Había una vez una saga familiar que se proyectó como un culebrón interminable, lleno de silencios, acusaciones, rupturas y versiones contrapuestas: la de Rocío Carrasco, su hija Rocío Flores y su exmarido Antonio David Flores. Esta es la historia de cómo lo íntimo se convierte en público, de cómo una madre alza su voz, y cómo una hija y un padre replican a su modo. Una historia de mentiras que, para muchos, ha sido una revelación; para otros, un espectáculo incómodo.

El origen: amor rápido, boda mediática y el principio del conflicto

Rocío Carrasco, hija de la mítica cantante Rocío Jurado y del boxeador Pedro Carrasco, contrajo matrimonio con Antonio David Flores el 31 de marzo de 1996. Tenía ella 18 años, él 20. De ese matrimonio nacieron dos hijos: la primogénita, Rocío Flores, y un hijo menor llamado David.

Parecía la típica historia de unión previa a la fama: boda de revista, expectación mediática, juventud, visibilidad. Pero, tras la brillante ceremonia, comenzaron los primeros desajustes. La convivencia no fue sencilla, los medios presente, el divorcio no tardó: en 1999 se rompió formalmente ese vínculo.

Ese divorcio fue solo el punto de partida de una crisis que no solo afectó a los cónyuges, sino que acabó involucrando a la hija, los tribunales, los medios y, sobre todo, las versiones de lo que había pasado.

El dolor que se silencia… hasta que se habla

Durante muchos años, el nombre de Rocío Flores apenas era protagonista, salvo por ser hija de ambos. Rocío Carrasco, por su parte, vivió en una doble prisión: la del legado de su madre, la del matrimonio que acabó y la del dolor que no salía. En múltiples entrevistas y documentos, ella ha expresado que sufrió maltrato psicológico (y denunció el físico) por parte de Antonio David.

Una frase dejó huella: “Ese hombre, sencillamente, no existe para mí. He borrado de mi vida todo, absolutamente todo él.” Así lo declaró poco después de obtener la custodia formal de sus hijos.

La hija mayor –Rocío Flores–, por su parte, fue testigo involuntaria del conflicto: convivencias compartidas, crisis familiares, movimientos de custodia… Según se ha contado, tuvo que madurar antes de tiempo.

Y el padre, Antonio David, empezó a aparecer ya no solo como exmarido, sino como figura de polémica: tertuliano televisivo, protagonista de prensa del corazón, blanco de críticas y denuncias.

El detonante: la ruptura madre‑hija, y la versión que todo cambió

El día clave ocurrió el 27 de julio de 2012. Fue una mañana de verano. La hija, solo tenía 15 años, y según una sentencia, protagonizó una pelea violenta contra su madre que terminó con Rocío Carrasco tendida en el suelo y la joven saliendo de la casa para no volver.

Ese episodio fracturó para siempre la relación madre‑hija, al menos públicamente. Rocío Flores optó por vivir con su padre, Antonio David, y su entorno. Rocío Carrasco, por su parte, entró en un silencio prolongado, que tardó años en romper.

Y entonces vino, en 2021, la serie documental que lo cambió todo: Rocío, contar la verdad para seguir viva, en la que Carrasco habló sin filtros de su vida, de lo que había sufrido, de la ruptura, de la manipulación mediática, y de su versión de los hechos.

En esa narración, acusó a Antonio David de una campaña de descrédito contra ella, de maltrato psicológico continuado y de ejercer una especie de violencia vicaria a través de sus hijos.

Para la hija, Rocío Flores, ese giro mediático significó posicionarse contra su madre públicamente. Sus apariciones en televisión, sus declaraciones, su defensa del padre marcaron un antes y un después. Y el padre, Antonio David, aprovechó esa visibilidad para dar su versión: negó los hechos, presentó testimonios, denunció que él era víctima de un linchamiento mediático.

Así, el conflicto dejó de ser solo familiar para convertirse en fenómeno social.

Las mentiras y la verdad: ¿quién dice qué?

En medio de este enfrentamiento, varias líneas argumentales se cruzan:

Rocío Carrasco sostiene que durante años fue víctima de maltrato (físico y/o psicológico), y que esa situación le costó la relación con sus hijos. Su versión incluye documentos, testimonios y el reconocimiento de que vivía inmersa en un “infierno” de los medios.

Antonio David Flores replica que muchas de las acusaciones son mentiras o exageraciones; que fue absuelto de las querellas presentadas contra él; que su exesposa busca venganza.

Rocío Flores, por su parte, ha declarado en varias ocasiones que su madre le hizo mucho daño, que su padre fue el que la sostuvo, que ella sufrió en ese proceso.

La cuestión central es: ¿qué es verdad y qué es mentira? Cada parte tiene versiones diferentes, cada parte presenta su versión de la historia.

Las “mentiras” de las que se habla son varias: versiones distorsionadas de la familia que salieron a los medios, documentos difundidos o no, silencios que se interpretan como culpabilidad, acusaciones de manipulación, acusaciones de desprotección, de abandono, de tortura mediática…

Ejemplo: en la docuserie, Carrasco habla de partes médicos, amenazas del exmarido, y supuesta manipulación de su hija. Pero los tribunales han archivado algunos procedimientos por falta de pruebas.

Es decir: para ella, la verdad ha sido callada décadas; para ellos, la verdad ha sido exhibida desde el principio. Las “mentiras” se entienden como los mensajes públicos, editoriales, programas de televisión que ambos bandos han usado como armas.

¿Cómo afecta a los hijos? El daño invisible

En este relato, los verdaderos protagonistas quizá sean los hijos: Rocío Flores y David Flores. Ambos quedaron atrapados en la batalla. La prensa los convirtió en víctimas, testigos, armas propagandísticas.

La hija mayor, Rocío Flores, ha declarado recientemente que “pensé que se iba a suicidar” al referirse al estado de su padre en un periodo difícil, lo que muestra el estrés emocional vivido.

La madre, Rocío Carrasco, afirma que perdió a sus hijos de verdad: “Me han quitado lo más importante que tengo en la vida que son mis hijos.”

Y todos los días aparece la pregunta: ¿cómo sanar cuando el conflicto está al aire, cuando las heridas se ventilan en televisión y redes? Entre los análisis sociales, algunos psicólogos coinciden en que los menores que crecen en estas disputas de alta visibilidad pueden desarrollar traumas, difuminación de límites, dificultad para construir identidad fuera del conflicto.

El efecto mediático: de la intimidad al espectáculo

Una clave de esta historia es cómo lo que debería haberse resuelto en la intimidad —una separación, una custodia, un conflicto familiar— pasó a convertirse en un espectáculo televisivo. Programas del corazón, redes sociales, documentales prime‑time.

La docuserie “Rocío, contar la verdad para seguir viva” puso en el centro del foco a la supuesta “verdad” de Rocío Carrasco. Su difusión generó tanto apoyo como rechazo, y provocó que Antonio David fuera despedido o apartado de ciertos programas de televisión.

Por otro lado, Antonio David y su hija aprovecharon los medios para contar su historia, dar entrevistas, estar presentes en realities incluso, lo que reforzó la idea de que el conflicto daba réditos.

Así, la “versión pública” se convirtió en terreno de disputa: quién controlaba el relato, quién tenía más audiencia, quién ganaba la batalla de la opinión. Y en ese terreno de la visibilidad, lo íntimo se mezcló con lo mercantil, lo emocional con lo mediático.

¿Dónde estamos ahora? Una tregua que no llega

Aunque los hermanos se han hecho mayores, y muchos asuntos legales parecen cerrados, el dolor permanece abierto. Por ejemplo:

En 2025 se notificó que Antonio David reclama a Rocío Carrasco alrededor de 120.000 euros en costas procesales, tras participar en un juicio que ella promovió y que él ganó.

Rocío Carrasco perdió en los tribunales la querella por maltrato psicológico continuado contra Antonio David: el Tribunal Supremo archivó definitivamente la causa.

Así que no hay vencedores claros. Hay desgaste, desgaste mediático, desgaste emocional. Y la pregunta que muchos se hacen: ¿cuándo se podrá salir de esta historia? ¿Cuántas generaciones quedan marcadas?

Lecciones de esta historia

Esta saga deja varias enseñanzas:

Que las heridas familiares no se curan con audiencias. La visibilidad no equivale a sanación.

Que el control del relato importa, mucho más cuando hay cámaras, redes y millones de miradas.

Que los hijos sufren, aunque no sean protagonistas. Aunque no elijan estar en el centro de la tormenta, a veces lo están.

Que la verdad es compleja, y casi siempre tiene más de un matiz. Lo que para uno es liberación, para otro es acusación.

Quelas mentiras públicas pueden arraigar más profundo que muchas verdades calladas. Cuando el silencio pesa, los gritos se escuchan más fuerte.

Epílogo

Y así termina este capítulo –aunque no el final del todo– de la historia entre Rocío Carrasco, Rocío Flores y Antonio David Flores. Una madre que alzó la voz después de años de silencio; una hija que se posicionó públicamente contra su madre; un padre que, desde su versión, se proclama víctima de una campaña. Mentiras que para unos fueron liberación, para otros fueron calumnias. Y para quienes lo vivieron, dolor.