Esa mañana teñía Madrid de gris, con nubes que presagiaban tormenta. En los pasillos de Telecinco, se respiraba tensión, susurros y risas contenidas. Todo porque algo que se creía oculto estaba por estallar: Santi Acosta, el presentador estrella del nuevo magazine ¡De viernes!, estaba envuelto en rumores de lo más jugosos.

El origen de la sospecha

Santi Acosta no es un recién llegado al mundo del cotilleo. Durante años ha sido comentarista, conductor, tertuliano, rostro habitual de los medios del corazón, con éxitos y tropiezos. Su nuevo programa ¡De viernes!, junto a Bea Archidona, buscaba rescatar la audiencia de los viernes, un espacio que Telecinco ansiaba consolidar.

Mientras tanto, en los mentideros mediáticos circulaba otra noticia: Santi mantenía una relación estable con Esther Palomera, periodista y colaboradora habitual de Mediaset. Una pareja discreta, poco ostentosa, respetada dentro del mundillo.

Pero un día, la revista Semana publicó unas fotografías que incendiarían las redes: Santi Acosta, abrazado del brazo, y despidiéndose con un beso aparentemente más romántico que amistoso con otra mujer que no era Palomera. Instantáneas captadas en plena calle, bajo luces cotidianas, pero con sabor a traición.

Ruido, silencio, ruptura

Las imágenes corrieron como pólvora. En Telecinco, en los cafés de la productora, en los grupos de WhatsApp de periodistas, el rumor tomó forma de cuchillo. ¿Era esto una infidelidad? ¿Había terminado la relación con Esther?

Poco después, se publicó que Esther Palomera habría terminado la relación tras ver las fotos. Aunque no había declaraciones oficiales abundantes, el ambiente indicaba que algo grave había sucedido.

Santi hizo lo que suele hacerse: silencio, evasivas, versiones tibias. No negó, no confirmó. En entrevistas posteriores, se limitó a decir que su vida privada le afectaba, que no quería entrar en especulaciones, que todos los trabajos lo somete al ojo público.

La prensa del corazón, sin embargo, explotó. Las redes sociales lo devoraron. “Pillado por los paparazzi con otra mujer”, titulaba uno de los medios. “¿Ha sido engañada Esther?”, preguntaban en otros. En algunos chats se especulaba con quién era la otra mujer: colega de profesión, amiga, acaso alguien con aspiraciones dentro del circuito de la prensa rosa. Las teorías proliferaban.

Polémica pública: confrontaciones y críticas

Como suele pasar, cuando se mezcla lo profesional con lo personal, las líneas se tornan borrosas. Esta polémica no solo involucraba la intimidad de Santi, sino también su imagen como presentador, su credibilidad, su rol dentro de Mediaset.

Lydia Lozano, figura veterana de la cadena, hizo declaraciones explosivas: lo llamó el peor presentador de Telecinco, dijo que no le transmitía nada, que estaba allí “como puesto por el alcalde del Ayuntamiento”, que no disfrutaba, que no se movía. Críticas duras, viejas rencillas sacadas a la superficie en este contexto de escándalo.

Santi respondió con cierto desdén público: que cada uno puede opinar, que estas cosas pasan en televisión, que él no era hombre de guardar rencores, que lo importante era el trabajo, la audiencia. Se mostró conciliador, pero también algo cansado, quizá desgastado por el rumor.

El impacto en su imagen y en Telecinco

El golpe mediático fue grande para él, porque su nuevo rol al frente de ¡De viernes! lo ponía bajo lupa. El programa tenía el objetivo de rescatar noches de viernes, de atraer público con entrevistas, crónicas sociales y presión de corazón. Telecinco invertía en su credibilidad, en su carisma, y estos rumores le restaban puntos de confianza ante espectadores más exigentes.

La ruptura con Esther Palomera, sin declaraciones claras, dejaba espacio para que los medios del corazón dictaran su versión. Incluso su productora, Mandarina, debió manejar el asunto con sigilo, minimizarlo cuando era posible, evitar que derivara en crisis interna. Algunos colaboradores comentaban que ya no se podían hablar con la misma ligereza de ciertos temas si Santi estaba involucrado.

Además, Lydia Lozano, que pronto podría compartir plató con él en ¡De viernes!, complicaba más las cosas. El contraste entre las críticas pasadas de ella hacia Santi y la posibilidad de colaboración futura añadía una capa de tensión mediática extra: ¿cómo cohabitarían esas rencillas antiguas en un programa al que ambos pertenecen? Teléfono rojo para Telecinco, que no solo lucha por audiencia, sino por mantener una imagen potable mientras enfrenta estos escándalos internos.

Escena decisiva: la confrontación en plató

El día en que Lydia Lozano se incorpora formalmente a¡De viernes!, la tensión era palpable. El público esperaba el momento, los espectadores querían ver si habría algún choque, alguna mención al escándalo, algún comentario punzante en directo.

Cuando Lydia llegó al plató, saludó con formalidad. Santi hizo lo mismo. El silencio en el ambiente era más espeso que los focos. Bea Archidona, copresentadora, trató de romper con humor, introduciendo un tema ligero. Pero hubo miradas que duraron demasiado, pausas que se sintieron como asaltos.

Luego Lydia se refirió al programa, elogió su formato, pidió que los invitados se sintieran libres. En ese momento Santi, con voz tranquila, respondió que esperaba que la audiencia confiara en la dirección del programa, en la sinceridad. Y aunque no lo dijo con todas las palabras, dejó entrever que su vida privada estaba siendo demasiado expuesta por quienes buscan el morbo. Fue un gesto sutil de defensa. Algunos colaboradores aplaudieron mentalmente; otros miraron hacia otro lado.

No hubo enfrentamientos explosivos, no hubo gritos, no hubo lágrimas. Pero el mensaje quedó claro: Santi no estaba dispuesto a ser solo objeto de portada. Y Lydia, por su parte, ya había dejado su crítica pública; ahora compartía escenario con él, situación difícil de digerir, aunque se mostró profesional.

Conclusión: escándalo, morbo y lección

Esta historia no termina con un titular único. No hay confirmaciones absolutas ni rectificaciones públicas contundentes. Pero sí deja marcas: en la fama, en la reputación, en la manera en que se entiende el corazón televisivo.

Para Santi Acosta, este episodio es una prueba de resistencia. Ha de equilibrar su rol como conductor, su exigencia de que se le juzgue por su trabajo, no por rumores, con la realidad de que en el espectáculo, la intimidad muchas veces está desprotegida.

Para Mediaset/Telecinco, es otro recordatorio de lo complejo que es manejar rostros públicos cuando lo personal se mezcla con lo profesional. Cada desliz, cada foto, cada declaración cuenta, no solo ante los espectadores, sino ante los propios colaboradores, los directivos, el mercado.

Y para el público, este escándalo es una invitación a reflexionar: ¿hasta qué punto tenemos derecho a saberlo todo? ¿Qué daño hace la especulación? ¿Puede alguien mantener credibilidad después de ser “pillado”, aunque sea parcialmente?

Al final, el escándalo no decide siempre quién gana o quién pierde, pero sí quién sobrevive al escrutinio. En este caso, Santi Acosta sigue al frente de su programa, aunque con más ojos encima. Lydia Lozano ha vuelto, aunque con sombras del pasado. Y Telecinco, como siempre, transita la zona peligrosa entre el entretenimiento y el morbo.