Hay días en los que la tinta corre más rápido que el pensamiento. Días en los que la mano tiembla mientras anota, como si supiera que lo que está escribiendo no se repetirá jamás. Y eso me ocurrió la mañana en que recibí aquella llamada:Coge el cuaderno. Gloria Camila acaba de soltar algo que deja pálida a Rocío Carrasco… y Kiko Hernández está hundido.”

Lo dijo con esa voz que solo usan los redactores cuando saben que están ante un terremoto. Yo, que llevaba años cubriendo este universo de luces, gritos, llantos y secretos a medio desvelar, entendí al instante que no podía perder ni un segundo.
Agarré mi cuaderno de tapas gastadas, ese que siempre llevo como un amuleto, y salí corriendo hacia el estudio.
La atmósfera antes de la bomba
El plató estaba extraño. No tenso, ni caótico. Extraño. Como si todos supieran algo que yo aún no había descubierto.Los técnicos se movían en silencio, los colaboradores evitaban hacerse bromas, y hasta el café de la máquina parecía más amargo de lo habitual. Me acerqué a la productora jefe, que me recibió con un susurro:Prepárate. Lo que viene hoy no estaba en el guion.
¿Ella? —pregunté.
Asintió sin pensarlo:Gloria Camila. Ha pedido paso. Quiere hablar. Pero no quiere que nadie la interrumpa.
Apreté el cuaderno contra el pecho. Cuando uno de los protagonistas del universo mediático pide hablar “sin interrupciones”, suele significar que un torbellino está a punto de formarse.
Y la tormenta no tardó.
La entrada de Gloria Camila
Cuando las cámaras se encendieron, el público guardó un silencio casi religioso. Y entonces apareció ella: Gloria Camila. Caminó con un paso que no era desafiante, pero tampoco tranquilo. Era el paso de alguien que ha decidido que ya no quiere callarse.
Se sentó, respiró hondo y dijo:
Hoy no vengo a contestar preguntas. Hoy vengo a contar algo. Y quiero que quede claro.
El presentador intentó introducir el tema, pero ella levantó la mano, suave pero firme.
Déjame terminar, por favor.
Algo en su tono hacía que todos se inclinaran hacia adelante.
**Estoy cansada de ver cómo se usa mi nombre, y el de mi familia, para alimentar historias que no son del todo verdaderas dijo—. Cansada de que se hable de nosotros como si fuéramos fantasmas que solo aparecen para ajustar cuentas. Hoy voy a decir algo que llevo callando demasiado tiempo.
El estudio entero contuvo el aliento.
Incluso yo, que solo tenía que escribir, sentí que el bolígrafo me resbalaba entre los dedos.
El nombre inevitable: Rocío
Cuando mencionó a su hermana, Rocío Carrasco, el plató se estremeció. No literalmente, claro, pero se podía sentir en el aire. Como cuando una puerta se abre lentamente en una casa silenciosa.
**Esto no va de atacar a nadie continuó—. Pero tampoco voy a permitir que se me señale como alguien que vive en la sombra de otros. Ni de mi pasado, ni del suyo.Miró directamente a cámara.
Rocío… tú sabes que hay cosas que nunca se han contado completas. Y no voy a contarlas aquí, porque no es el lugar. Pero sí voy a decir lo siguiente: no soy tu enemiga. Nunca lo fui. Pero tampoco voy a dejar que otros hablen por ti o por mí.
Hubo un murmullo entre el público. No era un ataque, pero tampoco era diplomacia. Era… otra cosa. Un terreno nuevo.

El presentador intentó intervenir, pero ella siguió:
Se han dicho muchas cosas sobre por qué no hablamos, por qué no nos vemos, por qué parece que estamos en dos mundos separados. Yo solo voy a decir una verdad simple: no todo lo que se ha contado es cierto. Y no todo lo que se ha callado es mentira.
Yo subrayé esas frases tres veces en mi cuaderno.
Y entonces apareció su nombre: Kiko Hernández
Lo que nadie esperaba, lo que verdaderamente incendió la mañana, fue el giro siguiente. Porque sin previo aviso, Gloria Camila dijo:
Y hay alguien aquí que ha alimentado muchas de esas confusiones.
Todos sabíamos de quién hablaba antes de que lo dijera.
Kiko Hernández, desde su sitio, dejó caer los hombros como si supiera que algo pesado se le venía encima.
Tú, Kiko.
Hubo un silencio que hizo que hasta las luces parecieran más fuertes.
**Tú sabes que lo que dijiste hace semanas… no era justocontinuó ella—. Ni conmigo, ni con mi familia. Y lo dijiste sabiendo que no era del todo verdad.
Kiko abrió la boca para responder, pero ella lo detuvo.
No hablo de rumores. Hablo de algo que dijiste como si lo hubieras vivido. Y no lo viviste. Ni tú, ni nadie de tu equipo.
El público murmuró.
Yo escribí “EL MOMENTO” con letras enormes.
El hundimiento en directo
El presentador pidió calma, pero era tarde. Kiko intentó defenderse:
Yo no invento nada. Lo que dije era información que me llegó…
*Información que nunca contrastaste —**lo interrumpió ella—. Y que sabías que podía hacer daño. Pero aun así la soltaste porque daba audiencia. Porque te convenía.
Kiko bajó la mirada. No podía negar lo evidente.Y entonces Gloria Camila añadió la frase que hizo que el plató entero contuviera la respiración:

No me hundes a mí. No hundes a Rocío. Te hundes tú solo, Kiko. Porque tú sabes perfectamente que había otra versión. La que no quisiste contar.
Yo vi a una redactora llevándose las manos a la boca.Un cámara dijo por lo bajo: “Se viene lío”.
Pero no era un lío cualquiera. Era uno que cambiaría la narrativa de los últimos meses.
La revelación que dejó pálida a Rocío Carrasco
Cuando parecía que ya no podía añadir nada más, Gloria Camila bajó el tono y dijo:
Ahora voy a decir algo que quizá sorprenda. Esto también va por ti, Rocío.
El público se tensó otra vez.
Tú has contado tu historia. Yo todavía no he contado la mía. Pero no te imagines que, cuando lo haga, será una guerra. No. Será la verdad. La mía. Una verdad que no está hecha para dejarte mal, pero tampoco para dejarme mal a mí.
Se escucharon pequeños “oh” entre la gente.
Y quizá, cuando llegue ese día, entendamos que no todo fue lo que parecía.
Después de la tormenta
Cuando terminó de hablar, el presentador pidió una pausa. Todos salieron del plató como si estuvieran caminando entre cristales rotos.
Me acerqué a una de las asistentes:
¿Lo sabía alguien? —le pregunté.
Ella negó con los ojos muy abiertos.
Nadie. Ha venido con esto preparado. Y lo ha soltado sin avisar.
Kiko Hernández se quedó sentado unos segundos más, en silencio, con la cabeza gacha. La palabra “hundido” nunca había encajado tan bien en una escena.
El eco que quedó en mi cuaderno
Cuando las luces se apagaron, me quedé solo en mi rincón favorito del plató, con mi cuaderno lleno de frases escritas deprisa, flechas, subrayados, pequeños dibujos que hago cuando la tensión me supera.
Releí lo que había escrito:
“No todo lo que se ha contado es cierto.No todo lo que se ha callado es mentira.Mi verdad no está hecha para la guerra.”
Y supe que había presenciado algo diferente. No un ataque. No un ajuste de cuentas. Sino una declaración de independencia emocional.
Gloria Camila no había venido a destruir. Había venido a recolocarse. A decir: “Aquí estoy yo, con mi voz, sin intermediarios”.
Y, sin quererlo, había dejado pálida a Rocío Carrasco.Y, sin duda, había hundido —aunque fuera solo por un momento— al siempre seguro Kiko Hernández.
Cerré el cuaderno.Lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta.
Y pensé:
Hay días que se escriben solos. Pero hay otros que te obligan a escribirlos con el alma.”
Aquel fue uno de esos.
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