No recuerdo bien cuándo empecé a fijarme más de lo común en los platós de televisión. Era como si cada gesto, cada pausa, cada mirada pesara un poco más. Y cierto viernes —uno de esos que prometían no ser distintos— vi algo que cambió la percepción que muchos tienen de Rocío Flores, de Rocío Carrasco, de Paloma Barrientos… De todos nosotros, los que vemos, juzgamos, esperamos que algo ocurra.

El regreso y la tensión latente

Rocío Flores reaparece en ‘¡De Viernes!’ después de un silencio prolongado. Ha sido toda una espera para quienes la han visto crecer frente a las cámaras, para quienes la juzgaron y para quienes la defendieron. Vuelve con determinación, con voz propia, con heridas visibles. En esa entrevista habla de lo que ha vivido, lo que ha sentido, lo que ha esperado de su madre, Rocío Carrasco. Menciona que la relación está rota, que ha pedido señales, que ha deseado una llamada, aunque sea privada. Dice que su vida no ha sido cómoda, que muchas veces se sintió ignorada, pero que el padre —Antonio David— ha sido para ella un refugio en lo más crudo.

La audiencia lo sabe: esa mujer que regresa al plató no lo hace para rebobinar el pasado, sino para exponerlo. Y la expectación es máxima, porque en esa exposición no solo está ella: están los juicios, las críticas, las opiniones, los extremos de quienes aman la verdad de una parte y quienes niegan su versión.

Paloma Barrientos entra en la escena

Paloma Barrientos, colaboradora veterana, alguien que ha estado siempre cerca de la polémica, de los silencios, de los titulares que no se atreven a decir demasiado, entra en este episodio con precisión quirúrgica. No como protagonista, sino como reflejo de lo que la audiencia espera, de lo que el público quiere creer o quiere debatir.

Ese día en ‘¡De Viernes!’ lo que hace Paloma no es lanzarse al ataque directo contra Rocío Flores. Lo que hace es señalar hacia los “fans de Rocío Carrasco”, hacia quienes apoyan su versión sin admitir fisuras, sin dar lugar a dudas. Y lo hace con sutileza venenosa: preguntas que exponen, alusiones que herirían si se escuchan cerca, comentarios que parecen inocentes pero que cargan dinamita.

Porque Paloma sabe que no se trata solo de decir “yo creo a Carrasco” o “yo creo a Flores”: se trata de poner en evidencia las grietas del relato que muchos consideran inapelable. Señalar que hay quienes toleran que no haya respuesta por parte de Carrasco, quienes extienden su simpatía y su empatía sin mirar demasiado a lo que dice Flores, sin ponderar lo que siente.

¿Dónde está la voz de los fans?”

En un momento de la conversación, Paloma comentó algo que quedó flotando en el plató, en silencio roto por murmullos: ¿qué ocurre con quienes fueron los “fans de Rocío Carrasco” cuando era la víctima narrada en la docuserie? ¿Han cambiado de postura? ¿Siguen incondicionales o ya no?

No es una pregunta cómoda. Es una pregunta punzante. Y lo que provocó fue una mezcla de reacciones: defensas rápidas, “yo siempre he creído”, “eso es manipulación”, “Rocío Flores no tiene pruebas” —y también reconocimiento de que hay dolor, pérdidas de confianza, espejos rotos.

Paloma no acusaba directamente, pero insinuaba: si alguien no admite que Flores ha sufrido y tiene derecho a hablar, si alguien no reconoce que el silencio o la distancia también hieren, entonces ese alguien se convierte en cómplice de una historia a medias. Porque exponer no es lo mismo que mentir; callar puede ser igual de agresivo que hablar.

La audiencia, la reacción, los fans contra fans

Después del programa, las redes estallaron. Mensajes de quienes dicen que “Paloma ha hundido a los fans de Rocío Carrasco”, otros criticándola por “hacerle juego a Flores”, otros recordando episodios antiguos de Carrasco, documentos o declaraciones que habían quedado en callado o archivados.

Los fans de Carrasco respondieron con indignación: ella fue quien habló primero de su dolor, de maltratos, de sentirse sola, de denunciar. ¿Cómo ahora se cuestiona su credibilidad o su solidez cuando ha mostrado muchas veces pruebas, testimonios y documentos? Y aun así, hubo quienes admitieron que quizá no habían escuchado suficientemente a Flores, que su versión también merecía respeto y atención.

Pareció que ese viernes en «De Viernes» Paloma Barrientos logró algo así como abrir una brecha: no para poner en contra a un bando del otro, sino para mostrar que no todo está cerrado, que el dolor no es exclusivo, que las víctimas pueden ser más de una, que las lealtades pueden romperse sin que necesariamente haya traición.

Flores vs Carrasco, pero también público vs público

Rocío Flores habló claro: “Me ha destrozado la vida pero es mi madre —es mi madre”. Esa frase retumba. Reconoce el daño, reconoce el vínculo. Y esto duele, no solo para quien escucha. Porque cuando alguien dice algo así en un plató ante millones, las emociones se mezclan con el debate.

Paloma Barrientos no lo dijo con desprecio, pero sí con firmeza. Ella parece cansada de opiniones absolutas. De quienes no permiten que haya matices. De los que creen que apoyar a una madre denunciante significa negar a una hija que sufre su propia historia.

Y los fans —de ambos lados— se sintieron tocados. Los que siempre han apoyado a Carrasco sintieron que los ponían en el banquillo de los acusados: “¿Has pensado en este dolor?”, “¿Has considerado que quizás…?”, se les preguntaba, implícitamente. A los que estaban del lado de Flores, les dio aire: finalmente alguien le da espacio a su sentir, a su voz, sin que se minimice.

¿Qué se hunde? ¿Qué se revela?

¿Se hunden realmente los fans de Rocío Carrasco? Quizá no completamente. Pero sí se les pone frente al espejo: sus certezas, sus silencios, sus expectativas. Se revelan grietas. Porque parecer que siempre se tiene la respuesta correcta, que se sabe quién es culpable, quién es víctima, puede ser cómodo – pero no siempre justo.

Lo que Paloma Barrientos logra es que la narrativa deje de ser monolítica. Que se abran preguntas que muchos rehuían. Que quienes han sido espectadores incondicionales de una historia comiencen a reconocer que las historias de familia son complejas. Que el dolor ajeno no invalida otro dolor. Que la verdad no siempre es una línea recta.

En carne viva

Cuando los focos se apagaron esa noche, cuando se cerraron los micrófonos, lo que quedó vivo fue un eco: de voces calladas, de dudas que ardían; de simpatías que se sacudían. Rocío Flores salió del plató con más preguntas que certezas, pero también con algo que pocos pueden dar por sentado: que su relato existe, que duele, que importa.

Los fans de Carrasco quizá se sintieron heridos, traicionados, desconcertados —pero también quizá capaces de reflexionar; de admitir que no todo ha sido transparente, que no todo ha sido escuchado. Que a veces amar a una persona que sufrió significa también escuchar a la otra, sin silenciarla.

Y Paloma Barrientos, esa voz que siempre supo cuándo callar y cuándo incidir, dejó claro que en este oficio no se trata solo de contar lo que se ve, sino de lo que se debe permitir que se vea. Porque a veces hundir no es destruir, sino desenterrar algo que todos necesitaban mirar: la complejidad detrás de los rumores, las medias verdades, las emociones sin guion.