Todo comenzó como una simple admiración. Un respeto profesional. Una fascinación comprensible. Porque, al fin y al cabo, ¿quién no se ha rendido ante el talento de Lionel Messi?Pero para Álvaro Jiménez, un periodista deportivo con más de 15 años en los medios, esa admiración se transformó lentamente enuna obsesión peligrosa, silenciosa, que terminó arruinándole la carrera… y casi la vida.

Esta es la historia de cómo seguir a Messi demasiado de cerca puede llevarte al borde del abismo.

El inicio: un periodista prometedor

Álvaro Jiménez no era un desconocido. Había trabajado en importantes medios de comunicación españoles: primero como reportero a pie de campo, luego como comentarista de radio, y más tarde, como columnista especializado en fútbol internacional. Sus análisis eran afilados, su estilo directo, y su pasión por el deporte, indiscutible.

En 2011, tras la final de Champions en Wembley donde Messi destrozó al Manchester United, Álvaro escribió una columna titulada:
El extraterrestre ya no necesita nave”.La pieza se viralizó. Su nombre comenzó a sonar como una de las nuevas voces jóvenes del periodismo deportivo.

A partir de ahí, todo giró en torno a Messi.

Del análisis al fanatismo

Al principio, sus artículos eran analíticos, con datos, comparaciones tácticas, referencias históricas. Pero con el paso del tiempo,el tono cambió.

Messi no es un jugador, es una bendición divina”, escribió una vez.

“Todo lo demás es ruido”, dijo en un programa de debate, cuando alguien osó comparar a Messi con Cristiano Ronaldo.Incluso rechazó cubrir la Eurocopa de 2016 porque, según sus palabras, “no me interesa un torneo donde no está Leo”.

Sus jefes comenzaron a notar el patrón. Cada columna giraba en torno a Messi, aunque el tema fuera otro. Si Argentina perdía, Álvaro culpaba al sistema, al entrenador, al césped, al sol. Nunca a Leo.

La cuenta paralela

Fue en 2017 cuando apareció una cuenta de Twitter anónima llamada >@MessiasDelFútbol. Su bio decía: “Aquí solo se habla del verdadero dios del balón”.

La cuenta publicaba memes, estadísticas, videos de jugadas de Messi, y ataques constantes a quienes lo criticaban. Muchos creyeron que era solo otro fanático más.Pero la IP de esa cuenta… coincidía con la del ordenador de la redacción de Álvaro.

Sus compañeros empezaron a sospechar. ¿Y si Álvaro era el autor? Él lo negó. Pero en los pasillos se murmuraba. Sobre todo cuando la cuenta comenzó a atacar a periodistas conocidos… incluyendo a sus propios colegas.

Una entrevista fallida

En 2019, Álvaro viajó a Buenos Aires para intentar entrevistar a Messi. No tenía autorización, pero estaba convencido de que, si lograba encontrárselo cara a cara, “Leo sentiría la conexión”.

Esperó afuera del predio de la AFA por tres días. Llevaba una carta escrita a mano, con citas de sus columnas, frases en catalán, e incluso un poema.Pero Messi nunca salió a saludar.Al final, Álvaro fue retirado por seguridad, y uno de sus videos se hizo viral. En él, se le ve gritando:

Al regresar a España, su editor le pidió que se tomara un descanso. “Desconecta un poco”, le sugirió. Álvaro aceptó… pero no desconectó.

El colapso en directo

La gota que derramó el vaso llegó en 2021. Durante un programa en directo en un canal deportivo, el panel debatía sobre el fichaje de Messi al PSG.Un analista comentó: “Quizás es hora de que Messi empiece a pensar en el retiro”.

Álvaro se levantó, golpeó la mesa y gritó:¡Tú no sabes nada de fútbol! ¡Messi no se retira jamás! ¡Messi es eterno!”

El video se volvió tendencia en minutos. Algunos lo defendieron. La mayoría lo ridiculizó. En las horas siguientes, su cuenta de Twitter fue cerrada por comportamiento abusivo. Los memes no se hicieron esperar.

Una semana después, el canal anunció que Álvaro no continuaría como colaborador.

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Soledad, silencio… y reflexión

Durante dos años,Álvaro desapareció del mundo público. Borró sus redes sociales. No volvió a escribir en medios. Se mudó a un pueblo costero cerca de Valencia. Muchos creyeron que había abandonado el periodismo. Otros, que había perdido la cabeza.

Lo cierto es que, en el silencio, empezó a reconstruirse. Comenzó a asistir a terapia. A escribir solo para sí mismo. Y a entender lo que había ocurrido.

“Me perdí en la figura de Messi”, escribiría después. “No supe separar el mito de la persona. Confundí admiración con devoción. Y dejé que mi carrera girara en torno a alguien que ni siquiera sabía quién era yo.”

La redención

En 2024, Álvaro regresó. No como columnista de deportes, sino como autor de un libro:“Obsesionado: cómo el fútbol casi me destruye”.

En sus páginas, relató con brutal honestidad cómo su obsesión con Messi lo llevó al aislamiento, al desprestigio y a la pérdida de sí mismo. El libro se convirtió en un éxito editorial. No por hablar mal de Messi —de hecho, lo sigue admirando—, sino por mostrar los peligros de perder la objetividad, incluso en algo tan pasional como el fútbol.

Empezó a dar charlas en universidades de periodismo. Muchos estudiantes se sorprendían al conocer su historia. Algunos incluso confesaban haber sentido una conexión similar con ciertos ídolos.

La lección final

Hoy, en 2025, Álvaro vive con más calma. Ha vuelto a escribir, pero ya no en medios deportivos. Ahora publica ensayos sobre ética periodística, salud mental en los medios, y el fenómeno de la idolatría moderna.

En una entrevista reciente, le preguntaron si volvería a escribir sobre Messi. Su respuesta fue clara:

“Solo si puedo escribir sobre Messi… sin perderme a mí mismo en el intento.”

La historia de Álvaro no es un ataque a Messi, ni una crítica al fanatismo en general. Es un espejo para quienes viven a través de otros, para los que transforman ídolos en dioses, y para los que olvidan que incluso el mejor del mundo… es solo humano.

Conclusión: El periodista que amó demasiado al genio

En el mundo del fútbol, donde las pasiones se viven como religiones y los ídolos son tratados como santos, es fácil cruzar la línea. Álvaro Jiménez la cruzó. Y lo perdió todo: prestigio, trabajo, credibilidad.

Pero también encontró algo más importante: a sí mismo.

Porque a veces, la obsesión más peligrosa no es con alguien… sino con la idea de que sin él,no somos nadie.