Una confesión entre leyendas y un legado irrepetible

Hay palabras que, cuando se pronuncian, cambian el curso de una conversación. O incluso de la historia. Así ocurrió aquel día en Múnich, cuando Franz Beckenbauer, símbolo del fútbol alemán y mundial, rompió su habitual sobriedad para decir algo que pocos esperaban oír de él:

Messi es un genio imposible de repetir.”

No fue en una entrevista formal. No fue ante micrófonos ni cámaras. Fue una charla privada, casi íntima, con un grupo de jóvenes entrenadores alemanes en una jornada organizada por la DFB. Un café en mano, una bufanda del Bayern a un lado, y una pregunta al aire:

—“¿Qué jugador ha sido verdaderamente único, Herr Beckenbauer?”

Y la respuesta no dejó lugar a dudas.

El inicio de una reflexión

Beckenbauer, apodado “El Káiser”, ha vivido más fútbol del que muchos pueden imaginar. Campeón del mundo como jugador y entrenador, artífice del Bayern imperial, testigo directo de generaciones doradas. Desde Pelé hasta Cristiano, desde Maradona hasta Zidane. Pero cuando pronunció el nombre deLionel Messi, hubo una pausa en el aire.

He visto muchos genios, pero nunca vi uno como él. Su forma de entender el espacio… es como si hablara un idioma que el resto apenas empieza a aprender.”

Lo decía con la calma de quien no necesita exagerar. Sus palabras no eran fuegos artificiales: eran verdad desnuda. Nadie lo interrumpió.

Un recuerdo en el Allianz

Recuerdo la primera vez que lo vi en persona,” continuó Beckenbauer, con la mirada perdida por un instante. “Fue en el Allianz Arena, en 2009, en aquel Barça de Guardiola. Tenía que ver con mis propios ojos de qué hablaban todos.”

Y entonces, recordó la noche del 14 de abril de 2009. Semifinal de Champions. Messi, aún con cara de niño, bailaba entre defensas como si el balón fuera parte de su cuerpo. Cada toque era arte. Cada pase, una pintura en movimiento.

Beckenbauer lo observó desde el palco, en silencio.

—“Ese chico no solo jugaba: enseñaba. En cada movimiento había inteligencia. Pero no era solo técnica. Era sensibilidad. Como un violinista que conoce el alma de su instrumento.”

Más allá de los números

En la conversación, alguien le mencionó los goles. Más de 800. Las asistencias. Los Balones de Oro. Los récords.

Beckenbauer sonrió con cortesía, pero luego dijo algo que quedó flotando en el ambiente:

—“No son los números lo que hacen a Messi irrepetible. Es el modo. Muchos pueden anotar, pero muy pocos pueden hacer que el mundo se detenga al verlos jugar.”

Contó entonces cómo su nieto, de apenas ocho años, había dejado de lado su camiseta de Haaland para pedir una de Messi, “aunque esté viejo ya, Opa”, le dijo el niño. Eso lo conmovió.

“Hay jugadores que dominan su época. Pero Messi ha tocado tres generaciones sin perder magia. ¿Quién puede decir eso?”

La humildad de un gigante

Una parte que Beckenbauer siempre admiró de Messi fue su humildad silenciosa.

—“En una era de gritos, de gestos, de celebraciones coreografiadas… Messi hablaba con el balón. No necesitaba más.”

Relató cómo, tras ganar su primer Balón de Oro, Messi se limitó a agradecer a sus compañeros. O cómo, tras marcar un golazo al Athletic en la Copa del Rey, bajó la cabeza y volvió a su campo como si fuera un gol cualquiera. “Ese tipo de comportamiento revela grandeza”, dijo.

Incluso en el Mundial de Qatar, ya como capitán consagrado, Messi no gritó para imponer respeto. Lo ganó con la mirada, con el pase justo, con el gol cuando hacía falta. Y Beckenbauer lo observaba, sabiendo que lo que tenía enfrente era historia pura.

¿Y Maradona?

Claro, no faltó quien sacara el eterno debate. ¿Y Diego? ¿No fue también un genio?

Beckenbauer no dudó:

—“Diego fue arte salvaje. Messi es arte consciente.”

Explicó que Maradona jugaba con rabia, con pasión desbordada, como un volcán. Messi, en cambio, es más como un río que se adapta, que fluye, que arrastra con calma y precisión. Ambos genios. Ambos únicos. Pero Messi, según él, es “el único que controla el juego sin imponerse con violencia ni fuerza. Solo con sabiduría.”

La pregunta final

Cuando la charla estaba por terminar, un joven entrenador le hizo la pregunta más directa de todas:

“¿Cree que algún día nacerá otro Messi?”

Beckenbauer bajó la mirada. Tomó un sorbo de su café ya frío. Y con una voz grave, casi susurrante, dijo:

—“Podrá haber nuevos grandes. Seguramente. Perootro Messi… no. Porque Messi no es un producto de entrenamiento ni de genética. Es una combinación irrepetible de talento, mente y corazón.”

Y luego lo remató con una frase que quedará en la historia de esa conversación:

—“Messi es un genio imposible de repetir. Y quienes lo vimos jugar, lo sabemos en lo más profundo.”

Mientras el sol se ponía sobre Múnich esa tarde, la charla terminó. Pero las palabras del Káiser siguieron flotando. Algunos de los presentes las anotaron. Otros solo las guardaron en su memoria como un tesoro.

Messi, ajeno a todo, entrenaba con Inter Miami bajo el cielo cálido de Florida. Sonreía con sus compañeros, preparaba el siguiente pase, el próximo regate. Sin saber que, a miles de kilómetros, uno de los hombres más influyentes en la historia del fútbol acababa de sellar su leyenda con una sentencia definitiva.

Porque si Beckenbauer —el estratega, el líder, el símbolo— reconoce que Messi es irrepetible, es porque así es. Y no hacen falta más palabras.

Epílogo

Los genios no se explican. Se sienten. Se admiran. Y, sobre todo, se agradecen. Porque nacen una vez cada cien años… o quizá solo una vez.Y esta vez, el nombre fueLionel Andrés Messi.