El plató de ¡De Viernes! estaba preparado para una noche especial: cámaras, focos, público caliente e invitados señalados. Todos sabían que esa emisión no sería rutinaria. Se corría el rumor de que después de semanas de tensiones familiares y portadas polémicas, esa noche se viviría un antes y un después mediático. Entre los que recibirían el foco estaba Carlo Costanzia, quien había concedido una entrevista cargada de reproches. Pero también Terelu Campos, cuya presencia esa noche era interpretada ya como una declaración simbólica. Y, muy especialmente, Rocío Flores, quien más de una vez había sido blanco de críticas, comentarios en platós y mofas tras muchos episodios familiares.

Se decía que en esa noche se vería el declive histórico de Terelu como figura conciliadora, que las mofas dirigidas a Rocío Flores entrarían en nueva dimensión, y que el peso de Carlo podría inclinar muchas percepciones. Porque en la crónica rosa, no hay casualidades: todo gesto, todo silencio, todo encuadre de cámara tiene efecto.
El ambiente previo
Antes de que las cámaras se encendieran, los colaboradores ensayaban sus intervenciones, los guionistas revisaban qué fragmentos editarían y los invitados finales llegaban con cautela. En los pasillos, se comentaba que Terelu había decidido invitar formalmente a Carlo Costanzia padre a su fiesta de cumpleaños pocos días atrás, y que ese gesto ya era interpretado como una señal de respaldo al clan de su consuegro frente a los relatos duros de Mar Flores.
En los medios, se leía que Terelu había posado en el photocall con Carlo padre, su hija Alejandra Rubio y su yerno Costanzia, dejando fuera a Mar Flores, lo que muchos tomaban como una provocación simbólica

Rocío Flores estaba al tanto de esas noticias, y sabía que esa noche el plató se convertiría en una arena donde se confrontarían versiones. ¿Se mofarían de ella nuevamente? ¿Sería ella señalada como la “hija conflictiva”? ¿Se sumaría Terelu al coro crítico?
Carlo llegó al plató con semblante serio. No vestido de víctima, sino de quien va a decir lo suyo sin esconder. Sabía que esa emisión lo expondría, quizá lo reviviría en los titulares y lo arrastraría en redes sociales. Pero también sabía que tenía una audiencia, una voz y un derecho a posicionarse.

El arranque del programa: gestos que pesan
Desde el primer bloque se notó la tensión. Los colaboradores hablaron sobre los conflictos familiares, los vetos, las versiones cruzadas en revistas. Pero cuando el presentador introdujo el bloque “la entrevista de Carlo”, algo cambió en el ambiente: el aire se espesó, las miradas se dirigieron hacia él, se hizo un silencio breve antes de que él tomara el micrófono.

Carlo habló con voz medida. Dijo que estaba cansado de titulares que no respetan los matices, que él no buscaba enemigos sino justicia, que muchas cosas se habían dicho sin contraste. No rehuyó ataques, pero tampoco entró a provocar gratuitamente.
Pronto se abordó el episodio del posado familiar en la fiesta de Terelu, ese que tanto revuelo causó en prensa. Muchos lo vieron como un “zasca” a Mar Flores. Carlo admitió que se sintió herido por versiones que lo situaban como alguien que ata su vida a los titulares, pero defendió que tenía derecho a defender su versión y que ciertas omisiones le parecían injustas.
Fue en ese bloque cuando las cámaras hicieron el primero de muchos enfoques sobre Terelu: su rostro estaba atento, serio, sin gestos exagerados, pero con una mirada que delataba internamente que estaba calibrando qué decir, cuándo intervenir, cómo posicionarse.
Las mofas hacia Rocío Flores
Cuando el turno se abrió para comentarios y preguntas del público o colaboradores, surgieron los primeros “piques” con Rocío Flores. Algunos comentarios fueron suaves, otros más directos. Se insinuó que Rocío habría alimentado ciertas polémicas, que ella había sido usada por medios sensacionalistas, que sus versiones carecían de profundidad frente a las narrativas que estaba desplegando Mar Flores y Carlo.
Algunos colaboradores recordaron episodios antiguos: declaraciones cuestionables, intervenciones estelares en programas, denuncias, rupturas. Se hizo eco de que Rocío Flores había sido “mofa recurrente” en platós precisamente porque solía ser foco de confrontaciones, en especial cuando los conflictos familiares se volvían públicos.

Rocío, en pantalla, tuvo que aguantar miradas y silencios. Su expresión era de contención: intentó responder con calma, sin elevar la voz, pero cada frase suya era cortada por algún comentario posterior. El presentador tuvo que intervenir algunas veces para calmar el tono.
Las mofas no eran insultos groseros, pero sí insinuaciones, ironías sutiles, cuestionamientos de credibilidad: “¿cómo alguien que no estuvo en ciertos momentos puede hablar ahora de heridas antiguas?”, “se habla mucho para quien siempre fue señalada”, “hubo quien cuestionaba que su silencio mediático le daba más espectáculo luego”.
Eso marcó un giro: ya no era solo la confrontación entre Carlo y su madre o suegra; ahora Rocío Flores quedaba expuesta como blanco de “juicio público”, en medio de un plató que podía partirla en dos. Se sentía que algo histórico estaba ocurriendo: que una figura como Terelu, tradicionalmente vista como moderadora o “abuela mediática”, permitía que se mofaran pública y relativamente impunemente de Rocío.

El bochorno simbólico de Terelu
El punto más delicado se alcanzó cuando alguien, desde el plató, le preguntó a Terelu Campos si creía que esas mofas hacia Rocío estaban justificadas, o si ella consideraba que había estado mucho tiempo neutral. Era un momento en que muchos esperaban que ella diera una posición clara.

Pero lo que hizo generó lo que muchos llamarían “bochorno simbólico”: Terelu respondió con diplomacia, evitando hablar directamente de Rocío Flores, diciendo que no le corresponde comentar asuntos que no conoce del todo, que respeta todas las voces, que no quería generar más polémica. Esa posición le permitió no alinearse explícitamente, pero al mismo tiempo fue interpretada por muchos como un consentimiento taciturno a lo que estaba ocurriendo.
El plató quedó en silencio unos segundos. Después las cámaras captaron rostros de sorpresa, murmullos, e incluso algunos comentarios de “¿por qué no ha querido defenderla?” Por primera vez Terelu parecía vacilar como figura de autoridad mediática. Esa vacilación fue tomada como señal de declive: la que reina del plató no quiso o pudo tomar la palabra por quien estaba siendo objeto de mofas.

Algunos colaboradores, con voz baja pero firme, insistieron: “Se ha permitido que esta noche se hable en ese tono de Rocío; ella no está presente para defenderse como quisiera”. O “Tal vez no es momento para que ella hable, pero alguien debía señalar cuándo las mofas se convierten en humillaciones”.
Carlo, visiblemente incómodo, mires para ambos lados. No quiso imponer, pero dejó entrever que esperaba respeto para quienes están siendo tratados como blanco público. Y Rocío, ausente en esa sección (no estaba en plató), quedó representada simbólicamente como la víctima de un combate mediático en el que otros hablan por ella.
El clímax del declive
Cuando el programa fue entrando en su tramo final, se invitó a un cierre reflexivo. El presentador preguntó a Terelu si, en adelante, veríamos un rol más activo de su parte para frenar este tipo de humillaciones mediáticas. Ella, con voz pausada, dijo algo así como:
Como siempre he dicho, respeto todas las voces. Pero no puedo estar en cada intervención ni responder a cada crítica. Sería agotador. No creo que esta noche sea justo ni para mí ni para nadie obligar a tomar partido en un plató.”
Esa respuesta fue interpretada por muchos como el toque definitivo: el declive de una figura mediática que estaba perdiendo autoridad para moderar las historias familiares en televisión. Porque cuando los espectadores detectan que “la moderadora” no interviene al ver mofas hacia alguien, ese moderador empieza a perder credibilidad.
El cierre del programa finalizó con Carlo diciendo que él no buscaba enemigos, sino dignidad, que esperaba que se trate con respeto a quienes hablan y también a quienes callan. El presentador agradeció a todos los invitados, y la emisión quedó atrás con ecos de tensión.

Después del directo: repercusiones y certezas
Al día siguiente los medios no hablaban de otra cosa. Titulares como “Terelu pierde su aura moderadora”, “Las mofas públicas a Rocío: ¿nuevo linchamiento televisivo?”, “El declive simbólico de Terelu en directo” inundaron portales. Algunos opinadores criticaron a Terelu por su pasividad: “No tomó partido cuando se mofaban de alguien que no estaba presente”. Otros defendieron que ella no puede intervenir en todo.
Rocío Flores recibió críticas y defensas simultáneas. Algunos simpatizantes dijeron que esa noche se vio la valentía de aguantar sin presencia, otros lo consideraron injusto. Carlo Costanzia fue el protagonista mediático de esa emisión, con frases que serían reproducidas: “No me pongan a elegir enemigos, exijo respeto.”
Para muchos espectadores, lo que pasó en ese plató fue histórico: ya no se trataba solo de conflictos familiares, sino de dinámicas de poder mediático. Se habló de cómo las figuras “madre patria” o “suegra emblemática” pierden autoridad si no protegen a los débiles. Se cuestionó hasta qué punto los platós permiten la dignidad de quienes no pueden defenderse en vivo.

Y para Terelu, la “mofas permitidas” fueron como una fisura en su escudo. Su decisión de no intervenir frontalmente fue interpretada como un declive simbólico: la audiencia ya no la ve como garante moral, sino como participante más de esas novelas mediáticas.
Carlo, al salir del plató, respiró hondo. Sabía que había jugado en terreno peligroso. Pero también sabía que esa noche no podía flaquear. Si algo había quedado claro es que en el mundo del corazón, el silencio puede ser más cruel que los ataques, y que las mofas, disfrazadas de humor, pueden marcar un antes y un después en la reputación pública de una persona.
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