A Sus 82 Años, Juan Pardo Rompe El Silencio Y Deja Al Mundo Conmocionado | HO

Qué fue de… Juan Pardo | Revista Ayer y hoy

En el crepúsculo de una carrera de más de seis décadas, Juan Pardo, el hombre cuya voz marcó la banda sonora de la España moderna, ha roto el silencio que se había impuesto tras la dolorosa separación de su legendario dúo Juan y Junior. Hoy, con 82 años cumplidos, el artista gallego desvela por primera vez en una extensa entrevista las razones íntimas que le llevaron a callar muchos años, y el mundo de la música se estremece al descubrir la dimensión real de aquella herida que él transformó en canciones.

Para comprender la magnitud de esta confesión, hay que remontarse a la Palma de Mallorca de 1942, donde Juan nació por azares del destino militar de su padre. Sin embargo, aunque su partida de nacimiento rezara “Palma”, él siempre supo que su corazón era gallego.

Hijo pequeño de un capitán de la Armada, creció entre mudanzas y disciplina castrense: de Ferrol a Cartagena y de regreso, nunca echó raíces fijas fuera del estricto régimen militar. Su padre, firme y autoritario, lo veía destinado a la carrera naval, pero un defecto de visión —era daltónico— truncó el plan familiar y le liberó, casi sin saberlo, para abrazar otro uniforme: el de la música.

Desde niño, Juan atesoraba un oído prodigioso. Sus hermanos reproducían sin error las partituras clásicas y él, sentado en silencio, repetía cada nota. A los 18 años, cansado de horarios marcados por un reloj ajeno, huyó a Madrid “oficialmente para estudiar”, pero en realidad para buscar su propia voz.

Sin dinero, sin contactos y con una timidez que contrastaba con su talento, se enfrentó a los primeros fracasos: ensayos en garajes con Los Teleco, breves apariciones con Los Vándalos… hasta que en 1962 recibió la llamada de Los Pequeñiques. Ilusionado, entró al estudio con la esperanza de grabar su primer single. Pero el productor, al ver su ficha, preguntó con desdén: “¿Y este quién es?”. Fue despedido sin escuchar su voz. Para muchos, aquella humillación habría sido el fin; para Juan, comenzó el impulso definitivo.

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Semanas después, gracias a un amigo en Philips, grabó un sencillo con Los Relámpagos y recuperó la confianza. Pronto, Los Pequeñiques le abrieron las puertas de nuevo y aquel joven tímido empuñó el micrófono con energía: versiones de “She Loves You” y otros éxitos bailables le situaron en el mapa.

Entonces llegó la oportunidad definitiva: en 1964, Los Brincos, bautizados como “los Beatles españoles”, lo incorporaron como vocalista principal. Con ritmos británicos, palmas flamencas y armonías claras, el grupo estalló en popularidad, y Juan se convirtió en icono de modernidad, rostro amable y talento innato. Pero el éxito nunca viene solo y, al mismo tiempo que subían los aplausos, crecía la tensión interna.

En 1967, Juan y Junior —dúo forjado desde el estudio de Los Brincos— lanzaron “La Casa” y “Anduriña”, vendiendo cientos de miles de ejemplares. Su química era incontestable, hasta que en el trasfondo floreció un triángulo sentimental: Juan estaba enamorado de Rocío Dúrcal, mientras Junior vivía un romance con Marisol. El elemento detonante ocurrió cuando Rocío, la musa de Juan, confesó al joven Junior su atracción.

En una sesión de grabación, Juan, dolido y sorprendido, regrabó sin avisar una canción reemplazando la voz de su compañero con la suya propia. Fue un acto imperceptible para el público, pero devastador para la amistad y la confianza. Al enterarse, Junior pidió explicaciones; la herida resultó imposible de suturar. En 1969, con un escueto comunicado alegando “diferencias profesionales”, el dúo se disolvió. El verdadero motivo: “celos y un corazón lastimado”, sentenciaría Junior años después.

Aquel adiós marcó un antes y un después en la trayectoria de Juan Pardo. En lugar de alimentar polémicas, optó por el silencio como escudo y refugio. Durante los años setenta y ochenta, su firma desapareció de los primeros planos, pero su talento no se apagó: se convirtió en “el arquitecto oculto del pop español”.

Entre bambalinas, compuso y produjo éxitos para Rocío Jurado, Ana Belén, Miguel Bosé, Joan Manuel Serrat, Peret y, más tarde, camaleones como Parchís y Camilo Sesto. Mientras otros buscaban el foco, Juan elaboraba melodías, armonías y arreglos que copiarían generaciones; su orgullo era que sus canciones triunfaran, aunque él nunca figurara en la portada.

En lo personal, Juan también vivió un relato de amor discreto. Durante el rodaje de la película musical 45 Revoluciones Por Minuto, conoció a Emy de la Cal, cantante cubana de carácter fuerte y voz aterciopelada. Se casaron en Londres en 1970, lejos de la prensa, y durante trece años forjaron una familia de respeto y complicidad: ella colaboró como corista, musa y consejera creativa; él le dedicó canciones y la convirtió en coprotagonista de su vida.

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Tuvieron dos hijas, Teva y Lis, y, aunque en 1983 su matrimonio terminó, mantuvieron un vínculo de cariño que trascendió su rol de pareja. En cada disco familiar o reencuentro navideño, la imagen de Juan y Emy juntos habla de una fidelidad que no se rompe con un papel de divorcio.

Así, Juan navegó entre el éxito silencioso y la soledad creativa. En 1976, lanzó Galicia, Miña e Na Mareas, un álbum cantado en gallego que fue acto de valor y amor a sus raíces justo en plena transición española. Más tarde, los ochenta lo devolvieron a la popularidad con himnos como “Bravo por la música” y “No me hables”, canciones que aún se cantan en karaokes familiares. Pero nunca buscó retomar el estrellato masivo; prefería que su legado creciera en las voces de otros y en la memoria colectiva.

Y ahora, a sus 82 años, Juan Pardo ha decidido compartir la verdad oculta detrás de aquel doloroso final de Juan y Junior y del pacto de silencio que lo condujo casi cuatro décadas. En una entrevista publicada esta semana, confiesa sin rencor: “Regrabar la voz de Junior fue un acto impulsivo de un chico despechado.

No lo justifiqué entonces ni lo justifico ahora. Aquello destruyó nuestra confianza y rompió una amistad que jamás pude recuperar”. Reconoce sus culpas y explica que su autoimpuesto silencio fue el único refugio posible para transformar el sufrimiento en arte: “Las heridas no sangran si no las escupe el corazón, y yo escogí escribirlas de otra manera: con música”.

La revelación conmociona a todos los que crecieron con sus canciones o admiraron la leyenda de los Brincos y de Juan y Junior. Ahora entendemos que, tras cada verso de “Conversaciones conmigo mismo” o de “Soledades”, había un hombre enfrentado a su propia culpa y anhelando la paz.

Al romper su silencio, Juan Pardo no busca titulares ni reconciliaciones póstumas: lo suyo es un acto de liberación. Ofrece al público la llave de un pasado que muchos intuían pero nadie había confirmado —el coste humano del éxito— y lo hace con la misma elegancia que impregnó sus composiciones.

El mundo musical celebra su valentía. Críticos, biógrafos y fanáticos coinciden en que esta confesión alumbrará un nuevo capítulo en la historia de la música española. La figura de Juan Pardo se engrandece: ya no solo como creador de éxitos, sino como un hombre capaz de reconstruirse desde la hondura de su propia experiencia. Porque, como él mismo afirma, “el verdadero legado no son los discos de oro, sino la verdad con la que te miras al espejo”.

Y así, a sus 82 años, Juan Pardo demuestra por qué su voz y su silencio han marcado generaciones. Hoy, mientras escuchamos sus canciones con otros oídos, comprendemos que la piel de las melodías lleva grabada la historia de un hombre que aprendió que la fuerza de un artista reside tanto en su capacidad de crear como en su valentía para reconocer sus propios errores. Con su ruptura definitiva de aquel silencio, Juan Pardo deja al mundo conmocionado y nos regala, una vez más, una lección de humanidad.