Todo comenzó con un rumor. Un susurro en los pasillos de la prensa deportiva que, al principio, sonaba a fantasía. ¿Messi en Arabia Saudita? ¿Messi enfrentando a Cristiano… otra vez, pero esta vez en Medio Oriente? Era difícil de creer. Pero como en toda gran historia del fútbol, los rumores tienen la extraña costumbre de convertirse en realidad.

En una noche cálida de julio, mientras Lionel Messi disfrutaba de una cena tranquila con su familia en Miami, su teléfono vibró. No era una llamada cualquiera. Era su agente, Jorge, con una voz más agitada de lo normal.

—”Leo, no vas a creer esto… Al-Hilal acaba de hacer una oferta. Y no es una oferta cualquiera.”

Messi levantó una ceja, como quien escucha algo curioso pero no urgente.

—“¿Otra más de Arabia? Ya escuchamos lo del año pasado.”

—“No, Leo. Esta no es como la anterior. Esta es la oferta. Escucha: 600 millones de euros por dos años. Casa de lujo, equipo técnico personalizado, educación de élite para los chicos, seguridad privada… y quieren que uses la camiseta número 10. Es la misma que usó Maradona en su tiempo en el fútbol árabe. Te están esperando como a un rey.”

Silencio. Incluso en la mente de alguien que ya lo había ganado todo —siete Balones de Oro, cuatro Champions League, una Copa del Mundo—, esa cifra retumbaba con fuerza.

Cristiano Ronaldo lo había hecho primero. Cuando aceptó la megaoferta de Al-Nassr en 2023, muchos dijeron que era el principio del fin. Otros lo veían como pionero de una nueva era. Pero lo cierto es que su llegada abrió un nuevo mercado, uno que ahora estaba dispuesto a hacer lo imposible por traer a la otra mitad del fútbol moderno.

Desde Riyadh, los directivos de Al-Hilal habían estado trabajando en silencio durante meses. Sabían que competir con Miami, con la vida tranquila de Messi en Estados Unidos, no sería fácil. Pero en Arabia, el dinero no era problema. Y el objetivo era claro: construir el mayor clásico de la historia fuera de Europa.

Imaginen el escenario: Messi en Al-Hilal. Cristiano en Al-Nassr. Dos íconos eternos, enfrentándose una vez más. No por títulos europeos, sino por orgullo, legado y millones de ojos de todo el planeta.

En París, en una redacción deportiva de un importante diario, un editor casi se atraganta con su café al leer el correo de un corresponsal:

“Messi recibió oferta récord. Arabia quiere el Clásico eterno. Confirmado por tres fuentes.”

A las pocas horas, el hashtag #MessiAlHilal era tendencia global. Las redes sociales explotaban con montajes, memes, opiniones divididas. Algunos decían que Messi debía quedarse en Inter Miami, cumplir su contrato, disfrutar de la tranquilidad. Otros, más ambiciosos, pedían que aceptara.

—”¡Dale, Leo! ¡Danos una última batalla con Cristiano!”, escribía un fan argentino.
—”Sería la mejor campaña de marketing de la historia”, comentaba un ejecutivo de ESPN.
—”Messi no necesita más dinero. Ya lo hizo todo. Que se quede en paz”, respondía alguien desde Barcelona.

Pero el mundo ya había sido sacudido.

En el campamento de Cristiano, el silencio fue evidente. No hubo comunicados. No hubo publicaciones. Pero sí se supo que CR7 llamó a su entorno más cercano:
—“¿Es real? ¿De verdad viene? Entonces… que se preparen. Yo no me voy a rendir.”

Porque si bien el portugués ya había conquistado a la afición saudí con sus goles, su llegada no fue todo lo que se esperaba en lo deportivo. Y sabía que si Messi aterrizaba en Al-Hilal, la atención del mundo, nuevamente, se inclinaría hacia el rosarino.

Era una cuestión de orgullo. Una más. Como en aquellos Balones de Oro, como en los clásicos Madrid-Barça, como en la final de Champions entre Manchester United y Barcelona. El duelo eterno estaba por reescribirse… bajo el sol ardiente de Arabia.

Pero había algo más profundo. Algo que no aparecía en los titulares. Messi tenía dudas.

En una conversación íntima con Antonela, su esposa, la pregunta quedó flotando:

—“¿Y si lo hacemos? ¿Y si vamos por una última aventura?”
—“¿Y los chicos? ¿Y el cole? ¿Y nuestra vida acá?”

Porque ya no era solo fútbol. Era familia, estabilidad, legado. Messi no necesitaba demostrar nada más. Pero el eco de los estadios llenos, de la emoción de los grandes partidos, seguía latiendo en su interior.

Desde Qatar, los dueños del Al-Hilal sabían que no bastaba con dinero. Así que agregaron un detalle más:

“Queremos que seas el rostro de nuestro Mundial 2034. Queremos que inspires a nuestros jóvenes, que seas parte de la historia del país. No es solo fútbol, es algo más grande.”

Era una jugada maestra. Apelar no solo al bolsillo, sino al alma de Messi.

Mientras tanto, en Miami, la afición del Inter empezaba a inquietarse. Ya lo veían como suyo, como el héroe que les dio títulos y relevancia internacional. La MLS le había abierto los brazos, y él había respondido con fútbol y humildad.

Pero la llamada de la historia… esa no llega dos veces.

La novela sigue sin un desenlace claro. Messi aún no ha dado su respuesta definitiva. La propuesta está sobre la mesa. El mundo espera. Cristiano escucha. Los jeques observan. Y los fans… sueñan.

Porque más allá del dinero, más allá de la rivalidad, más allá de los títulos, hay algo que une a todos: el deseo de ver una última página en el libro más grande del fútbol moderno.

¿Messi al Al-Hilal?
Quizás sí. Quizás no. Pero lo que es seguro es que la millonaria oferta ya sacudió al mundo. Y a Cristiano.