En la penumbra de los focos y bajo el murmullo expectante del público, se abrió el telón de “¡De Viernes!” el 12 de septiembre de 2025. Rocío Flores, tras años sin pisar un plató de televisión con tanta fuerza, regresó no solo para hablar, sino para enfrentar. Y el blanco de su mirada fue Terelu Campos, amiga íntima —o al menos cercana sentimentalmente— de su madre, Rocío Carrasco.

Era una noche de emociones contenidas, de silencios forzados, de reproches que bullían bajo la piel. Rocío se sentó ante Bea Archidona, Santi Acosta y otros colaboradores, con el peso de una historia familiar que muchos siguen con ardor mediático. Y ya desde el inicio, se intuyó que aquello no iba a ser una entrevista cualquiera.

Terelu Campos comenzó con una pregunta aparentemente inocua, cargada de historia: “He podido vivir un poco más mayor con tu hermano y sé la adoración hacia vuestra abuela, pero ¿cómo la tiene presente David?” — refería a David Flores, hermano de Rocío. Una pregunta que abrió la puerta de algo mucho más profundo.

Rocío tomó aire, bajó la mirada un segundo, y levantó la voz con firmeza: “No te he visto a ti en mi vida. Te he visto tres veces que he coincidido contigo en un tiempo limitado.” Y esas palabras resonaron en el plató como una verdad irrefutable. Forma de decir que para ella, Terelu no ha sido algo más que una voz lejana, un nombre ligado al pasado, pero sin sustancia tangible.

El público retumbó en aplausos, mientras Terelu intentaba defenderse: “Ustedes aplauden lo que quieran, pero a tu hermano lo he visto bastantes veces.” Rocío la interrumpió con una pregunta punzante, que no dejaba margen para medias tintas: “Dijiste que sientes amor incondicional. Si realmente lo sientes, ¿por qué no te has preocupado por él durante los peores años de su vida?”

Esa frase fue un corte limpio: acusaba a Terelu de estar ausente cuando las sombras crecieron alrededor de David. De presencia pública sí, pero de presencia real, emocional, personal, no. Rocío insistía en que, aunque Terelu declaraba amar a su hermano, ese amor no se había traducido en gestos, en contactos, en cercanía.

Terelu trató de justificarse. Explicó que no había tenido “la oportunidad ni la facilidad” para acercarse, que había circunstancias que lo impidieron, y que no le correspondía imponer culpas donde debía haber comprensión. Mencionó recuerdos de cuando Rocío era pequeña: cenas en casa de la abuela María Teresa Campos, reuniones familiares, Nocheviejas. Intentó rescatar esos momentos como prueba de que sí existía vinculación, al menos en el pasado.

Pero para Rocío, esos recuerdos eran fragmentos borrosos, vagas imágenes que no sostienen acusaciones de cariño, de presencia. “No has compartido ninguna vivencia conmigo, ni me has llamado en mi vida”, le espeta con voz firme. No se trataba de disputas mediáticas, ni de escándalo, sino de verdad personal: el deseo de que ese vínculo declarado se mostrara en algo real, tangible.

Las cámaras no mentían: se veían los ojos húmedos de Rocío cuando habló de su hermano, de la admiración por su abuela Rocío Jurado — “lo más grande que he tenido” decía con emoción contenida —, y al decir esto se quebraba un poco su voz. Era una mezcla de orgullo, dolor y decepción.

Terelu, por su parte, sostuvo que ello no significa enemistad, que nunca pretendió ser enemiga, pero se notaba la tensión, la incomodidad que nace de ser acusada de indiferencia. Defendía que los años han pasado, que la memoria infantil es frágil, que lo que uno recuerda no siempre coincide con lo que otros aseguran. “Una niña con 3 años no tiene recuerdo, eso no significa que no haya ocurrido”, dijo.

El enfrentamiento cobró intensidad cuando Rocío habló del veto: se dijo que ella había puesto como condición que Terelu no estuviera presente en el plató para conceder la entrevista. Aunque finalmente Terelu sí asistió, esa noticia ya había calentado los ánimos, anticipando una conversación que no iba a salir suave

Y es que para Rocío, la presencia de Terelu no era meramente física: representaba antiguos reproches, voces críticas, historias de familia que se han contado en programas, documentales, y que pesan fuertemente en su vida. Representaba también algo que Rocío reclamaba: que si el cariño existe, se muestre; que si las palabras se pronuncian, también los actos las respalden.

En un momento del programa, Rocío mencionó los “peores años” de su hermano. Uno puede imaginar qué significa eso: temporadas de silencia, de separación, de ausencia mediática pero también personal. Y la pregunta de Rocío fue clara: ¿Dónde estabas tú, Terelu, durante esos años? ¿Por qué no hubo preocupación? No hubo llamada, no hubo gesto. Todo ello quedó guardado en la herida.

Terelu respondió que no todo lo que se dice es siempre fácil de hacer; que algunas relaciones no son tan sencillas, que la distancia, los tiempos, las circunstancias pesan, y muchas veces lo que vemos en el escenario público tiene menos transparencia de lo que aparenta. Pero esas explicaciones no parecieron suficientes para Rocío, quien seguía buscando algo más que justificativos: buscaba reconocimiento de esa ausencia, justicia para lo que ella siente como abandono emocional.

El plató se convirtió en un ring de verdades dolorosas. No hubo golpes físicos, pero sí líneas trazadas con palabras. Rocío puso luz sobre la grieta que siente, y Terelu trató de contenerla, de suavizarla, de explicarle que no todo se recuerda igual.

Al final, Rocío cerró su argumento recordando la admiración profunda que siente por su abuela Rocío Jurado: “Yo lo recuerdo durante nueve años, vivía con ella en La Moraleja”, dijo. Esa mujer fue su referente, su figura de fuerza, su amor inicial. Y al evocar esos años, Rocío dejó claro que esos recuerdos de infancia pesan, que son parte de su ser, y que también en ellos hay lugar para las ausencias que dolieron.

Mientras bajaba el telón del programa, Terelu aceptó que Rocío la viera como alguien distante; Rocío quedó con algo saciado: dejar claro lo que llevaba dentro, lo que había callado quizás demasiado mucho tiempo.

Por las redes sociales estallaron los comentarios: hubo quienes apoyaban a Rocío, quienes valoraban su valentía al hablar sin tapujos; otros defendían a Terelu, recordando que la historia es más amplia que lo que se ve en televisión. Pero lo cierto es que aquella noche Rocío Flores “hundió” a Terelu Campos en el sentido de ponerla contra la pared: hizo que ya no bastaran los colores de la amistad declarada, que ya no sirvieran las palabras bonitas si no iban acompañadas de hechos.

Y así concluye este capítulo más de una saga pública, de familias que se aman, que se enfrentan, que se reconstruyen o no, bajo las luces de un estudio, bajo los lentes de las cámaras, y también dentro del corazón de quienes protagonizan la historia.