo fui. Pero ahora ya no vivo con miedo a que se corte la luz.”

Sus palabras salieron con una voz suave, pausada, como derritiéndose en cada sílaba. Y cada palabra llevaba el peso de la gratitud y la poesía de lo cotidiano.

Messi: el símbolo de la humildad
Messi no buscó los flashes. No anunció su acción con bombos ni redes. Actuó en silencio y con modestia. Eso hace que su gesto resuene con más fuerza. No es el dinero lo importante, sino la intención: “Vi tu historia. Me importó. Quiero ayudarte”.

Y esa magia se transmite. Porque si un gigante del fútbol se conmueve con la historia de un hombre común, significa que todavía tenemos esperanza. Significa que los simples actos de bondad importan. Que ayudar a quien no lo espera cambia algo más que su bolsillo: cambia el corazón.

Un círculo de generosidad
La historia de don Roberto pronto inspiró a otros. Vecinos del barrio organizaron jornadas de ayuda. Recolectaron frazadas para invierno, se ofrecieron a revisar casas sin costo, planearon meriendas para personas mayores que vivían solas.
Y los niños, los pequeños que recibían caramelos gratis, compartían la historia en la escuela: “Messi le dio plata al abuelo de las golosinas”. A veces decían “Messi hola” al pasar; él respondía con una inclinación de cabeza, tímido pero feliz.
Así, de una forma simple, nació un pequeño movimiento comunitario: empatía en cadena.
¿Por qué importa esta historia?
Porque rompe con el desencanto. En un mundo saturado de noticias negativas, de injusticias, de egoísmo, aparece una página en blanco para celebrar la bondad. Para recordar que los actos cuentan. Que un solo mensaje, un solo video, una sola persona, pueden impactar vidas enteras.
Y también porque nos muestra que todos, no importa la magnitud de tu acción, tienes el poder de hacer el bien. Si Messi puede hacerlo sin fanfarrias, tú también puedes hacerlo a tu manera.
Un final lleno de nuevos comienzos
Hoy, don Roberto ya no abre su puestito. Pero no se siente inútil. Al contrario: pasea por la calle, charla con quienes lo saludan, arregla el jardín, da caramelos gratis, y toma mate con vecinas que pasan a visitarlo.
Dice que nunca pensó ser protagonista de nada, pero ahora comprende que la vida tiene sorpresas. Que su historia con Messi representa algo más grande: “Si Dios quiere, el cambio viene cuando menos lo esperás”.
Y ahí está Messi, en otra ciudad, jugando, entrenando, viviendo… pero con el corazón en Rosario, latiendo al ritmo de una historia humana que trasciende una cancha.

Epílogo: un mensaje para el futuro
No importa desde dónde venga ni hacia dónde vayas. Cada vida cuenta. Cada gesto cuenta.
Si un video filmado con un celular alcanzó los ojos del mejor jugador del mundo, y eso se transformó en una vida cambiante… ¿qué no puede hacer una idea buena?
La próxima vez que veas a alguien que necesita ayuda, piensa: “Quizá ese pequeño acto sea el comienzo de algo gigante”.
Porque aunque la historia de don Roberto y Messi termine aquí, el impacto apenas empieza.
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