Este es un relato —al estilo de una crónica televisiva— de cómo se desencadena una tormenta mediática protagonizada por Antonio David Flores, Rocío Carrasco y Emma García, en el plató del programa Fiesta. La historia abarca silencios, reproches, acusaciones y una firme determinación de no dar vuelta atrás.

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Los orígenes del conflicto

La tensión ya viene de lejos. Rocío Carrasco y Antonio David se casaron siendo muy jóvenes y lo que inicialmente parecía un cuento de hadas terminó en ruptura, desencuentros y revelaciones.

Años después, el conflicto subió de nivel cuando Rocío Carrasco produjo el documental Rocío: Contar la verdad para seguir viva en el que relataba su versión de lo sucedido. Antonio David no quedó al margen: su figura fue señalada.

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Por su parte, Rocío Flores —hija de ambos— reapareció en televisión y lanzó frases contundentes que encendieron aún más la controversia: aseguró que su padre nunca habló mal de su madre “en casa”, aunque reconocía que en televisión sí lo había hecho.

Así, los ingredientes estaban sobre la mesa: heridas no cerradas, versiones contrapuestas, una televisión que devora relatos y una tensión familiar que trasciende lo doméstico.

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El momento clave en el plató de “Fiesta”

El programa “Fiesta”, presentado por Emma García, se convirtió en escenario de confrontación. Allí, Rocío Flores defendió una narrativa: “Mi padre nunca nos ha hablado mal de la familia de mi madre… en casa”. Pero Emma García reaccionó de inmediato con incredulidad:

Cuando Rocío Flores dice ‘yo no he escuchado a mi padre hablar mal de mi madre’, en casa no sé, porque en la tele sí. Esta es una realidad”.

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Ese momento fue como un quiebre. Emma no solo puso en duda el testimonio, sino que implicó que el discurso de Flores estaba en contradicción con lo que el público ha visto históricamente. El presentador lo calificó como “sería esquizofrénico este planteamiento”.

Fue en ese instante que Antonio David optó por “fulminar” —en sentido figurado— el papel del “padre Apeles”. Aquí, “padre Apeles” funciona como metáfora: alguien que piensa que su discurso tranquilo o aparentemente justificado lo salva, pero se ve abrumado por la fuerza del debate.

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En vivo, con cámaras, cámaras de seguimiento, titulares inmediatos, redes y prensa al acecho, Antonio David negó dejarse arrastrar, asumió que estaba en una batalla pública y advirtió que su paciencia tenía un límite.

La postura de Antonio David: ataque, defensa y preaviso

Antonio David, lejos de mostrarse pasivo, reafirmó su posición. En una reciente declaración declaró que “he visto sufrir, pasarlo mal y llorar a mi hija” —refiriéndose a Rocío Flores— como consecuencia del proceso judicial que la enfrenta a su madre.

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También reclamó una cantidad cercana a 120.000 euros en costas procesales a Rocío Carrasco, tras haber sido absuelto de presunto delito de alzamiento de bienes.

Es decir:

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Defiende que la “víctima” de la situación es su hija.

Acusa a su exmujer de propiciar un entorno que la dañó.

Advierte que el conflicto no se queda en los platós: habrá consecuencias legales.

Este mensaje refuerza su postura de “no me quedaré de brazos cruzados”. Del plató al juzgado, posibilidades de revancha, compensación económica, consideración pública.De Viernes' junta a Rocío Flores y Olga Moreno en su plató para confirmar la vuelta de Telecinco a su pasado

¿Por qué “padre Apeles”?

La expresión “padre Apeles” no corresponde a un personaje real concreto en este relato, sino a una figura simbólica dentro del programa: alguien que se queda en la orilla del discurso edulcorado, que cree que basta con decir “no he dicho nada malo en casa”, cuando el escenario público contradice esa imagen.

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Cuando Antonio David “fulmina” al “padre Apeles”, lo que hace es decir: “no me engaño ni engaño. No me basta con un discurso amable. Estoy dispuesto a actuar”. Y lo hace en presencia de Emma García, testigo y moderadora del debate, que viene con la autoridad de poner en jaque los relatos “autolimpiadores”.

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La escena adquiere resonancia:

Emma García exige coherencia entre lo dicho y lo hecho.

Antonio David exhibe otra cara: la del padre afectado, el hombre que asume que la batalla es pública y privada, y que ya no se resigna a cargar solo.

El “padre Apeles” queda fuera metafóricamente: las reglas de juego del silencio o del “esto se arregla en familia” han quedado obsoletas.

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Claves para entender esta historia

Televisión como escenario central: Este conflicto no es solo doméstico; se ha trasladado al plató, a redes, a los juzgados. El consumo mediático lo hace exposición y presión.

Versiones contrapuestas: Hay una versión de la madre, otra del padre, otra de la hija; cada una lleva su carga emocional.

El papel de la hija: Rocío Flores asume un papel activo: ya no solo está “defendida”, sino que también emite su versión pública.

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La figura de Emma García como moderadora/razón: Cuando ella interrumpe, cuestiona, señala discrepancias, se convierte en catalizadora del conflicto.

La demanda de justicia o compensación: No bastan ya las palabras. Reclamar costas, visibilizar sufrimiento, hacer público un dolor, todo ello amplía el escenario al terreno legal y mediático.

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Consecuencias posibles

Para la familia: Este episodio puede suponer un punto de no retorno. Una vez que lo doméstico sale al aire, las relaciones cambian irreversiblemente.

Para los espectadores: Se genera un relato polarizado: de un lado el padre que “defiende” a su hija, del otro la madre que se siente traicionada o incomprendida. Ambos públicos tienen su simpatía.

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Para los medios: El plató de “Fiesta” se convierte en escenario explosivo. Este tipo de emisiones generan audiencia pero también desgaste emocional.

Para la reputación de Antonio David: Su decisión de “fulminar” implica riesgo: puede ganar apoyo entre sus seguidores, pero también vulnerabilidad ante nuevos reproches.

Para la propia crisis familiar: Las heridas no solo se reciclan, se amplifican. Y los hechos del pasado se repiten en forma de nueva controversia.

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Reflexión final

Imaginemos la escena de nuevo: luces encendidas, cámaras enfocando, micrófonos abiertos. Antonio David sentado, firme, con mirada seria. Emma García al frente, levantando una ceja, sin miedo a cuestionar. Rocío Flores, joven, dolida, clara. Y al fondo, la figura simbólica del padre Apeles que ya no tiene voz.

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Al final del episodio, el mensaje de Antonio David es claro: “No estoy dispuesto a quedarme callado. Ni que digan que en casa todo era perfecto. Hubo daño, hubo sufrimiento, hubo implicaciones”. Y lo dice en un plató donde el público, los colaboradores, las redes, están listos para aplausos o abucheos.

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Este momento televisivo, cargado de adrenalina, también plantea preguntas incómodas: ¿hasta cuándo la familia será un espectáculo? ¿Cuándo el dolor se convierte en audiencia? ¿Puede quedar algo de intimidad cuando los medios irrumpen en el sufrimiento?


Quizás el episodio marque una nueva fase: menos silencios, más enfrentamientos. Y como dijo alguien en ese plató: «Si sigo fingiendo que todo está bien, estoy mintiéndome a mí mismo».