Tengo que contarte lo que pasó, porque pocas veces los pasillos de Mediaset arden con tanta intensidad como aquella tarde en que Belén Esteban, Fidel Albiac y Rocío Flores se convirtieron en protagonistas de un enfrentamiento televisado, con Amador Mohedano como narrador y juez de la escena.

La amistad, la defensa y la tensión

Belén Esteban llevaba ya un buen rato siendo un nombre presente cuando se trataba de Rocío Flores. No era solo simpatía ocasional; era algo más consistente. En GH VIP 7, en la convivencia televisiva, Belén estrechó lazos con Rocío Flores y con Olga Moreno, la mujer de Antonio David Flores. Esa convivencia forjada entre cámaras derivó en afecto palpable, en un respaldo público que Belén no escondía.

Cuando Rocío Flores participó en Supervivientes, Belén no dudó: siempre que pudo, salía en su defensa. Sobre todo cuando los ataques mediáticos envolvían a su madre, Rocío Carrasco, y al marido de ella, Fidel Albiac. Belén interpretaba que muchas acusaciones no tenían fundamento, o al menos que no todo lo que se decía se ajustaba a la verdad.

Pero la tensión estaba allí, creciendo silenciosa. Un día, por la calle, Belén Esteban ve a Fidel Albiac. Fue en San Sebastián de los Reyes, cerca de donde tenía aparcado el coche. Se cruzaron miradas. Se reconocieron. Pero Belén no saludó. “No me salió saludarle”, confesó minutos más tarde en un plató. Algo simple, común tal vez, pero significativo cuando los focos lo convierten en declaración.

La bofetada mediática

Belén no se quedó callada. En Sálvame, con tono firme, dijo algo que muchos recordaron:Rocío Flores ha dado una bofetada con la mano abierta a Rocío Carrasco y a Fidel Albiac”. No era literal: no había golpe físico, sino una bofetada simbólica, de silencio, de dignidad. Rocío Flores no mintió, no traicionó, pero no habló como otros esperaban que lo hiciera. Eso, para Belén, fue un acto de fuerza, de honestidad.

Belén explicó que Rocío Flores tenía claro lo que quería guardar, lo que quería decir y lo que no, y que su postura le parecía noble. “Tiene mi bendición”, dijo Amador Mohedano en un momento posterior, cuando se le preguntó sobre las declaraciones de su sobrina. Porque Amador, tío de Rocío Carrasco, se había situado del lado de Rocío Flores en ese choque emocional y mediático.

Amador Mohedano irrumpe en la tormenta

Amador Mohedano lleva años observando el drama que se ha instalado en la familia Jurado/Carrasco/Flores. No es un simple espectador. Ha hablado, ha opinado, ha señalado. Y cuando Belén Esteban hizo su afirmación sobre la bofetada simbólica, Amador no dudó: apoyó públicamente a su sobrina Rocío Flores.

Para Amador, la culpa de la ruptura familiar recae en gran medida sobre Fidel Albiac. Cree que ha actuado, según sus palabras, como la “mano negra” detrás de muchas decisiones, interferencias, silencios y distancias. Que su influencia sobre Rocío Carrasco ha sido decisiva, tan grande que ha transformado relaciones que antes parecían sólidas.

Además, acusa a Fidel de interés pecuniario: que en momentos críticos (por ejemplo, cuando Rocío Jurado estaba enferma en Houston) preguntaba por la herencia, por la disposición de los bienes. Esas preguntas, según Amador, no eran mera curiosidad, sino signos de algo más profundo: desconfianza, ambición, poder.

El conflicto familiar expuesto

Lo que más golpeó fue ver cómo Belén Esteban, alguien del pueblo, alguien muy mediático pero también muy humano, sacaba a la luz lo que muchos sentían en privado. El público vio a una joven, Rocío Flores, siendo juzgada, siendo esperada una reacción. Y cuando no la dio —o la dio de otra forma, con silencios, con dignidad—, Belén la defendió ferozmente. No por lealtad ciega, tal vez porque vio algo de honestidad, algo que valía la pena preservar.

Las acusaciones de Amador Mohedano se multiplicaron: que los hijos de Rociíto no fueron a la boda por la forma en que se manejó la invitación, por falta de comunicación, por resentimientos que venían de lejos. También, que los niños habían estado “castigados” en algunas ocasiones, incluso encerrados en una habitación por “cualquier cosa”, lo cual él consideraba cruel si es cierto.

Belén señaló que Fidel Albiac le había tratado con prepotencia a la madre de sus hijos, o al menos esa era la versión que había escuchado y que consideraba plausible

Fuera del plató, dentro del corazón

El drama no queda solo en los programas de televisión. Las heridas son reales. Cuando Amador habla de los niños que “no estaban felices ni a gusto en esa casa”, cuando Rocío Flores llora en privado, cuando Belén Esteban observa desde lejos, reconociendo en Rocío una niña a la que siempre le ha parecido noble, todo eso muestra que no se trata solo de audiencias. Se trata de vínculos rotos, de silencios que pesan, de personas que tienen que elegir entre ser mira de los medios o proteger lo que aún pueden en el silencio.

Belén ha dicho muchas veces que le gustaría que madre e hija se reconcilien. Que haya conversación, que haya regreso. Dice que Rocío Carrasco llamará a sus hijos, que Rocío Flores los espera. Sobre eso, Belén hizo un “llamamiento”: que se hable, que no pase el tiempo sin acercamiento. Porque el tiempo, cuando se deja pasar, puede endurecer muros.

¿Victoria o daño colateral?

¿Entonces qué consiguió Belén? ¿Qué ganó? No estoy seguro que haya una “victoria” total. En estos juegos, las piezas son muchas: el público, los medios, las emociones, los silencios, las confesiones. Pero sí se consiguió algo: que la versión de Rocío Flores y de Belén Esteban sea escuchada y tenga peso. Que “hacer silencio” no sea sinónimo de estar vencida. Que poner en evidencia lo que otros callan pueda traer consecuencias. Pero también riesgos: que te señalen, que te tilden de marioneta, que te juzguen por lo que callas o por lo que dices.

Fidel Albiac quedó expuesto como figura clave del conflicto familiar, como alguien al que se acusa de influir, de controlar, de generar distancias. Amador lo puso en el centro de muchas de las críticas. Belén lo criticó públicamente. Rocío Flores encontró una voz más fuerte para expresar lo que ella siente, lo que cree. Y eso, aunque duela, es poderoso.

Lo que queda en el aire

Se fue la luz del plató, se fueron los micrófonos apagando, pero quedan preguntas que no tienen respuesta clara:

¿Cuándo volverá a hablar madre e hija sin intermediarios, sin abogados, sin cámaras?

¿Cuánto del silencio de Rocío Carrasco se debe al daño verdadero, y cuánto al miedo al juicio?

¿Qué siente Fidel Albiac realmente al ser el centro de tantas acusaciones?

¿Qué parte del público juzga, y qué parte entiende?

Belén Esteban, Amador Mohedano, Rocío Flores, Fidel Albiac: cada uno con sus heridas, sus lealtades, sus culpas y su verdad. Lo que quedó claro aquella tarde de Telecinco es que no todo está dicho, que cada uno guarda una versión, y que los silencios pesan tanto como las palabras.

Y para quien escucha o mira: hay que mirar más allá de los titulares. Porque a veces la verdad se esconde donde menos se espera: en ese silencio que alguien transforma en bofetada, en esa invitación que no llega, en esa mirada que no devuelve el saludo.